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Pero no es pornografía

Por M. D.

Más allá de los aportes concretos que puedan haber hecho el dúo Master y Johnson después de años de investigaciones científicas sobre la vida sexual de las personas, hay uno que no se ha valorado suficientemente: el de haber puesto el sexo explícito al alcance de las familias y seres bienpensantes sin tener que avergonzarse por andar husmeando en esas aproximaciones anatómicas con las que tan bien cumple la pornografía. Desde entonces cientos de tratados escritos por médicos, psicólogos o sexólogos –sin desmerecer tampoco su carácter científico– han despejado dudas y despertado ansiedades en ánimos alicaídos por la rutina del matrimonio o en adolescentes que los espían en la biblioteca de sus padres, cumpliendo con la misma función que la pornografía, pero con una excusa insoslayable: la necesidad de saber sin mancharse la mirada con obscenidades. De esa necesidad de lavar culpas han nacido cientos de definiciones para sentar límites entre pornografía y erotismo, y salvar así la corrección de sentir cosquillas mientras se miran libros antiguos como el famosísimo Kamasutra o textos sacros como el Cantar de los Cantares. La televisión no codificada también tiene sus recursos para mostrar sexo en trasnoche sin ser tildados de pornográficos. Ahí está la sexóloga del canal Cosmopolitan con su sonrisa blindada para darle una palabra tranquilizadora tanto a la niña que se masturba utilizando la aspiradora como al hombre preocupado por lo que despierta en su cuerpo que su compañera de turno manipule zonas no habilitadas para el erotismo masculino clásico; o los informes lavados varias veces de todo tipo de excentricidades sexuales que ofrece I-Sat los viernes a la noche para demostrar que se puede jugar al sadomasoquismo sin ser sadomasoquista. Y ahí está el canal Infinito con sus especiales sobre libros clásicos de culturas antiguas –el año pasado se abundó en el Kamasutra y en el Tantra, y este año con Los libros del placer (lunes, viernes y domingo a las 23.30) se dan clases prácticas de Ananga Ranga, el Kokka Sastra y el Jardín Perfumado–, muy lejos de la pornografía, pero muy cerca del sexo explícito. El programa ofrece demostraciones evidentemente actuadas de las posturas que estos libros prometen como paraísos, pero no se pierden oportunidad de mostrar cuerpos finamente depilados –no vaya a ser que el vello dé apariencia real a los cuerpos–, pechos que permanecen estáticos a pesar de meneos varios, y entrepiernas masculinas que no muestran sus tesoros so pena de pasar sin más trámite a la televisión codificada. Las diferencias entre los tres textos que se tratan –dos hindúes y uno islámico– sirven para nuevas demostraciones que en ánimos poco templados funcionan tan bien como el mismísimo canal Playboy, pero sin costo extra; y sobre todo sin culpa. Ese es el secreto de lo que se suele llamar “calidad” o “erotismo” en la tele, más allá de detalles inútiles sobre el lugar donde se ponen los límites. Una opción divertida para pasar algunas noches en casa, aunque se sugiere no intentar copiar las posiciones más allá de la actuación: las contracturas pueden ser más riesgosas que la rutina.

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