ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON JAVIER DAULTE, QUE ESTRENA
NUNCA ESTUVISTE TAN ADORABLE EN EL SARMIENTO

“La historia de cualquier familia es épica”

Su nueva obra fue escrita para el ciclo Biodramas. Está basada en los detalles que Daulte reconstruye sobre su abuela.

 Por Cecilia Hopkins

“Encontrar a un director que fuese alguien para que hiciese de mis desconocidas obras algo y así poder dejar yo de ser nadie”, era el deseo de Javier Daulte al momento de publicar tres de sus primeras obras en un libro que él mismo financió. A pesar del fervor que puso en su distribución, el dramaturgo en ciernes debió esperar algunos años para ver cumplido su anhelo de trascender las páginas y saltar al escenario (ver recuadro). Recientemente, Daulte festejó en el Espacio Callejón la edición de cinco piezas (en la Colección Dramaturgos Argentinos Contemporáneos de Editorial Corregidor), dos de las cuales ya integraban aquel primer intento editorial de hace diez años. Lo cierto es que, desde el estreno de Criminal en 1997, bajo la dirección de Diego Kogan, la carrera dramatúrgica de Daulte ha venido describiendo una línea ascendente que lo ha convertido en uno de los más singulares dramaturgos-directores de sus propios textos, a raíz de lo cual supo obtener todos los premios nacionales dedicados al teatro, amén de internacionalizar su obra. A cinco años de su primer estreno en el exterior (Geometría fue vista en Japón), su obra ¿Estás ahí? conocerá en breve una versión mexicana (la dirigirá Daniel Jiménez Cacho, también actor en la última película de Almodóvar) y una en idioma catalán, que el mismo autor estrenará en Barcelona en febrero próximo. El último de sus textos, Nunca estuviste tan adorable, sube a escena hoy (sábado 16) en el teatro Sarmiento (Sarmiento 2715) con un elenco integrado por Mirta Busnelli, María Onetto, Carlos Portaluppi, Luciano Cáceres, Lucrecia Oviedo, Lorena Forte y Willy Prociuk. El diseño de sonido y video pertenece a Pablo Ratto, la coreografía a Carlos Casella, y el vestuario es obra de Mariana Polski. La escenografía y la iluminación son de Alicia Leloutre y Gonzalo Córdova, respectivamente.
Para escribir su obra Martha Stutz (1997), Daulte reunió todo el material posible en torno de un caso de secuestro y desaparición nunca resuelto, en 1938, de una nena cordobesa. Escrita por encargo, su nueva pieza también tiene que ver con personajes reales. Nunca estuviste... es la séptima obra del Proyecto Biodrama, creado por Vivi Tellas, directora artística de la sala Sarmiento, con vistas a descubrir formas alternativas de hacer teatro capitalizando la experiencia real. La propuesta –inscripta en una tendencia surgida en Europa que continúa en expansión– consiste en elegir una persona viva (pública o anónima, pero argentina) y, a partir del contacto directo, capturar las particularidades de su mundo, en lo familiar, laboral o afectivo entre otras posibilidades. “El biodrama da un margen de libertad enorme a pesar de que la pauta de trabajo es muy ceñida –dice Daulte en una entrevista con Página/12– y esto ha posibilitado mucha experimentación. En mi caso, como se trata de trabajar con la biografía de personas vivas, en un principio tuve miedo de sentirme maniatado, porque cuando hago teatro no me gusta censurarme ni ser condescendiente...pero a la vez no quería exponer a otros. Después me di cuenta de que el Biodrama era el contexto perfecto para una obra que hace tiempo quería hacer basada en la red vincular de mi familia materna.”
–¿Quiénes son los personajes de su obra?
