ESPECTáCULOS

“Quise hablar sobre la violencia del bienestar”

Ana Katz, que dirige la obra Lucro cesante, montada en el Abasto Social Club, explica por qué decidió retratar, con mucho humor, los estados de incomodidad que pueden acarrear las vacaciones.

 Por Cecilia Hopkins

A los 7 años, Ana Katz ya estaba representando una obra de su autoría en la casa de sus compañeritas de escuela. No mucho después comenzó a estudiar con Héctor Presas y Hugo Midón y ya de adolescente frecuentó los talleres de Helena Tritek y Hugo Chávez. Pero Katz sintió desde siempre una gran atracción por el cine. Y esto la decidió a alternar sus estudios de actuación y puesta con los cursos de la Universidad del Cine a la búsqueda de nuevas herramientas para edificar universos de ficción: “Nunca me llamó la atención la televisión, pero me fascinan el cine y el teatro, las posibilidades que ofrecen para materializar mundos imaginarios”, confirma en la entrevista con Página/12. A un año de estrenada su ópera prima, El juego de la silla (una película que obtuvo doce premios internacionales, cuyo guión surgió de un cuento y que, una vez filmado se convirtió en obra teatral), Katz vuelve a tentar suerte en el teatro con otra obra de su autoría y dirección. Se trata de Lucro cesante, interpretada por Luciana Lifstchitz, Violeta Urtizberea y Julieta Zylberberg. La pieza, que puede verse en el Abasto Social Club (Humahuaca 3649), cuenta con música de Nicolás Villamil, escenografía de Diego de Paula y vestuario de Mora Recalde.
Lucro... fue escrita por Katz sobre la marcha de los ensayos, junto a las intérpretes. Para la autora y directora, quien define su obra como una comedia, el humor es la mejor vía de acceso a todo tipo de emociones: “No hay como Chaplin o Buster Keaton para eso”, opina. La pieza está centrada en lo que les ocurre a tres amigas durante una breve estadía en la playa, “un período de supuesto descanso y disfrute, a partir del cual primero surge una sensación de extrañamiento y después, la angustia”. Entre las escenas se escucha una voz (grabada por Rodrigo de la Serna) que promociona lugares de interés turístico. A causa de las presiones que representan la publicidad, la familia y la oficina, las protagonistas sienten que deben lograr un disfrute a toda costa (incluso, renunciando temporariamente a producir ganancias, de ahí el nombre de la pieza) y por esto hacen todo lo posible para que esos días se transformen en un recuerdo inolvidable: “Ellas están decididas a pasar unas buenas vacaciones pero el miedo a conectarse con el tiempo libre puede más”. Según la autora, la pieza mantiene una fuerte conexión temática con el guión del que será su segundo largometraje, Bienestar: “Los dos textos fueron escritos en paralelo y por esa razón abordan lo que podría llamarse la violencia del bienestar, de la buena vida, tal como se plantea en la actualidad: toda la película transcurre en un barrio privado, una ciudad protegida por murallas donde, según mi entender, se repite a pequeña escala el esquema de toda la sociedad”. Si bien en el exterior El juego... recibió premios de público y crítica, Katz reconoce que en el país la película se mantuvo muy poco tiempo en cartel: “Fueron a verla alrededor de 1200 espectadores, todo el equipo de producción la promocionó volanteando, pero quedó fuera de pantalla porque no se puede competir con el cine norteamericano: por eso me parece vital para el cine nacional que exista una ley para modificar la distribución”, afirma.
–¿En qué pensaba cuando elaboraba la idea de disfrute de los personajes?
–Me parece que en esta sociedad está instalada la idea de que para disfrutar hay que comer comida de tal país, vestirse de determinada manera o, si te angustiás, tomar tal pastilla. En todos los casos, lo que hay que hacer es encauzar rápido los sentimientos. Pero en la obra, los personajes viven procesos que, en mi opinión, son sanos y naturales y que es mejor no evitar. A mí me parece bien no tapar el valor que tienen las crisis.
–¿Por qué le interesa tanto trabajar con los lugares comunes?
–Es porque los lugares comunes siempre aparecen para disimular un estado latente de temor o angustia, estados emocionales donde no se quiere permanecer. Me parece que tapan emociones, que actúan en las personas como una forma de rescate. Es como cuando uno habla del tiempo en un ascensor, es porque no queremos intimar con el otro. Pero la idea de la obra no es hacer un estudio de los lugares comunes, sino retratar los estados de incomodidad que puede acarrear el descanso, siempre desde lo sensorial, sin plantear un crecimiento o desarrollo en las protagonistas.
–¿Cómo describiría a sus personajes?
–Samantha muestra una gran fragilidad, se conecta con más facilidad que las otras con una música o un paisaje, pero una parte de ella querría estar en casa, junto a su madre. Amanda es inactiva y la más temerosa. Y Wanda es la más concreta de las tres, la más valiente.
–¿Hará una película con esta obra en el futuro?
–No creo que pueda en este caso, porque es una obra netamente teatral, y esto se nota no tanto en su texto sino en su interpretación. Si hago una comparación con el cine, el teatro a mí me parece más misterioso. Porque el cine trabaja sobre la realidad, aunque plantee nuevas lógicas, y en teatro todo se pone en tela de juicio, desde los elementos que se usan hasta el espacio. Y es, además, mucho más íntimo y privado.

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Ana Katz dirigió el año pasado la película El juego de la silla.
 
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