ESPECTáCULOS › LENNY KRAVITZ EN BUENOS AIRES

La Bombonera tuvo su nuevo bautismo

Tocó el sábado y anoche en la cancha de Boca. Fue el primer gran show del año.

Por Yumber Vera Rojas

Adecuando la legendaria frase de John Lennon: “En esta próxima canción quiero que me acompañen todos. Los de los asientos más baratos que aplaudan, los demás, basta que muevan sus joyas”, durante la presentación de Los Beatles en 1963 ante la Familia Real Británica, en la noche del sábado, si bien seguramente dejaron sus prendas en casa, el público que asistió al debut de Lenny Kravitz en Buenos Aires, en el marco de su Celebrate’ Tour, no paró de sacudir sus billeteras en uno de los recitales más pomposos que se hayan visto en la Argentina durante los últimos años, especialmente en los del post estallido de 2001. Es por ello que la productora del evento tenía la responsabilidad de justificar los astronómicos precios de las entradas, que oscilaron entre los 500 y los 50 pesos, y que finalmente bien lo valieron para los que pudieron costear el primer gran concierto del año en Capital; incluso para los que acudieron a la cita sin ni siquiera tener un disco de Kravitz en su discoteca y que sólo lo conocían por su ruido mediático, que conformaban un importante porcentaje de los 35 mil asistentes.
Con la atención aún en el fantasma de Cromañón, la Bombonera respiraba una rara sensación de fútbol. La tarde del domingo cambió por la del sábado a la noche. Era el mismo olor a paty y a choripán, pero sin banderas ni camisetas azul y oro. Sin policía represiva ni caballos nerviosos ni revendedores ni pungas. Por la calle Del Valle Iberlucea, mientras la gente se internaba entre la humareda de las parrillas buscando los accesos de las puertas 8 y 9, se escuchaba la advertencia, entre risas, de “ahí va Lenny”, refiriéndose a un chico que evocaba el look del cantautor neoyorquino. Para los que ingresaron propiamente a las sillas distribuidas sobre el campo de juego, debajo del eslogan “Un siglo amándote”, una fila de acomodadoras los esperaban con el objetivo de ubicarlos en los asientos. A las 21, las VIP platinum estaban totalmente llenas, aunque se divisaban algunos huecos en las preferenciales. El escenario se ubicaba delante del sector de palcos. Al frente, la platea, salvo por un claro en la parte alta del sector izquierdo y uno en la esquina derecha de la segunda bandeja, estaba colmada. A la vez que las generales, justo hasta el borde del entablado, se abarrotaron.
Tras las presentaciones de Javier Malosetti y Dante Spinetta –quien invitó a su padre en una canción–, el “momento Kodak” se convirtió en una constante. Y es que había que dejar testimonio del acto de presencia en tan magno acontecimiento. La petulancia del star system porteño se confundía entre los vendedores de papas, gaseosas, agua, café y largavistas. Con el Legalize It de Peter Tosh de banda de sonido, Andy Kusnetzoff y el Bebe Contepomi intercambiaban saludos al borde de las sillas de los 500 mangos. Atrás, el Chavo Fucks y el Zorrito Quintiero posaban para los flashes, al tiempo que Nicole Newman & cía. intentaban pasar inadvertidos. La ansiedad se apoderaba del público, que clamaba por la actuación de Kravitz. En un tercer llamado, las luces de la Bombonera se apagaron por fases, y las sombras de las huellas de felino estampadas en el telón que cubría el escenario quedaron totalmente en negro.
Encarnando ese juego de ansiedades y tensiones previos al punto de caramelo de los recitales, mientras el estadio estaba a oscuras sonaba de fondo la versión funk del Sprach Zarathustra de Deodato. A las 22.15 se abrió la cortina e inmediatamente las cámaras de fotografía y celulares desenfundaron todo su poder. Sólo segundos y se hizo la luz. En el fondo del escenario un gran logotipo colgaba con las iniciales LK, inspirada en la fuente de letra que caracterizó a Kiss. Delante de él, Lenny alzaba las manos en forma de V, esperando la ovación, y con su guitarra Gibson Flying V colgando enunciaba: “I’m the Minister of Rock ‘n Roll”. Un instante más escuchando a los que lo veneraban, y dio comienzo a la canción que cobija la frase. Su mutación a predicador en Live estimuló el olor a yerba. El tema se convirtió en una señal de lo que se venía. Le pedía al público que se levantara con el “C’mon everbody!” y le sugería que imitara el movimiento arengador de sus brazos, a la vez que la banda, con un trío coral fantástico y una magistral línea de caños, en ese contexto evangelizador clamaba al Altísimo, lo que le permitió a Lenny agradecerle a Dios, acudiendo a la representación de un reverendo, por esta ocasión y por sus constantes dones: “No es un show tonto, ésta es una celebración. Siento a Dios en mí”, exclamaba. Let Love Rules, donde ofrecía ese insinuante contoneo afroamericano, mantuvo la línea soul y gospel del primer cuarto del concierto, que cerró con el hitero y maravilloso It aint Over till it’s Over, que ciertamente acudía a la impronta sensible y seductora de Curtis Mayfield.
Where Are We Runnin’?, incluido en su nuevo disco, disparó los primeros yeites rockers de su repertorio. Su cover de American Woman, el mítico éxito de los canadienses The Guess Who, levantó de vuelta al público de sus asientos. Pero todavía la conexión entre artista y audiencia no se había producido del todo. Incluso, el sabroso funk Tunnel Vision dio muestras de ese cortocircuito, que ni siquiera pudo remontar con Stand by My Woman, momento que aprovechó para saludar de vuelta al público y elogiar a la mujer, a quien se lo dedicó. Si bien la audiencia devolvía la elocuencia de Kravitz con un “olé, olé, Lenny”, la incierta respuesta ante el ciclotímico Fields of Joy advertía que había problemas. Sin embargo, su dominio de la multitud se evidenció con esa carga de funk rockero, al mejor estilo de Sly and the Family Stone, del corte Mama Said. A lo que siguieron Dig In y el hit de su flamante Baptism: California. Problema resuelto en esta instancia del show, que fue a más con Fly Away, y mediante el cual se despidió por primera vez.
Y la gente quedó sedienta, el público por fin había despertado. Pese a que salió solo con una guitarra acústica y bajó los decibeles con el precioso Calling All Angels, ya las cartas estaban echadas. La adrenalina no descendió. Menos aun cuando dispuso de otro del inolvidable Again. Volvió a decir adiós, pero la efervescencia brotaba en toda la Bombonera, afín a los momentos gloriosos de los xeneizes, cuadro que ahora adoptará al cantautor estadounidense como el “primer gran hincha yanqui” tras aparecerse en el segundo bis con una guitarra estampada a la imagen y semejanza de los colores de Boca Juniors, y, no contento, exclamar: “¡Viva Boca!”. En medio de ese conmovedor cierre, preguntaba: “Are You Ready?”, y canalizó toda la euforia en el hiperkinético Are You Gonna Go My Way. En medio de la ovación, se movió a ambos lados del escenario para agradecerle al público, tanto a los que pagaron las entradas generales, a quienes no olvidó en el desenvolvimiento del recital involucrándolos en el arengue, como a los exclusivos que desenfundaron los 500 pesos, y, claro, a Dios. Antes de abandonar el escenario dijo en español: “Son un público increíble. Thank you”. Un final sólo para bosteros.

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Kravitz presentó Baptism y cantó todos sus hits, ante unos 35 mil fans que pagaron hasta 500 pesos.
 
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