ESPECTáCULOS

La música y la nieve compartieron escena en San Martín de los Andes

Liliana Herrero-Adrián Iaies, parejas de baile y artistas locales le dieron brillo artístico al I Festival Lagos, Jazz y Tango.

 Por Karina Micheletto

Iván Romero y Marcela Vespasiano, los flamantes campeones mundiales de tango, se sacan las botas de nieve y se calzan los zapatos lustrosos de rigor. Alguien les saca las camperas en un movimiento rápido y ella queda con los hombros al aire y un vestido con tajos hasta la cintura. Suenan los primeros compases de Zum, de Astor Piazzolla, y los dos se dejan llevar por la música, mientras les sale humito por las narices. Como si no hicieran siete grados bajo cero de temperatura, como si no estuvieran en el cerro Chapelco, a 1600 metros de altura y rodeados de turistas que se acercan con curiosidad, enfundados en otro tipo de trajes, más cambalacheros. Esta fue una de las fotografías que marcaron el I Festival Lagos, Jazz y Tango, que culminó el domingo pasado en el privilegiado escenario natural de San Martín de los Andes, y que entre sus mejores propuestas ofreció un concierto memorable de Liliana Herrero y Adrián Iaies.
Durante los tres días que duró el festival llovió intermitentemente, salió el sol, cayó aguanieve, copos compactos de nieve, volvió a salir el sol, y también todo a la vez. Ese clima festejado por los turistas que copan el cerro Chapelco como un colchón de buena nieve asegurada también puede cancelar y desviar vuelos imprevistamente, temporales de por medio. Por eso el festival se quedó sin uno de sus artistas programados, el tanguero actor Juan Darthés, que terminó pegando la vuelta a Buenos Aires desde el aeropuerto de Neuquén. Aun así, hubo música de sobra. El exquisito dúo que conforman Liliana Herrero y Adrián Iaies y grupos locales como Abel Calzetta, Tutto Jazz, Tango al Sur, Luis Cides y Pachamama dotaron al festival de interés artístico.
El evento fue pensado como un atractivo turístico (de hecho, la fecha elegida coincidió con un fin de semana largo de los chilenos, que festejan su día de la independencia) y si se tiene en cuenta que una familia tipo deja aquí diez mil pesos en una semana de esquí (algo menos en estos días, fuera de temporada) se entiende la preocupación por incentivar su llegada. Pero el festival también mira hacia adentro de una comunidad pequeña y sedienta de eventos culturales. Por eso, además de los recitales en distintos puntos de la ciudad, se programaron clínicas de música y clases abiertas de baile. Los organizadores del evento (una coproducción de los entes turísticos de San Martín y Neuquén y la empresa Zona Comunicación) insisten en la importancia de que este primer festival logre continuidad en el tiempo. Experiencias anteriores como el Festival de Música Argentina del anteaño pasado o el Festival de los Siete Lagos de 2000 (organizado por la Nación bajo la gestión Lopérfido y con gran despliegue de figuras internacionales como John Pattitucci, Dave Holland o Chucho Valdés) no terminaron de dar resultado. La apuesta de este año fue la de un comienzo más modesto que permita seguir trabajando en la identidad del festival.
Entre las propuestas del Lagos, Jazz y Tango se destacó la del grupo argentino-chileno Pachamama, que comenzó apadrinado por Jaime Torres interpretando música andina y con el tiempo fue incorporando ritmos e instrumentos del mundo. En el cálido teatro del Centro Cultural Amankay hicieron sonar sikus pero también tablas hindúes, campanas tibetanas, d’jembé y udú africanos, en un repertorio que abarcó desde el folklore francés hasta una letra del cacique mapuche Abel Curruhuica. Lo de Herrero y Iaies, en el comienzo del festival, impactó por su belleza. La cosa había arrancado complicada, con un colado con algunas copas de más que desde el backstage intentaba alentar, pero molestaba. Bastó una primera estrofa de María para imponer un clima propio que tema a tema se fue adueñando de la noche. El dúo, quedó claro, se entiende más allá de cualquier ensayo, y cierto aire lúdico marca toda la propuesta. Sólo así Iaies puede volver a decir con los bajos de su piano Nieblas del Riachuelo, y juntos pueden volver tristísima la Milonga triste, o irónicamente sabia Por una cabeza, y pueden mostrar cuán vanos son los purismos del jazz, el tango o el folklore. “No es que no existan fronteras de géneros, y que las hay, las hay. Pero sí existe un diálogo permanente, siempre tenso, entre géneros y tradiciones”, diría más tarde Herrero en una de esas charlas que propician encuentros como éste, discutiendo el concepto de libertad como patrimonio exclusivo del jazz. “Yo estoy convencida de que la voz habla. Y habla desde sus herencias, tradiciones, memorias de lucha”, aseguraba la cantante en esa charla. Cuando canta, no se desdice.

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Los bailarines de tango le sacaron el frío a la tarde de Chapelco.
 
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