ESPECTáCULOS › RODOLFO RANNI, TV Y TEATRO

Un reencuentro que esperó casi 50 años

El lunes debuta en Los machos; mientras, sigue ensayando con Graciela Borges.

Por E. R.

Haciendo no demasiado esfuerzo, Rodolfo Ranni cuenta con una pizca de asombro que hace casi cincuenta años que no se cruza arriba de un escenario con Graciela Borges, pese a sus extensas trayectorias. “Es increíble que en tanto tiempo no nos hayamos cruzado en alguna obra”, se lamenta el actor. “La primera y última vez –apunta– que trabajamos juntos en teatro fue en 1957, en El bosque petrificado. Desde esa obra, sólo nos encontramos en el cine en un par de ocasiones.” Hasta ahora, cuando el destino los volvió a cruzar como la dupla protagónica de Cartas de amor. “Los encuentros y los reencuentros son parte del trabajo del actor. Uno puede trabajar con una persona todos los días y después, tal vez, pasa una o dos décadas sin verlos”, explica el actor, que arrastra una bronquitis que hizo retrasar el estreno de la obra y que este lunes debuta en América con Los machos.
–¿Hay mucho amor platónico en la obra?
–Muchísimo. Una vez sola llegan a concretar el amor que sienten, en todos esos años. Es una relación de muchos desencuentros. Y pese a que en ese único encuentro ellos se dan cuenta de que son el uno para el otro, es como que la vida siempre los va separando por diversas causas.
–¿Las cartas sirven de vehículos para conocer las complejidades de esas dos personas?
–La obra tiene un efecto extraordinario. No es que se leen cartas, sino que la obra tiene un avance en clave dialógica entre las cartas de uno y otro. Son dos personas sentadas frente al público que nunca se miran. Se van contestando mediante las cartas uno a otro. Es una obra que tiene mucha música y mucho clima, necesario para subrayar los momentos que van pasando en la relación.
–Es una obra que tiene muchos años en cartel, con diferentes parejas protagónicas. ¿Qué le pueden aportar ustedes a ese texto?
–Cada pareja que la ha hecho suma sus cosas. Es una pieza que no está identificada con un determinado tipo de actores. La han hecho actores y actrices muy disímiles. Incluso, la primera vez que la obra se hizo en el país en el Regina, todos los meses la interpretaba una pareja distinta. Y había gente que volvía a ver la obra con otros actores. Creo que el placer de trabajar juntos puede predisponer al público de alguna manera particular: le vamos a imprimir nuestro propio sello. Todo depende de la forma de actuar de cada actor. Los personajes no se van a cambiar, pero se pueden transmitir distintas cosas a partir de ese personaje. No hay un actor igual a otro.
–¿Cómo cree que la obra va a ser recibida en tiempos en los que Internet influyó negativamente en la tradición de escribir cartas en manuscrito?
–Creo que la añoranza por tiempos perdidos gusta en la gente. A mí me pega mucho porque no sé manejar una computadora, ni me interesa ni lo haré. Yo sigo escribiendo de puño y letra todavía. Cuando se escribe con puño y letra es porque se dicen cosas importantes: en una carta uno vuelca el corazón. Lo que queda en la carta de puño y letra es como la sangre.
–¿Cómo es transmitir sentimientos únicamente a través de la palabra, sin el uso del cuerpo y una escenografía que acompañe?
–No es fácil. Yo estoy bastante nervioso, es una experiencia nueva. En una obra convencional, uno tiene el decorado y una acción dramática que protege al actor. Muy diferente es estar sentado en el escenario casi sin ningún otro elemento. Igualmente, no es que uno lee la carta y no se mueve. Pero el histrionismo es mínimo. Uno tiene que llegar a la gente con lo primario de un actor, con la voz.

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acActor, cocinero, macho y amante epistolar.
 
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