ESPECTáCULOS › “WHISKY ROMEO ZULU”

La zona más oscura de los aeropuertos

El film se interna con precisión en la desidia que llevó a la tragedia de LAPA.

 Por Luciano Monteagudo

El 31 de agosto de 1999, un avión de la línea LAPA con destino a la ciudad de Córdoba, matrícula WRZ (Whisky Romeo Zulu, según los códigos de transmisión radial), chocó y se incendió durante la maniobra de despegue en el aeroparque metropolitano, provocando la muerte de 67 personas. Dos meses antes, el comandante de vuelo civil Enrique Piñeyro –especialista en seguridad aeronáutica– había renunciado a LAPA, después de advertir a la empresa y a la Fuerza Aérea Argentina, repetidamente y por todos los medios, que “un accidente no sólo es previsible sino inevitable” (sic), debido a la crónica falta de mantenimiento de los aviones, a las constantes fallas de seguridad y a la degradación de la cultura operativa que sufrían los pilotos.
Casi simultáneamente, Piñeyro desarrollaba su carrera de actor, primero como el jefe de un campo clandestino de detención durante la última dictadura en Garage Olimpo, de Marco Bechis, y luego en Esperando al Mesías, de Daniel Burman, y en Hijos/Figli, también de Bechis. Se diría que esos rodajes le sirvieron a Piñeyro como entrenamiento para su opera prima como director, Whisky Romeo Zulu, un ajustado thriller político que no especula con la tragedia sino que, por el contrario, denuncia –con firmeza y sin temor a citar nombres propios– la nefasta cadena de negligencias y complicidades que inexorablemente llevaron a la catástrofe.
Que sea el mismo Piñeyro quien protagonice la película, haciendo de sí mismo, puede parecer sin duda un gesto de narcisismo o de falta de modestia, teniendo en cuenta que –en su carácter de productor y director– no tiene ningún pudor en ubicarse a sí mismo en el lugar del héroe del relato. Pero debe reconocerse también que si Piñeyro hubiera decidido poner a otro actor en su lugar, la película no sería la misma: no tendría el grado de convicción y de verdad casi confesional que le aporta Piñeyro volviendo a actuar las situaciones que él mismo vivió y que parecen haberlo impulsado a seguir profundizando obsesivamente en el tema, como un cruzado. A esa verdad hay que sumarle también la verosimilitud, que no es la misma cosa y que Piñeyro consigue piloteando él mismo los aviones que aparecen en la película y haciendo que el espectador ingrese a la cabina de mandos sin tener que sospechar trucas o efectos digitales.
Como para que no queden dudas de que Piñeyro está hablando en primera persona del singular, Whisky Romeo Zulu se abre, en la escena previa a los títulos, con una toma subjetiva del protagonista, en su camino al despacho del fiscal que investiga la causa y donde éste le pregunta, mirando a cámara: “¿Está listo, podemos empezar?”. A partir de allí, la declaración de Piñeyro será el propio film, que se retrotrae a las primeras experiencias del piloto como comandante de LAPA, donde ya desde un comienzo advierte la ligereza como tratan en la empresa y en la Fuerza Aérea las más graves faltas de seguridad. “¿Qué quiere? Estamos en Argentina...”, es toda la respuesta que tiene un comodoro ante el reclamo del piloto por haber tenido que volar a ciegas, sin ayuda de radio o de radar. “La empresa se está expandiendo y hay que poner el hombro, che”, le demandan sus superiores, cuando más adelante se niega a volar un avión que no está en condiciones (y que termina saliendo piloteado por otro comandante, que había reprobado la prueba de vuelo en el simulador). Esa línea narrativa, que va acumulado minuciosamente pequeños incidentes cada vez más significativos, es la que mejor funciona en Whisky Romeo Zulu, pero no es la única. En paralelo, y jugando no sin audacia con otro tiempo de relato, la película sigue las dificultades que tiene el fiscal para llevar adelante la causa, entorpecida por presiones, silencios e incluso amenazas. Sin llegar a tener un peso propio, esta zona de la película va cargando de tensión a la anterior, potenciando el núcleo del relato. No sucede lo mismo con la tercera línea narrativa, una larga derivación romántica que comienza con una farragosa carta leída en off y sigue innecesariamente con un flashback de la infancia del piloto, apasionado ya entonces no sólo por los aviones, sino también por una compañera de colegio, que luego reaparecerá en la figura de Mercedes Morán, como una gerente de relaciones públicas de la empresa con quien tendrá una regresión amorosa y un previsible desengaño.
Por encima de estas debilidades (a las que hay que sumar algunos desniveles en la conducción de los actores), el film de Piñeyro sin embargo impresiona como una crónica sesgada pero muy precisa de una época, los ’90, y una cultura –la de la desaprensión y los negocios a cualquier precio– que todavía parecen perpetuarse en la vida y en la muerte cotidianas. Preestrenado en el anterior Bafici, hace exactamente un año, el film de Piñeyro sin duda se resignifica ahora, después de la tragedia de República Cromañón, lo que habla de la proyección que es capaz de alcanzar Whisky Romeo Zulu más allá de su contingencia.
Técnicamente, el film es impecable y entre los méritos de Piñeyro está el de haberse hecho acompañar por el fotógrafo Ramiro Civita y el montajista italiano Jacopo Quadri, quienes sin duda tienen mucho que ver con la eficacia narrativa del film. El epílogo, en el que se incorpora sorpresivamente material de archivo de televisión con el empresario Gustavo Deutsch y el periodista Bernardo Neustadt minimizando la tragedia, habla también de la eficacia de Whisky Romeo Zulu como cine político, entendido como un ejercicio de ética ciudadana.

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En su película, Enrique Piñeyro demuestra conocer al dedillo todo lo que denuncia.
 
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