–A mí siempre me llamó la atención mi abuela materna, una mujer que, de muy pobre, pasó a tener una buena posición económica, que aun después de casada fue muy obsequiada por los hombres sin que este hecho fuese ocultado ante nadie. Yo viví con ella toda mi infancia y adolescencia. Pero al estar ya fallecida, tuve que trabajar con la figura de mi mamá y mis tíos, quienes me dieron generosamente su permiso. Me propuse a mí mismo trabajar sobre esa parte de mi familia, pero sin documentarme. Quería basarme sobre todo en aquello que había oído de chico sobre hechos que pasaron antes de que yo naciera, en la década del 50. Me ceñí a los recuerdos que yo tenía sobre un suceso, sobre comentarios o preguntas que alguna vez hice. Y trabajé sobre tres zonas determinadas por –lo que me contaron que pasó-lo que yo mismo recuerdo-lo que me hubiera gustado que ocurriera.
–Entonces, la obra tiene el punto de vista de un niño...
–Como premisa interna, trabajé desde esa perspectiva, pero esto no fue trasladado al espectáculo, porque no existe ningún niño en el rol de narrador. La obra es completamente lineal, no tiene demasiado de experimental si por eso entendemos que hay alguna cosa rara. Lo que pretendí hacer fue responder a las premisas de trabajo y a la vez lograr una obra de la cual no haga falta aclarar que esos personajes existen en la realidad para que tenga un valor narrativo. Porque –sin establecer ninguna comparación, claro– me pregunto si tiene alguna importancia que Hamlet haya existido o no como personaje para valorizar la obra de Shakespeare.
–¿Por qué cree que resulta atractiva la historia de una familia común?
–Me parece que la historia de cualquier familia, contada desde sus detalles y a través del tiempo, adquiere un aspecto épico, aunque no se destaque de otras historias ni por trágica ni por sublime. Esto ocurre, me parece, porque se cuenta en términos de síntesis, y es allí donde aparece lo maravilloso. Todo su carácter narrativo. Además, el salto temporal genera una tensión muy fuerte, muy atractiva.
–¿Cuál es el verosímil sobre el que se asienta el espectáculo?
–Uno siempre crea un verosímil para ponerlo al servicio de la narración. En este caso necesité referirme a una época determinada, a los años ’50 cuando se intentaba tapar con la ilusión del bienestar –la aparición de los electrodomésticos marca ese momento– los horrores de la guerra. En ese contexto, aparece la historia de mi abuela, luego la de mis padres y otras historias de amor.
–¿La memoria es uno de los temas de la obra?
–No, pero trabajé con mi memoria. La memoria es un ejercicio aleatorio, caprichoso, equivocado, es natural que se recuerde mal. Pero cuando hay historias que son dignas de recordar solamente por sus propios protagonistas, llama la atención que haya un reversionamiento constante. Y eso es lo que me interesa de las familias, que haya cosas acerca de las cuales nadie se pone de acuerdo. Esto no debe ser evitable ni deseable, simplemente tiene que ver con la neurotización: hay algo que se vuelve naturalmente mentiroso en nosotros. El pasado no es otra cosa que un presente, sólo que en otro momento del tiempo. Luego, entre lo que yo vivo y lo que recuerdo que viví hay una tensión que nos permite crear e imaginar y, además, liberarnos, si no recordemos el cuento de Borges, Funes el memorioso. Me parece que es imposible vivir recordando: en la capacidad de olvido, en el error, el disenso o la fabulación, ahí se abren los márgenes de lo creativo.
–¿Qué lugar ocupa la casualidad en la obra?
–Cuando uno piensa en los orígenes de uno mismo, lo hace en términos de inexorabilidad. Pero cuando uno se corre de ese lugar narcisista, se da cuenta de que vino al mundo por una serie de casualidades. Uno de los personajes enuncia una teoría que yo tengo por la cual todos podemos pensarnos como producto de una infinita sucesión de historias de amor afortunado, equivocado, fallido o trunco, pero de una voluntad de amar, en definitiva. Por eso escribí que “la propia existencia es en sí prueba de tan inverosímil y empalagoso cúmulo romántico; producto a su vez de un fino tejido desiderativo, la más de las veces, invisible”.

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Obras de Daulte llegaron a Japón y ahora se aprestan a ser montadas en México.
 
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