ESPECTáCULOS › WOODY ALLEN REVOLUCIONO LA INAUGURACION DE SAN SEBASTIAN

Tiempo de comedias y tragedias

El cineasta neoyorquino estrenó su nuevo film, Miranda y Miranda, en el que reaparecen parejas en crisis, triangulaciones del deseo y traiciones amorosas. En la conferencia de prensa le preguntaron por Bush. Dijo que es “bastante cómico”, pero “en contexto trágico”.

 Por Horacio Bernades

Si alguien soñó alguna vez con ver a Almodóvar entregándole un premio a Woody Allen, anoche habrá sentido que el sueño se hizo realidad, ya que precisamente eso es lo que ocurrió durante la gala inaugural del Festival de San Sebastián. La 52ª edición del festival vasco se inició, así, con el que será sin duda uno de sus momentos culminantes, cuando el director de Todo sobre mi madre entregó a su admirado colega el Premio Donostia, por el conjunto de su obra. “Vi todas las películas de Almodóvar”, había anticipado Allen durante la conferencia de prensa celebrada en el centro de reuniones del Kursaal, horas antes de recibir el premio e inmediatamente después de la función para prensa de Miranda y Miranda, su nuevo opus. Mr. Koenigsberg cerró el comentario con una lisonja que sonó verdadera: “En realidad, debería ser yo quien lo premiara a él”.
La presencia del realizador de Manhattan es desde ya uno de los grandes éxitos de esta nueva edición del festival que dirige Mikel Olaregui. Sobre todo teniendo en cuenta que, pudiendo haber estrenado su nuevo opus en la amada Venecia, Woody eligió esperar unos días y hacerlo finalmente en esta ciudad guipuzcoana. Miranda y Miranda tuvo su lanzamiento internacional por la noche, en la enorme sala del Kursaal, inmediatamente después de que Almodóvar depositara el Premio Donostia en manos de Allen. El hecho de que el festival donostiarra dedique una paralela completa a su obra debe haber influido en la decisión de cederle a San Sebastián el estreno internacional de su película, que aún no se ha visto en Estados Unidos. Y debe decirse que Miranda y Miranda justifica en buena medida el bochinche generado alrededor de su presentación, ya que se trata de una suerte de regreso a las fuentes tras un lustro de películas en serie, que llegaron a hacer temer por el estado de su salud artística.
Protagonizada por uno de esos elencos multitudinarios que lo caracterizan y filmando por enésima vez en Manhattan, desde la escena inicial se hace evidente que Miranda y Miranda lleva en el orillo la marca de su realizador. Alrededor de la mesa de un bar, un grupo de hombres y mujeres discute sobre las relaciones entre tragedia y comedia. Casi como una apuesta, alguien cuenta una historia que a su vez le fue contada, y dos de sus contertulios recogen el guante y se proponen hacer de esa historia una ficción, narrándola uno de modo trágico y el otro, en clave cómica. De allí en más, ambos relatos se entrelazarán sin solución de continuidad, ratificando, en la puesta en escena, la idea de que ambas formas de la dramaturgia están íntimamente ligadas.
Una suerte de doble de cuerpo del propio Allen (Wallace Shawn, pequeñín feúcho y nervioso) hace explícita esa idea, refrendando así el obvio carácter autorreferente que tiene una premisa así, viniendo de alguien que, como Woody, desde hace un rato largo viene jugando con la idea de que lo cómico no es otra cosa que lo trágico, sólo que mirado de otro modo. Todo sería apenas un jueguito metalingüístico (no necesariamente novedoso) si no fuera porque la propia ficción-dentro-de-la-ficción se justifica a sí misma, haciendo gala de la gracia, frescura y poder de observación que desde temprano le dieron a Allen nombre y apellido (aunque en verdad se trate de un seudónimo, seguido de su verdadero nombre de pila). Todo un catálogo alleniano, en Miranda y Miranda reaparecen las parejas en crisis, las triangulaciones del deseo y las traiciones, decepciones e ilusiones amorosas. Hasta el punto de que, podría pensarse, programar una película como ésta anula la necesidad de una retrospectiva: es como fuera una retrospectiva en sí misma.
