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Mística del Yupanqui

Los sondeos fueron buenos: Yupanqui ligaba la empresa multinacional a la situación adversa de la Argentina. “Les sale barato y se ponen del lado de la pobreza; siempre la misma peste...”, dice, enojado, el socio más rebelde en la sede del club. “No tuvimos fortuna”, dice un ex albañil para explicar el puesto fijo en la D, sin ascensos ni descensos. Sólo una vez, en los tempranos ’80, Yupanqui estuvo al borde de subir a la C, pero San Miguel le arrebató los lauros. Fue la final más frustrante. También hubo, claro, tiempos gratos, que pocas veces estuvieron ligados a las canchas.
Yupanqui, como club social, convocó a los bailes más atractivos de los carnavales de Lugano. Allí llegaron vecinos disfrazados y escucharon los míticos cierres a toda orquesta a cargo de Aníbal Troilo. Cada partido, entre cinco y siete hinchas, encabezados por Adrián Solomita, el trapero de las 25 banderas, acompañan a Yupanqui. El lleva los trapos y cubre la popular para que no se noten los blancos.
Solomita también es de Boca, pero prefiere estar adonde vaya Yupanqui. “La Bombonera está siempre llena –justifica–, pero Solomita no puede faltar en Yupanqui.” Como el club no tiene cancha propia (se la pide prestada a Sacachispas, a cambio de sus tres mejores jugadores), el desplazamiento es permanente. “Al no tener lugar fijo, muchos no vienen porque no saben dónde jugamos”, argumenta Patricio de la Rosa, arquero del equipo. “Pero el hincha más fiel siempre está.” Después de los avisos de Coca-Cola se duplicó la cantidad de socios. “Ahora todos se suben al caballo –se quejaba el presidente Omar Perrú–, pero la D nunca tuvo pantalla; ni un centavo. Torneos y Competencias no prestó atención a equipos como el nuestro.” El equipo en las sombras se sentiría injusto con su propia historia si recibiera la nueva fama como un espejito de colores. En cambio, prefiere cuestionar el repentino interés. En el kiosco de la sede social, sólo se vende Pepsi. Tras la fama repentina que le dio el comercial, Aníbal Valente, uno de los jugadores, asegura que nunca estuvo tan orgulloso. Algunas cosas cambian y los jugadores sueñan con cobrar. Pero el grupo de cinco hinchas clavados en una tribuna, ese canto de pocos que alienta en la competencia, no se modifica. “Vamos, Yupanqui –dice la estrofa que más se escucha–, yo a vos te quiero, es un orgullo ser del Trapero...”

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