PSICOLOGíA › A PROPOSITO DEL “FESTEJO” CON SIMBOLOS NAZIS EN UN BOLICHE DE BARILOCHE
› Por Alicia Merajver de Hartmann *
Cuando el afamado Günter Grass confiesa que a los 17 años perteneció a las Waffen-SS, noche y niebla envuelven a uno de los máximos exponentes de las letras alemanas. A partir de allí no se escatimó en críticas al punto de poner en cuestión el premio Nobel de literatura que había recibido en 2001.
El texto que aparece en Pelando la cebolla intentando describir “ese período de un adolescente” no deja de producir un rechazo visceral, dice Grass: “no quedan marcas en la piel de la cebolla que expresen miedo u horror. Seguramente veía a los Waffen-SS como unidad de élite, la doble runa en el cuello del uniforme no me repugnaba”. ¿Qué pretendió Grass?, ¿una confesión tardía de una de las tantas capas de cebolla que nos constituyen como seres hablantes cerca del final de su vida? ¿Una confesión que tardó tantos años en hacer pública, secreto guardado de la oscuridad que a veces llevamos hasta la tumba? ¿O habría que entender que se trataba de ese periodo de pasaje adolescente donde la identificación mimética es el lazo social por excelencia? ¿Se amparó en “la honestidad” de la confesión?
El recuerda su posición como parte de aquellos alemanes que sin pregunta casi en su totalidad daban la vida por el Führer y la causa nazi. Recordemos los uniformes pardos de los fines de “La Caída”, film de los últimos días de Hitler-Bruno Ganz saludando jóvenes y ellos mismos luego, munidos de ametralladoras, destrozados en las calles de Berlín.
La atrocidad en el sometimiento del pueblo alemán, la barbarie, el rebajamiento intelectual es aún imposible de explicar, y a partir de allí o como punto de partida, los genocidios. Retrocediendo en el tiempo el armenio, y más tarde e inspirados en los anteriores están Vietnam, Camboya, los regionalismos genocidas en Africa: Ruanda, Somalia y nuestros treinta mil desaparecidos, que algunos ponen en cuestión…
¿Pero qué pasa con nuestros jóvenes? ¿Por qué ocurre ahora? La historia no es lineal. Las tribus urbanas hace unos años se enfrentaban en las calles, en los cincuenta eran laicos y libres que se insultaban en las puertas de los colegios, en los sesenta el grupo Tacuara dejaba sus marcas.
¿No se enseña en las escuelas secundarias donde lo bilingüe pasa por el idioma alemán que Alemania se ha inclinado ante lo imperdonable de la Shoa, que se han puesto de rodillas pidiendo perdón, que pusieron frente al Reichstag el monumento del Holocausto, y que tapizan las calles de Berlín y otras ciudades baldosas que son tumbas de tantos de los que ni se sabe el nombre?
El artículo de Carolina Dome (Página/12, 25/08/2016) habla de la violencia escolar de los jóvenes, lo que ocurrió en la discoteca Cerebro de Bariloche entre egresados del colegio ORT y del colegio de la Sociedad Escolar y Deportiva de Lanús Oeste (Sedalo). Valga el nombre, que remite a un producto para el lavado de ¿cerebro? o a una acción para que los hechos “resbalen”. Para los psicoanalistas las palabras tienen importancia, y más que el “lavado de cabeza” de una visita al museo de Holocausto, haría falta una experiencia como la que se sufre en el Museo Judío de Berlín, en esa torre oscura donde el silencio es muerte, donde la prisión es sentir esa soledad de la indignidad humana que vivieron tantos, muchos tan jóvenes como estos mismos.
Pero la cosa no termina allí, dijimos en algún momento que “al niño no se lo puede curar de la presencia de los padres”, a los jóvenes tampoco. La sanción no tiene que apuntar sólo a ese salvajismo adolescente, sino a los padres y a los educadores, los adultos no están exentos de la responsabilidad de la transmisión ni de la violencia que circula por las redes sociales ya que no se trata de un tema de privacidad sino de transmitir odio al género humano, al que debiera ser semejante y no escoria humana.
Que se quiten las caretas porque Hitler no tenía un disfraz de criminal, era un criminal, un ser de carne y hueso secundado por tantos otros, basta leer la reciente publicación de las memorias de Alfred Rosenberg, el teórico del nazismo. Primo Levi dice en Los Hundidos y los Salvados: “Para nosotros hablar con los jóvenes cada día es más difícil. Lo sentimos como un deber y tal vez como un riesgo; el riesgo de ser anacrónicos. Tenemos que ser escuchados por encima de toda experiencia individual, hemos sido colectivamente testigos de un acontecimiento fundamental e inesperado, fundamental porque no ha sido previsto por nadie”.
Primo Levi se pertrechaba con un argumento idealista en este párrafo, un tanto optimista, rescatando a la Europa culta. ¿Podemos valernos de ese argumento? Argentina es uno de los países culturalmente más avanzados, al menos de Latinoamérica, los colegios alemanes son custodios de uno de los legados más preciados de la historia de la literatura universal. ¿Nada de esto parece haber hecho marca en esta promoción de estudiantes? No nos conforman las disculpas y el arrepentimiento, “que el mundo fue y será una porquería ya lo sé” dice Discépolo, pero que “la porquería” ensucie y degrade nuestra juventud, nuestros hijos y nietos festejando alegremente genocidios, gozando con vestimentas de seres que han destruido nuestra humanidad, como también ha ocurrido durante la dictadura en nuestro país, frente a esa puesta en escena, frente a cualquier espectáculo dantesco, repetimos, Nunca Más.
* Psicoanalista. Profesora del Doctorado de la UBA. Miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina.
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