Alguien dirá que no hay nada nuevo en este nuevo Allen, cuyo estreno en Argentina no está confirmado por el momento. Pero lo cierto es que Miranda y Miranda se ve con el mismo placer que puede despertar el reencuentro conun viejo amigo, que acabara de recuperarse de una larga enfermedad. El placer crece incluso con el correr de los minutos y es posible que esto se deba a que el viejo zorro reservó para el último tercio de película sus mejores one liners y escenas cómicas. Protagonizadas siempre por el cómico Will Ferrell, que está francamente delicioso “haciendo de Woody”. En una de ellas, su personaje –que viene de una considerable abstinencia sexual– conoce a una chica dispuestísima y enormemente deseable. Pero tiene un pequeño defecto: es militante republicana. “Mirá que yo soy liberal”, advierte Ferrel. “¿En política o en la cama?”, pregunta, rápida, su compañera. “En la cama soy liberal de izquierda”. “Yo, en la cama soy radical”, anuncia la chica y se le tira encima.
Pero no hay que olvidar que Miranda y Miranda es también una tragedia, y en esto tiene mucho que ver el personaje protagónico, ese que se desdobla en el título. Arrastrando un pasado de infidelidades, divorcios, pérdida de la custodia de los hijos, un intento de suicidio, el encierro en un manicomio y –last but not least, dirían los sajones– el asesinato de un amante, la rubia Rhada Mitchell logra una actuación consagratoria, sumándole desusadas dosis de intensidad y hondura a su incuestionable y finísimo sex appeal. Durante la conferencia de prensa que siguió a la proyección, Mitchel se sentó a la derecha de Allen –clásicamente ataviado con camisa celeste pálido y pantalones caquis– y el equipo se completó con las bellas Amanda Peet y Chloë Sevigny, a quienes se sumó el morocho Chiwetel Ejiofor, protagonista de Negocios entrañables, quien en Miranda y Miranda hace de un músico con bastante arrastre.
“¿Y Bush, qué clase de personaje le parece que es? ¿Trágico o cómico?”, disparó uno a los asistentes a la conferencia de prensa. “Bueno, si lo mirás y escuchás es bastante divertido, bastante cómico. Pero no hay que olvidar que lo es en un contexto trágico.” Teniendo en cuenta el éxito con las mujeres del personaje de Ejiofor en la película, otra pregunta apuntó al hecho de que el propio también Allen es músico. “¿El hecho de tocar el clarinete le sirvió para conquistar chicas?”, azuzó el periodista. Woody se rió, lo pensó un poquito y finalmente comentó que nunca había tenido la misma suerte que el personaje, seguramente por la diferencia de instrumentos. “El hace de pianista y el piano es un instrumento más sexy. Podés fumar mientras tocás, el cigarrillo te cuelga de la comisura, esas cosas. En cambio, el clarinete... Cuando tocás se te hinchan los cachetes. No es muy sexy.”
Ni lerda ni perezosa, a la hora de confesar cómo se sintió trabajando con él, Amanda Peet (a quien se vio hace poco como hija de Diane Keaton, en Alguien tiene que ceder) dijo haberse enamorado de Woody... desde el momento que lo vio tocar el clarinete. Ciertas preguntas ligeramente desacomodadas proveyeron otros momentos cómicos de la conferencia de prensa, como cuando, en un exceso de celo cinéfilo, uno de los presentes preguntó a Woody si cierta frase de la película (“La vida debe continuar”, o algo así) era un homenaje a una afirmación semejante, que alguien pronuncia en una vieja película estadounidense. “Me parece que ‘La vida debe continuar’ es una frase más bien común, ¿no?”, desairó Allen, antes de pasar a la siguiente pregunta. Cuando otro de los presentes sonsacó que el nombre de Miranda podía tener resonancias shakespereanas, Woody aclaró que lo había elegido por la simple razón de que era fácil de tipear. Por las dudas remarcó que, por muy admirables que fueran sus tragedias, las comedias de Shakespeare nunca le parecieron demasiado divertidas.
Con lo cual todo terminó como había empezado: hablando de las relaciones entre comedia y tragedia.

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Pedro Almodóvar entregó a su admirado Woody Allen el Premio Donostia, por el conjunto de su obra.
 
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