ESPECTáCULOS › “LA SEGURIDAD DE LOS OBJETOS”

Familias sin rumbo

Por M. P.

Un auto nuevo, una guitarra eléctrica, una muñeca. Esos son algunos de los objetos que les dan seguridad a los protagonistas de la tercera película de Rose Troche, un relato grupal de la pesada cotidianidad de cuatro familias de un privilegiado barrio residencial. Como escribió el crítico Philip French a la hora de hablar de cine independiente norteamericano, Tolstoi podría haber dicho que todas las familias tristes son iguales. Porque eso es lo que se desprende de una película tan claramente derivativa como La seguridad de los objetos, un homenaje a Altman en su relato grupal basado en un grupo de cuentos de un autor. Y también a una película como Magnolia a la hora de observar tragedias meticulosamente, buscando la redención en esa observación.
“Colgar en quieta desesperación es el estilo inglés”, cantó alguna vez Roger Waters al frente de Pink Floyd, pero ese parece ser el estilo también de los habitantes de los suburbios residenciales estadounidenses, tan visitados de Belleza americana en adelante. En busca, claro está, de retratar la explosión de su statu quo. No es eso lo que se encuentra en la película de Troche, que observa ese colgar sobre el vacío de los integrantes de las cuatro familias protagonistas, vinculadas entre sí a partir de una tragedia que se irá develando en todo su significado en el transcurso de su metraje. Una de ellas está devastada por un hijo en coma, otra por un padre adicto al trabajo, otras por algunos encuentros sexuales. Con una sutileza que a veces resulta excesiva, al punto de confundirse con displicencia y comodidad, La seguridad... irá desenvolviendo lentamente la magnitud de su tragedia, y de su generosidad para comprenderla.
Producida por Catherine Vachon, tal vez la productora independiente estadounidense más experimentada fuera de Miramax, la película de Troche tiene mucho de fórmula. Con buenos actores, evita los golpes bajos, pero partiendo precisamente de esos golpes bajos, y termina resultando por lo general bastante previsible a la hora de proveer (y buscar) consuelo. Apenas una de las historias, la del niño que mantiene un romance con una muñeca Barbie, alcanza a escapar de la fórmula de la sensibilidad independiente que destila todo el film. Pero baste con decir que parece una historia sacada de otra película. Todo lo demás huele a sensibilidad post-grunge, a tragedia anunciada, a redención asegurada.

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