ESPECTáCULOS › “SECRETOS OCULTOS”, CON ANDY GARCIA

Primero hay que saber sufrir

 Por Martín Pérez

Un cuerpo en el piso, y una familia tipo rodeándolo. La hermana del caído abrazada a su madre, y el padre arrodillado al lado. Acaban de volver de emocionarse frente a la actuación de su hija adolescente, en medio de una noche de tormenta. Mientras el padre intenta guardar el auto en la chochera, madre e hija buscan al restante miembro de la familia, un adolescente conflictuado que decidió quedarse solo en casa. El padre descubre que le es imposible abrir la puerta del garaje, y cuando escucha los gritos desde la casa buscando a su hijo, sospecha lo peor. Y lo peor es ver el cuerpo inerte del joven dentro de la camioneta familiar, con un tubo que va del caño de escape a la ventana delantera. Y así es como se llega a aquel cuerpo en piso con su familia alrededor. Con el padre arrodillado, aullándole al cielo su dolor en cámara lenta.
Lejos de ser el dramático clímax de Secretos ocultos, semejante escena es el prólogo de un thriller psico-familiar firmado por Tom McLoughlin y producido casi con vergüenza por Andy García. A la hora de producir, García ha demostrado tener cierta debilidad por el énfasis, y eso es lo que sucede con los golpes bajos de Secretos ocultos, un film ciertamente oculto, que apenas si se estrenó en los cines del mundo. Explotando descaradamente durante todo su metraje el premeditado dolor en cámara lenta de su prólogo, Secretos ocultos es un film que -sistemáticamente– luego de cada golpe bajo se disfraza de sensible, escondiendo la mano después de cada piedrazo.
Con las suficientes escenas de confesiones y llantos necesarias para ser considerado un drama y una cantidad de vueltas de tuerca y situaciones de suspenso violento como para disfrazarse de thriller, la permanente gratuidad de Secretos ocultos se desplaza con pretendida inocencia por toda clase de culpas de una familia destruida después de un suicidio adolescente, acusando al paso a una juventud entregada al sexo y al alcohol, y presentando el colmo de la transferencia de afectos entre psicólogo y paciente. No hace falta ser muy experto en esta clase de películas para suponer que, después de semejante prólogo, el padrepsicólogo encarnado por Andy García se esconderá del mundo real hasta que una ex alumna le acerque un caso sorprendentemente similar al de su hijo.

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