PSICOLOGíA › TESTIMONIO DE PROFESIONALES DEL HOSPITAL PERON

Sobre adolescentes suicidas en el conurbano bonaerense

Profesionales del Hospital Perón, “sorprendidos y alarmados” por el incremento del suicidio adolescente, lo enmarcan en el orden de las “patologías del acto” y lo vinculan con la “devaluación de la función paterna” en la Argentina.

Por Silvia de Benedetto, Silvia Bruno, Lara Kremenchusky, Marcela Caprino y Sol Ahumada*

El servicio de Clínica Médica del Hospital Presidente Perón realizó un trabajo de investigación en el año 2001, con casuística del año 2000, y arrojó como resultado que el mayor motivo de internación fue por intento de suicidio: el 11 por ciento. Los pacientes internados por este motivo no son dados de alta sin que el Servicio de Salud Mental los entreviste, pero el 98 por ciento no concurre a la citación por consultorios externos para tratamiento psicológico luego del alta médica.
Dentro del Servicio de Salud Mental, y sobre todo a quienes trabajamos con adolescentes, nos ha sorprendido y alarmado el incremento de consultas por intento de suicidio. Estos pacientes no concurren espontáneamente a consultorios externos sino que ingresan generalmente por guardia: interconsulta mediante, tratamos de poner algo en palabras, generar alguna pregunta que ponga en marcha la demanda y permita tramitar algo de la angustia.
Suelen considerarse las “patologías del acto” –adicciones, anorexia-bulimia, fenómenos psicosomáticos, actings, pasajes al acto– como características de nuestra época y de la cultura posmoderna. Si bien las formas de manifestarse el malestar cambian a lo largo del tiempo, como cambian las ideologías, lo que más nos preocupa es la gravedad del cambio. Verificamos que se incrementan las impulsiones y las patologías del acto marcadas por lo social.
Ciertamente las “patologías del acto” se vinculan con acciones, pero también con la expectativa de que un elemento externo vaya a colmar un vacío, una falta, que sabemos estructural. La ilusión está centrada en que un elemento externo pueda modificar la vida anímica. La carencia estructural del sujeto toma la forma de un vacío posible de ser llenado con objetos de consumo: comida, alcohol, psicofármacos, drogas.
Así las cosas, cuando llega al servicio un paciente con síntomas en el estilo de los que Freud estudió a principios del siglo XX, nos ponemos contentos: ¿será que es menos angustiante escuchar un síntoma que escuchar el vacío de alguien que busca la muerte?
¿Cómo introducir algo del deseo en el vacío que traen estos adolescentes? ¿Cómo hacer funcionar el dispositivo analítico, ahí donde lo que circula no es del orden de la palabra ni el deseo sino algo mudo, en términos de pulsión de muerte?
En los adolescentes, la falta de modelos de identificación instaura un proceso de pérdida de la subjetividad. Escuchamos a menudo pacientes que se nombran como “soy adicto”, “soy anoréxica”, etcétera.
Las tres modalidades de la falta –privación, frustración, castración– están relacionadas con la intervención del padre en la operación de separación del sujeto de la primera ubicación como objeto del deseo de la madre. La función paterna es una función simbólica, es ejercida por el padre simbólico y consiste en estructurar nuestra ordenación psíquica en calidad de sujetos.
Para que un padre sea reconocido como padre simbólico es necesario que se lo suponga poseedor del atributo fálico imaginario, con lo cual será posible la circulación del falo en la dialéctica edípica.
Otra función del padre es donar emblemas de identificación. En la adolescencia, estos emblemas que fueron cedidos deberán ponerse en juego: la segunda vuelta del Edipo posibilita la puesta a prueba de la autoridad paterna. En la adolescencia habrá que cuestionar la autoridad paterna (“matar al padre”) para identificarse con él, para servirse de su ley.
En la época victoriana, cuando imperaba la histeria, la familia presentaba una clara asignación de los roles: ¿la caída de la función paterna se vincula con la desestabilización de ideales culturales y sociales? El “ser padre”, y como tal trabajar y proveer el sustento, eran ideales que funcionaban como soporte del significante de la paternidad. La modificación de estos ideales no puede ser sin consecuencias, no sólo en los referentes identificatorios del sujeto, sino también en los modos de manifestación del malestar en la cultura.
