PSICOLOGíA › SOBRE UN CASO DE ALOPECIA EN UNA NIÑA DE 15 AÑOS

La bailarina que una vez fue calva

Por Andrea Cucagna *

M., derivada por su médica dermatóloga, llega con su madre a la primera entrevista. Casi no toma la palabra y su madre relata el cuadro de situación de la familia. M. tiene 15 años, es bailarina y, hace ya algunos meses, comenzó a perder el pelo. Su mamá dice no poder ayudarla, ella misma recién está saliendo de una profunda depresión en la que se sumergió cuando, dos años atrás, falleció su marido luego de una enfermedad que lo había invalidado tiempo antes.
La pérdida de pelo ha interrumpido las presentaciones que M. hacía con su grupo, ya que con las diferentes coreografías debía cambiar de peinado y así los lugares desnudos de su cabeza quedaban expuestos.
M. comienza por hablar de sus dificultades en el colegio: ella está cursando tercer año y, si no lo aprueba, no podrá ingresar a una escuela de danzas a la que desea concurrir. También señala que no está mucho en su casa, ya que su madre, cuando se pone mal, se mete en la cama y a ella le dan ganas de irse. Tiene un novio desde hace algunos meses, y algunas compañeras del colegio le preguntan cómo puede ser que él esté con ella. Hay chicas en la escuela que quieren llamar la atención, dice; una se emborrachó y la suspendieron.
Se queja de la injusticia: ella fue amonestada por llevar a su sobrinita al jardín y salir unos minutos antes del colegio; ¿cómo puede ser que a nadie le importen las dificultades que tiene?
A medida que transcurren los meses empeoran sus calificaciones y es probable que repita el año.
Intervengo preguntándole si su padre se interesaba por su escuela. Responde: “El llegó hasta segundo año y quería que yo pudiera terminar quinto”.
A esa altura las coordenadas que organizan mi escucha son: con la muerte del padre y la profunda depresión materna, ella ha perdido el lugar donde alojarse en el campo del Otro. Esa es la temática del duelo, tal como lo desarrolla Lacan en el Seminario 10, “La angustia”. Ante la pérdida de objeto, sobreviene la angustia cuando se presentifica el objeto que fuimos en el campo del Otro. Si el Otro ya no está, no es exactamente que nos falte, sino que el duelo se produce porque ya no tenemos a quién faltarle.
M. circunscribe su malestar al punto que la articula con ese Otro que no está: si su padre sólo llegó hasta segundo año, ella no puede avanzar más allá.
Luego, M. trae otro material que comienza a darle un texto a la alopecía. Ella ha decidido, a pesar de la insistencia de su profesora, no presentarse ante el público. M. dice no soportar que se vea ese lugar vacío en su cabeza. Le digo que no sabemos qué le pasó con el pelo pero sí sabemos que eso está haciendo que retroceda ante su deseo de bailar. Llora, y permanece en silencio. Hemos bordeado un punto donde se queda sin palabras.
Si bien no sabemos cuál fue la causa de la alopecía, parece haber alguna relación entre la presencia de la alopecía y la ausencia de angustia. Cuando M. es alojada transferencialmente, comienza a producirse un clima de agitación psíquica, con una tonalidad mostrativa, al modo acting-out. Se pelea con las “otras”, las compañeras que le preguntan cómo puede ser que tenga novio. A medida que se abre algún camino de deseo, en relación con un darse a ver que parece implicarla pulsionalmente, su pelo vuelve a crecer.

* Trabajo incluido en el CD Conceptos y actualizaciones en dermatología pediátrica, de Lidia E. Valle.

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