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Catar el incienso

Koh-do significa, literalmente, “escuchar el incienso”. Esa práctica de la más antigua prosapia japonesa supone el contacto con inciensos de la más alta calidad, y una predisposición total de los sentidos para dejarse llevar por el aroma.

 Por Victoria Lescano

Luego de que los diseños trazados por Commes de Garcons, Issey Miyake y Yohji Yamamoto revolucionaran las siluetas de los noventa y ningún hogar de adoradores de lo japonés se privó de alfombras y manteles simulando texturas de tatami, el último grito del estilo japonés que cautiva a los occidentales es el koh-do, una ceremonia de apreciación del incienso.
Se sabe que de los cruces culturales surgen movimientos extraños, muchas veces disparatados; ahora que las chicas japonesas seguidoras del estilo gunguro toman sol, se tiñen de rubio y usan faldas en tonos rosa chicle- remixando clichés del american way of style con antiguas leyendas de monstruos orientales, en Alburquerque, Las Vegas, Arizona y San Francisco proliferan los clubes donde rubias naturales participan de concursos para catar perfumes zen.
En Buenos Aires el ritual del koh-do se presentó por primera vez y como rareza extrema durante una semana de festejos del Jardín Japonés. Allí los invitados especiales –ella con kimono de seda color– fueron los directivos de Nippon Kodo. Esa firma, lo más parecido a un Chanel del incienso, fue fundada en el 1500 y como la cadena de lujo iniciada por Cocó tiene su boutique en el distrito Ginza –el barrio más chic de Tokio-.
Las cajitas que en la Argentina se consiguen en la boutique del Jardín Japonés son la antítesis de las varas 20 por un peso de sabores extraquímicos que abundan en puestos callejeros –aunque en santerías y casas de macrobiótica hay variedades de nardos, mandarinas y chocolate de la India, más gratas y a microprecios–. Tienen packagings sublimes: los espirales con aroma a madera de sándalo y cerezo contenidos en rectángulos rojos y sus soportes podrían pasar por piezas de bombonería, la variedad kayuragi recuerda al maquillaje más glamoroso –incluye palitos de 20 colores y aromas de naranja, lavanda, lila y jengibre–, otras versiones incluyen estampas de geishas grabadas en los posainciensos, aunque también se puede optar por exponentes más rústicos con soportes de trozos de cañas de bambú y aromá a té verde.
Como la etiqueta de comer sushi impone el uso de hashi –palitos de madera–, hashioli –piezas de porcelana donde apoyarlos para evitar que toquen la mesa–, vajilla ad hoc y, en lo posible, fuentes que reproduzcan ingeniosos barcos de madera, el ceremonial koh-do también requiere de sofisticados utensilios.
Por un lado, los recipientes kiki kohro –así se llaman los bowls para quemar incienso que durante siglos estuvieron firmados por artistas de renombre– y una docena de espátulas, cucharitas, plumines y pinzas aptas para el fuego agrupados con el nombre de hi-dogu, que se guardan en una exquisita caja llamada jushu ko-bako siempre envueltas en papel con técnicas de origami.
Para entender cuando el acto de quemar incienso ingresó a lo lúdico basta con remitirse a primitivos concursos de fragancias o koh awase en el que los participantes escuchaban (ésa es la traducción literal de koh-do)distintos aromas para luego discutir sus características; le siguió otro más complicado llamado kumikoh, donde los concursantes debían recrear poesías y temas literarios para asociar a cada fragancia.
De todos ellos el que se volvió más popular el Genji Koh, asociado con el Romance de Genji, una novela del siglo X célebre por las historias de cruces de karmas. En el juego se escuchan cinco tipos de inciensos y se trazan hasta cincuenta y dos combinaciones de cinco líneas de manera tal que cada gráfico se corresponde con un capítulo de la historia. Una versión simplificada del Genji Koh fue la que propusieron los maestros del koh-do que pasaron por Buenos Aires. Luego del ritual los espectadores fueron invitados a un juego colectivo donde además de sándalo pudieron olfatear una variedad para sibaritas, actualmente en extinción, llamada Jinkoh. Se obtiene de la resina de una extraña variedad de árbol luego de ser derribado y que se cotiza a un precio afín al de las piedras preciosas.
Las recomendaciones de rigor para que los participantes del koh-do puedan escuchar los aromas sin interferencias: “no usar perfume, tampoco aceites en el pelo, ni ir vestido con ninguna prenda que descansó en una cómoda-guardarropas impregnado de esencias, tomar un baño caliente y hacer ayuno de comidas picantes que puedan alterar los sentidos”. El listado de usos del incienso aplicados al hedonismo en la vida cotidiana incluye una almohada para perfumar el pelo de las mujeres llamada kohmakura, una gran canasta ideada para que los kimonos se puedan sumergir para absorber aromas de koh denominada fusego y la ubicación de relojes como si fueran altares budistas. Según los especialistas de Nippon Kodo, el uso del elixir que popularizaron esos monjes se originó en tiempos bíblicos en Egipto, donde las resinas de árboles aromáticos se importaron para ceremonias religiosas. La ruta del incienso incluyó luego el paso por Israel, de allí viajó por Grecia, Roma y la India y arribó a Japón en el siglo VI.

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