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Siete personajes en busca de la realización femenina

En “Arrabalera (Mujeres que trabajan)”, la actriz y directora Mónica Cabrera saca partido de sus dotes vocales y de su plasticidad corporal para abordar problemáticas diversas, sin caer en lugares comunes.

 Por Cecilia Hopkins

A partir de su agudo poder de observación, Mónica Cabrera –actriz, autora y directora de Arrabalera (Mujeres que trabajan)– elabora siete personajes femeninos que, a pesar de la singularidad con la que fueron compuestos no dejan de ser fácilmente identificables para el espectador. Cabrera saca partido de sus buenas dotes vocales y de su plasticidad corporal para realzar cada detalle de estas criaturas que redoblan su fuerza expresiva en contraste con las demás.
Entre un cuadro y otro –cuando la propia actriz no canta un tango, género en el que ya ha incursionado en anteriores espectáculos– una voz en off enumera datos geográficos e históricos sobre la Argentina. Más adelante, la misma voz sirve de enlace para la inclusión en la banda sonora de voces más conocidas. Entre muchas otras, las frases de Evita, Perón, Alsogaray y Alfonsín irán dando cuenta de momentos clave del país. Sin embargo, con el desarrollo del espectáculo, se hace evidente que este esfuerzo por inscribir cada personaje en un contexto histórico general tiene más que ver con lo escrito por Cabrera en el programa de mano que con los personajes en sí mismos. Porque las ideas que brevemente aparecen como el motivo de creación de Arrabalera no se aplican a todas sus protagonistas. Aclara la autora que estas siete cuarentonas no entran en el mercado laboral porque no son portadoras de las características de las mujeres que la sociedad ha impuesto como modelos. “Cada una de ellas -escribió Cabrera– ha conseguido un trabajo, un pequeño lugar en el que son necesarias, ahora que nuestra cultura del trabajo es un objeto inservible, un anacronismo, una pieza de museo.”
Es cierto que cada personaje se presenta a sí mismo a través de la tarea que desempeña. Sin embargo, la problemática de estas siete mujeres no siempre tiene que ver con el trabajo que desempeñan o con la marginación social. No es la edad o la tarea que realiza el drama de Marucha, la mujer que hace dietas sin el menor resultado, ni tampoco es la tragedia de Mecha, la simpática escritora amateur que divierte al espectador con su errático discurso y su desmemoria. Menos aún es el motivo de sufrimiento de Chola, la veterana dueña de una agencia de juego, que a pesar de haber conseguido fortuna y placer a manos llenas no consigue disfrutar de su buena suerte a causa de su amargura congénita.
La actriz dispuso un lugar especial para cada personaje, un espacio señalado por algún objeto y fundamentalmente, por los zapatos que calzan. Porque el modo con que cada una se afirma al suelo es un elemento que aquí se revela insoslayable al momento de brindarle a estas mujeres una nota particular. El dinámico desplazamiento en media punta es la constante de Marucha, quien recita sus dietas y menúes prohibidos al compás de su danza. En cambio, la rigidez caracteriza a la recia Chabela, una empleada de limpieza correntina sobre la que pesan serias sospechas de asesinato. Si en este caso Cabrera ha elegido concentrar toda la expresividad en el rostro y la voz, un amplio repertorio de gestos al tono distinguen a Pochi, la encargada de seguridad que deviene en cobradora de morosos por sus condiciones de mujer de armas tomar, capaz de concretar el más arriesgado de los aprietes. Y como escapada de alguna noche del viejo Parakultural,Cabrera se luce con Ceci, la trabajadora sexual, mientras explica las características de su oficio.

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Mónica Cabrera se luce en su rol de trabajadora sexual.
 
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