ESPECTáCULOS › THE WHITE STRIPES EN EL LUNA PARK, UN SHOW HISTORICO

El rock and roll, por nocaut

El dúo de la baterista Meg White y el guitarrista
Jack White protagonizó una noche que dejó electrificado al estadio del Bajo.
El set, simplemente demoledor, permitió el milagro de disfrutar a una banda extranjera
en el mejor momento de su carrera.

 Por Roque Casciero

¿Será cierto que el boxeo nunca más volverá al Luna Park por una cuestión de costos? Si así sucede, por favor que no quede en la historia como último combate en el templo del box el nocaut del Roña Castro del jueves pasado: la presentación de los White Stripes dos días más tarde tuvo todos los condimentos para ser anotada como la gran pelea de lo que va del siglo. Si no cuesta nada imaginar a los relatores... “Buenas noches, bienvenidos, amigos, a una velada espectacular ante un Luna Park repleto que espera ansioso la titánica lucha de un hombre y una mujer en favor del rock’n’roll. Este combate será por el título de la Mejor Banda del Mundo, como en las veces anteriores en que se enfrentaron. Ambos contendientes son nativos de Detroit, Michigan, y están en el mejor momento de sus respectivas carreras, después de haber demostrado todo lo bueno que se puede hacer con un mínimo de elementos y de haber logrado que, primero el Reino Unido y luego el mundo todo, cayeran rendidos ante la furia desmesurada de sus ataques y la sutileza de su swing. Y allí vemos a los gladiadores. En el rincón izquierdo, con atuendo completamente rojo, la graaaaaaaaaan Meg White, baterista certera y hábil manejadora de climas. Y en el rincón derecho, el Diego de La Vega del rock, el monumentaaaaaaal Jack White, un asesino de la guitarra y la voz que parece encarnar dentro de su cuerpo a los espíritus de Robert Johnson, Iggy Pop, Son House, Bob Dylan, Robert Plant y Jimmy Page. Semejante es la estatura de luchador de Jack, amigos y amigas, pero Meg tiene sus trucos para neutralizarlo: basta con que toque como si gozara de cada golpe y que mire a su contendiente como si le estuviera haciendo el amor para que la gradería estalle. Está a punto de comenzar la batalla y el público aguarda ansioso...”.
Y entonces entran ellos dos, Meg y Jack, Jack y Meg, y en diez segundos ya queda claro por qué, aquí y ahora, ellos son el rock’n’roll. Toda la crudeza, el ritmo y el encanto de esa música que ya sopló cincuenta velitas están sabiamente destilados en el alambique ilegal que han montado los ex esposos de Detroit. Pareciera como si, desde la cuna, ambos hubieran mamado blues, garage rock, protopunk y country and western y hubieran decidido que era buen momento para comenzar a reescribir la historia desde sus cimientos. Y a eso le agregan la integridad rockera patente en cada gota del sudor que dejan sobre el escenario. ¿Cómo sustraerse a los chisporroteos que hay cada vez que se cruzan las miradas, cuando él abandona su micrófono frente al público y se va a aullar bien cerca de la batería de ella? “Mi nombre es Jack White y ésta es mi hermana mayor Meg”, dice él, y el chiste es tan bueno que vale la pena creerlo. Como todos quisieron creer cuando, al final del show, Jack cantó que está buscando un hogar en De Ballit of Dee Boll Weevil (de Leadbelly) y aseguró que si le gustaba mucho la Argentina tal vez se quedaría a vivir... “Un día le dije a mi hermana Meg: ‘Quiero ir a tocar a Sudamérica’”, interrumpió la canción. “Y ella me contestó: ‘Pequeño Jack, pequeño Jack, ¿quién te creés que sos? Nadie te conoce en Sudamérica’. Y entonces yo me pregunto quién carajo es toda ésta gente.” De pie para la ovación, por favor.
No han sido demasiadas las ocasiones en las que el público argentino pudo vivir (ya que no se trata sólo de ver y escuchar) lo que significa una banda en su cenit: la última vez fue hace más de una década, cuando Nirvana pisó Buenos Aires. Por eso, doble placer el de sumergirse en el sauna de lava eléctrico que fue el Luna Park el sábado pasado. Los Stripes manejaron los climas a placer: desde el estallido de The hardest button to button, Hotel Yorba o Let’s shake hands hasta la postal amorosa y rural de You’ve got her in your po- cket, que Jack toca solo con su guitarra. O a la combinación de ambos, como en el magnífico cover de Jolene (Dolly Parton), en el que la dupla deja ver uno de sus trucos más demoledores: golpe de bombo y redoblante al unísono con la guitarra. Hubo tiempo para adelantos del quinto álbum del dúo, Get me behind Satan, con lanzamiento previsto para el 6 de junio: en The nurse, Jack toca el xilofón e irrumpe con distorsión; White moon es una balada con él al piano, lo mismo que la brevísima Passive manipulation (cantada por Meg); y Red rain (que tocaron en los bises) deja salir el costado Zeppelin de la banda.
Pero, claro, nada mejor para encender al público que un hit como Seven nation army (¿será mucho decir que es el Smells like teen spirit de esta década?), con un riff del tamaño de un elefante que el público corea a falta de estribillo. Cuando las luces se prendan y uno encare la calle Bouchard será el momento de pensar en que se fue parte de un show histórico y todas esas cosas para contarles a los nietos... Pero adentro del Luna Park no importa: todavía hay tiempo para saltar una vez más, de vibrar con una banda en estado de rock, de sentir que la electricidad que da luz a la manzana de la escenografía traspasa el cuerpo y se contagia con el de al lado. Ah, y si la pregunta es quién ganó la pelea, la respuesta está más que clara: el rock’n’roll. Por nocaut.

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El grupo de Detroit dio una clase magistral de cómo darle vía a la furia del rock más crudo.
 
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