En la Argentina de hoy, el desempleo contribuye a devaluar la función paterna y a desdibujar su trazo instituyente. Paralelamente, y en igual medida, se ha devaluado la palabra y reevaluado la imagen, produciéndose una suerte de achatamiento de lo simbólico a favor de lo imaginario. En la cultura actual el padre tiende a ser desvalorizado, carece de autoridad; es un padre con el cual resulta difícil identificarse. Un padre caído no puede sujetar al ser hablante, y, si no puede sujetarlo, el hijo cae de la escena.
La escena sobre la cual cada uno hace montar el mundo pertenece a la dimensión de la historia. La historia tiene siempre un carácter de puesta en escena. La imagen paterna, a diferencia de la función paterna, es el decir, según la cultura, de lo que es el padre, y remite al ser: ser el amo; el padre como transmisor del saber, como poseedor del poder. Este poder, en la relación padre-hijo, es inversamente proporcional. A este padre, que está en los orígenes de la cultura, podemos nombrarlo como padre imaginario.
El padre real es quien encarna la función simbólica, el que efectiviza la castración simbólica, que es una función dependiente del padre simbólico.
Actualmente el padre tiene una figura desvalida; ha perdido poder, ya nadie lo escucha y es poco respetado. El padre trabajador mal pago, obrero a tiempo parcial o desempleado, aparece como impotente, como alguien que no puede reconocer a un hijo y ser a su vez reconocido. Al no poder ser reconocido en el mundo, la escena no puede ser montada, y el lugar facilitado para el sujeto es el de identificarse con el objeto, ser un resto que puede caer.
Históricamente, la declinación del poder paterno y su imago fue propiciada por la creciente incidencia del Estado como regulador de la sociedad y en tanto el padre aparece cada vez más a merced del Estado, lo que implica una merma de su poder. En nuestra sociedad, el Estado actual ha dejado al padre sin herramientas, desvalido. Al mismo tiempo, el Estado es representado por instituciones corruptas –desde la política a la policía–: un Estado sin ley, o portador de una ley arbitraria.
Ahora bien, no en todos los adolescentes esto tiene las mismas consecuencias. ¿Por qué, frente al malestar en la cultura, algunos buscan como salida, o como pedido, la muerte?
Las lesiones autoinfligidas son un compromiso entre las dos clases de pulsiones. Hay, en todo sujeto, en permanente acecho, una tendencia a la autopunición, que normalmente se expresa en autorreproches o aporta a la formación de síntomas. El propósito inconsciente es denunciado por una serie de rasgos particulares, como sería el caso de ciertos accidentes en algunos adolescentes.
Algunas de las frases que escuchamos luego de un intento de suicidio son: “Me dejó, no me quiere”; “Estoy cansado de todo”; “No tengo trabajo”; “No tengo ganas de nada”. Son, todas, formas imaginarias de quedar fuera de una escena, montando el fuera de escena de la muerte.
Pensamos el intento de suicidio como un fenómeno del lado del desconocimiento del yo, en donde la muerte seria la solución de todos los problemas, una salida frente a lo insoportable. No hay síntoma, hay emergencia, locura y suspensión del advenimiento del sujeto del inconsciente.
Guy Trobas (“Depresión. De la represión y síntomas modernos”, La Epoca, mayo 2000) señala que hay sujetos cuya relación con el saber inconscientees de rechazo: en ellos, el estado de inhibición global da cuenta de un fracaso en el tratamiento simbólico de la angustia. Sujetos que sólo encuentran o tal vez eligen, como modo de tratar la angustia, “la motricidad según su forma del pasaje al acto”.
¿Por qué citamos al paciente? ¿Qué oferta le hacemos?
Lo invitamos a que, más allá de su acto, venga a decir qué relación tiene él con eso; es decir, ponerse en relación con aquello inconsciente que lo determina.
Pero encontramos que esto no parece interesarle.
Su acto parece reducirse a un “es sólo eso”.
Nuestra función es ofertar un espacio para devolverle el valor a la palabra; un lugar que acote el goce, que vele la obscenidad de la pulsión. Se trata de que el sujeto hable, instaurando y restaurando una función caída; que pueda ir construyendo otra escena, su propia escena en el mundo.

* Integrantes del Equipo de niños y adolescentes Hospital Presidente Perón, de San Martín. Extractado de un artículo de próxima aparición en la revista Psicoanálisis y el Hospital, Nº 24, “¿Patologías de época?”.

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