ESPECTáCULOS › EL ESTILO DE UN ARTISTA DE LA GUITARRA ANDALUZA

Felicidad, angustia, revelación

Por Félix Grande

Cuando escuché por vez primera las músicas que contiene Siroco, pensé: “Nadie, absolutamente nadie, ha compuesto jamás música tan flamenca como ésta; ni en otras manos, nunca sonó el flamenco como suena aquí. Ni siquiera el propio Paco de Lucía había llegado a tanta exactitud”. Pensé también: “Voy a llorar. Estoy a punto de llorar”. Esa audición me dejaba como recién nacido y, a la vez, como de vuelta de una pena vieja que no he penado todavía. La historia entera del sentir flamenco, la gratitud, la felicidad, la angustia, la revelación, todo reunido, me humedecía los ojos. Escuchaba, lenta y súbitamente, en esta grabación prodigiosa, la peripecia general del dolor y de la grandeza de una música genial y casi “fieramente humana”, y compuesta e interpretada por un genio. Todo en esos sonidos brillantemente oscuros era fidelísima herencia y opulenta invención.
Esa música mágica, consoladora y, al mismo tiempo, irreparable, ponía enfrente de nuestro corazón la historia de la pena andaluza y la historia de la fuerza andaluza, y a la vez la historia de nuestra propia pena personal junto a la historia de nuestra energía. Y supe de mí cosas que nunca había sabido y que no sé nombrar. ¡Dios mío, hasta qué punto los seres humanos somos música, y hasta qué punto algunas músicas nos descifran nuestro propio secreto, el que yacía adormecido en la prehistoria de nuestros apellidos! No sé cómo decirlo. A esta música de Paco de Lucía entramos con un alma; al salir tenemos otra alma, más compasiva, bondadosa y fuerte. Salimos de esta música con una mejor afinación vital.
Sospecho que éstas no son maneras de presentar un disco. Pero, ¿qué puedo hacer? Soy un poeta y quiero ser sincero, y la sinceridad a veces nos empuja hacia el candor, la inocencia, la infancia. Uno se siente aquí absorto como un niño, solemne como un niño, con ganas de aprender a hablar, con el júbilo de advertir que está aprendiendo a hablar. ¿Qué se puede decir así? Señalar la potente joyería armónica, la inconcebible bravura técnica, la misteriosa arquitectura rítmica de estas músicas es obligatorio y no es nada. Asegurar que no hubo nunca, jamás, tanta raíz flamenca sosteniendo un árbol tan frondoso de originalidad, es necesario y a la vez es retórico. Celebrar el sonido viejo y novísimo que gime y canta en estas obras por bulerías, por taranta, por soleá, por alegrías, por rondeña, por tangos, es algo imprescindible y es ocioso. Mostrar asombro ante las dimensiones de trágico esplendor y tenso ritmo que aquí adquieren la rumba o los tanguillos es preciso y, a la vez, es trivial.
Indicar que en la música flamenca no se había hecho jamás un uso tan doliente de los glissandi, de los pianissimi y del silencio (¡con qué elocuencia susurra aquí el silencio!) es decir algo cierto y es decir poca cosa. Hay algo más: esta congoja, esta felicidad, este desasosiego y esta calma terminante y profunda que nos traen estas músicas. Nunca en mi vida había escuchado en la guitarra, ni siquiera en las manos del propio Paco de Lucía, tanta revelación flamenca, tanta tradición andaluza y tanta invención musical. No sé cómo nombrar esta conversación sigilosa y unánime que mantengo con esta grabación. Pero quiero añadir que dan pena la soledad y la angustia de Paco de Lucía, y que siento a la vez una especie de inclemente alegría al darme cuenta de que este artista está despedazándose para que la guitarra andaluza suene como un alarido mundial embarazado de consuelo; para que la guitarra flamenca suene como una puerta que se abre y en cuyos goznes escuchamos la dicha de un lenguaje de música recién creado junto al crujido de los antepasados.

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