ESPECTáCULOS › “TIEMPO FINAL” ARRANCO A FULL SU TERCERA TEMPORADA

El gourmet en su licuadora

La ficción de los Borenzstein revalidó en el primer capítulo 2002 el secreto de su éxito: contar una historia utilizando buenos actores

 Por Julián Gorodischer

La cocinera prepara su banquete, y el aire de loca se refuerza en la mirada que se dispara para el costado, las respuestas parcas, la devoción exagerada al patrón y el andar fisgón por el resto de la casa. El micromundo de su cocina, con el espíritu de Peter Greenaway sobrevolando, la convierte en ama y señora a pesar del austero escalafón de cocinera. “Tiempo final” (lunes a las 23, por Telefé), no por defecto, recorre tópicos gastados: el suyo no es el afán de contar lo nuevo, sino de recorrer con eficacia las claves del género policial para generar intriga. Su regreso cumplió con la expectativa: Euménide (Norma Aleandro) cocina su salsa y anticipa el final cantado cuando Georgina (Leonor Benedetto), invitada hostil y maleducada, la acosa con recomendaciones y amenazas. El dueño de casa se reserva, sin embargo, la mejor carta, el golpe de efecto e inversión del villano, para el final.
En busca de una economía narrativa, “El gourmet” (primer capítulo de “Tiempo final”) despojó su anécdota de ornamento. La trama es simple: ante el acoso de Georgina, la cocinera Euménide prepara una falla en la licuadora para electrocutarla y que parezca un accidente, como hizo años atrás con otra intrusa, primera esposa de su empleador. Por error, la que queda pegada es otra invitada a la última cena, y entonces un sartenazo corona los dos crímenes. De conspiradora en la sombra a serial killer en pocos minutos, Euménide parece tener garantizada delación y condena, porque todo en el asesinato es obvio: la desaparición de las dos mujeres y la licuadora adulterada a disposición de la pesquisa, pero “el gourmet” (o el señor Raúl) no será su captor sino su cómplice. Y todo sea por paladear esas lonchas de carne adobadas a la plancha, “una carne de único dulzor”, que la cocinera rebanó de la pierna de Georgina.
A ritmo vertiginoso, en trazo grueso y con apoyatura puesta en la acción y no en el trazado de una psicología de personajes, “El gourmet” construyó una intimidad entre dos personas. El de Euménide y Raúl es un pacto que nunca se dice del todo, que quedará en ligera duda con el final “en air” y se basará en algo tan superficial pero trascendente como el sabor de una loncha de carne, tal vez porque Raúl (según había dicho Georgina) tiene el alma en el estómago, tal vez porque en el coqueteo del patrón y la empleada, apenas insinuado, se esconde el centro de esta historia y no sus márgenes. En la cocina sobreviven las miserias de la casa; nunca tan cierto aquello de que entrar a la cocina es la forma de espiar una privacidad, en este caso, el gusto prohibido, la ilegalidad y el vínculo que no se atreve a nombrarse. El asesinato (de la primera mujer de Raúl, y de Georgina) sella la relación entre cocinera y patrón, y parece ser la estrategia del caníbal para degustar el manjar. Directores refinados, los hermanos Borenzstein no subrayan la extrañeza de la anécdota ni quieren explicarla.
En definitiva, esta no es más que la pasión del bon vivant por comer lo que le gusta, despojada de moralismo o falsa profundidad. La canción del remate (“Toda una vida... estaría contigo...”) es una pura ironía en contraste con la parquedad de la empleada, la ausencia de romance, la pura remisión al sabor de la carne adobada y el talento culinario de la cocinera. Poco texto y mucha acción, una narración como en el cine, hacen del ciclo una extraña excepción basada en la falta de pretensiones: contar lo pequeño, creen los Borenzstein, puede ser hermoso, aun a riesgo de que muchas de sus historias terminen siendo parecidas, motivadas por situaciones similares, a saber: el anfitrión que se revela déspota, o el intruso captor, o la pasión entre enamorados con desenlace criminal.
Programa de actores, “Tiempo final” quedó configurado como ejemplar único de su tipo. Es la única apuesta de riesgo de la ficción local, sin ninguna veta costumbrista o barrial y con factura de cine. Nació no en busca de la fórmula del éxito, sino con la saludable vocación de contaruna historia de otro modo, en los sesenta minutos de su hora reloj, y abrió sus puertas a buenos actores para dejarlos construir sus personajes a su manera. Esas son las claves que hicieron de “Tiempo final” un clásico, consolidado por unas pocas variables que marcan la diferencia: su falta de ambición, su historia pequeña en una hora de tiempo real, tan distante del diálogo artificial y la bajada de línea que la tele propone en otras ficciones.
Mucho tiene que ver, también, la artesanía visual que los responsables del ciclo se imponen, consiguiendo un producto atípico. Es que “Tiempo...” no cae ante el altar de la veloz edición de videoclip, pero tampoco se prohíbe ciertos guiños modernos, que llevan del ojo de la asesina a un rápido flashback, para volver a ese ambiente de cocina que se vuelve cada vez más amenazante. Allí es donde el programa elude la tentación fácil y vuelve a esa tensión demorada del relato, en la que una simple mirada augura nuevas explosiones en la trama. O, mejor aún, sólo las sugiere: créase o no, la TV todavía concede un espacio a la sutileza.

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