ESPECTáCULOS › PALO PANDOLFO PRESENTA “ANTOJO”, HOY EN LA TRASTIENDA

“Yo no soy un poeta maldito”

En su nuevo disco recorre canciones de autores favoritos, que van de Charly García a Charles Aznavour, de Luis Alberto Spinetta a Domenico Modugno y de allí a su propia obra. “Voy a hacer música hasta que me muera”, advierte el ex líder de Los Visitantes y Don Cornelio.

 Por Esteban Pintos

Palo Pandolfo contradice el espíritu ciertamente melancólico de un día porteño con lluvia, frío y cielo gris. Se ve excitado en la semana previa a su presentación de esta noche en La Trastienda, y transmite ese estado en la conversación con Página/12, en un bar de Villa Crespo que parece perdido en el tiempo, con hombres solos, fotos de carreras de caballos y Crónica TV de fondo (único detalle actual del espontáneo decorado). Palo tiene un disco nuevo y será padre por segunda vez en unos meses. Piensa un instante sobre la coincidencia temporal y elige la palabra “rarísimo” para definir el momento. Enseguida cuenta una pequeña anécdota. “El año pasado conocí a una pitonisa, una curadora: vio el número 7 en mi vida. Este año cumplo 25 años de escenario, y pensé: 5 más 2, ¡7! ‘La transmutación’, me dijo.”
Pandolfo es el hombre detrás (delante, más bien) de Don Cornelio y Los Visitantes, vagabundo de estilos y postura poética-política-estética del rock argentino de las últimas dos décadas, que se puso en marcha nuevamente para empujar su último proyecto, segundo disco solista pleno de versiones (de otros y de sí mismo) que atinadamente dio en llamarse Antojo. Allí repasa un rosario de autores que van de David Bowie a Charly García, de Charles Aznavour a Manu Chao, pasando por Luis Alberto Spinetta, Domenico Modugno, Silvio Rodríguez y él mismo. También desfilan los invitados: Charly García (en Hipercandombe), Adrián Dargelos (Ella vendrá), Richard Coleman (Tazas de té chino, Cenizas a cenizas), Juan Subirá (Antojo), Juanchi Baleirón (Ella). Este disco es, en cierta forma, un renacimiento artístico tras un complicado y demorado debut solista –ocurrido en plena debacle de fines del 2001– que había seguido al lánguido final de Los Visitantes, hace ya varios años. Pandolfo no se queja, sin embargo. Un rato después, casi inconscientemente y en el tramo final de la entrevista, piensa en voz alta aquello que flota sobre su imagen de rocker poético y visceral: “La verdad es que me hincha un poco las bolas que me hayan puesto en el rol de poeta maldito e incomprendido del rock”.
–¿Por algún motivo está decepcionado con el rumbo de su carrera?
–¿Decepción? No. En la Argentina es fácil echarle la culpa a alguien... Yo saqué mi primer disco solista en el 2001, dos años después de empezar a intentarlo, y eso sucedió un mes antes del corralito. Los pibes que lo fabricaban eran personas comunes y el 3 a 1 les imposibilitó todo. ¿Yo qué iba a hacer? Giramos por la costa con dinero prestado, llegué a Buenos Aires y fui a negociar yo mismo la difusión del disco, y en seis meses, una canción figuraba en el ranking de la Rock and Pop. Si no, estaría más muerto que vivo. Esos pequeños gestos son triunfos gloriosos para mí. Dentro del desastre que es todo esto, yo me siento contenido y, como diría Chávez (ayer lo vi y estoy re-chavista), camino solo pero bien acompañado. No me puedo sentir mal con mi carrera, al contrario, me siento halagado. Me siento un privilegiado, entre otras cosas porque tengo intuición y fe. Nunca dudo de lo que voy a hacer y de lo que va a pasar. Soy un obstinado y convencido. Soy un místico, tengo visiones. Y percepción. Avanzo.
La charla se desvía hacia un terreno, impulsada por el mismo entrevistado. Habla de su madre, a partir de una sentencia. “Quiero estar elevado, elevarme y despejar la mente. Lo hago desde chiquito porque mi vieja era de la Escuela Basilio, ella me lo enseñó. Mi padre, militante socialista duro, no creía en nada de eso. Nací en un hogar de Flores Sur, en una familia de nobleza antigua y sacrificio moderno. Había tías de mis viejos que eran cantantes líricas y pianistas, tenía acceso a la cultura. De ese balance vengo.”
–¿Por eso eligió el rock como forma de expresión?
–Seguramente en los shows de rock, de cumbia villera, te tiene que recorrer algo por la médula espinal. Mínimamente produce un escalofrío, una emoción... Algo que no es tangible ni material. Por eso sigo haciendo canciones. A ver... Tuve la ventaja de haber mezclado un disco en Madrid, Espiritango de Los Visitantes, con Calamaro, entonces viajé allá y fui al Museo del Prado. Vi a Velázquez y me puse a llorar, una emoción insólita frente a una obra de arte plástica, que está quieta y muerta, con cientos de años de antigüedad. Por otro lado, la cumbia villera y la música popular en general pertenecen al pueblo, hablan por él, dicen por él. Todo eso está vivo, hoy.
–En una entrevista con la reaparecida Cerdos & Peces dijo: “En los ’90, tener éxito en el rock fue igual a traición”. ¿Por qué?
–Estamos un poco cerca de los ’90 para verlo un poco más claro. No sé bien a qué obedecen estas cosas, a mí me dan por pensar que se trata de fuerzas que no manejamos, que justamente son espirituales antes que pragmáticas y con lógica de mercado. Realmente creo que Los Visitantes estaban para ser una banda comercial, como Bersuit y Los Piojos, que venden discos y miles de entradas a sus shows. Pero creo que hay algo que me cuidó de eso. Igualmente, en todos estos años voy disfrutando de lo que me toca. “Si no ocupo yo este lugar, ¿quién carajo lo va a ocupar?”, me pregunto. Soy ese pibe que va y va. Me dicen que tengo que mostrarme porque me conoce todo el mundo, pero no se conoce mi cara... Son las responsabilidades de siempre, a las que siempre digo que sí, pero en el fondo es “no”. Por eso estoy aquí. Ahora yo quiero que “sí”, que vengo adulto, sólido, haciendo mi vida, mi carrera artística. Porque con o sin compañía discográfica, voy a seguir haciendo música hasta que me muera. Voy con la guitarrita, toco y paro la olla. Me chupan un huevo todos. Ya estoy casi feliz en ese rol, porque escribo canciones que obedecen a cuestiones muy profundas y por eso son catárquicas. Voy, las toco en vivo y me garpan por eso.

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“En la Argentina es fácil echarle la culpa a alguien”, dice Palo, conforme con su carrera artística.
 
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