PSICOLOGíA › SOBRE LA RESPUESTA SOCIAL ANTE LOS SUCESOS DE CARMEN DE PATAGONES

“Inquietante estado de ánimo colectivo”

Por Juan Bautista Ritvo *

El crimen de Junior en la escuela de Carmen de Patagones y la casi unánime reacción de los llamados medios de comunicación han terminado por consolidar un estado de ánimo colectivo que es inquietante en extremo.
En la edición del 30 de septiembre de Página/12, Juan Carlos Volnovich, que se presenta como psicoanalista, no vacila en conectar la matanza de Trelew, que ejecutó el capitán Sosa en 1972, con los disparos del púber Rafael: “Sosa reaparece como fragmento encarnado en Rafael”, dice textualmente, a pesar de reconocer que Rafael, con seguridad, nada sabía de Sosa; entonces, ¿lo que retorna lo hace a través del inconsciente colectivo? ¿Volnovich cree en la superchería de un inconsciente colectivo criminal, el que se opondría, digamos, para completar el retrato disparatado, a un inconsciente colectivo benéfico?
En el mismo artículo escribió, también textualmente: “...con un papá suboficial de la Prefectura Naval, qué se puede esperar”. Es decir: Volnovich tiene la misma lógica –aunque con signo inverso– que la derecha extrema, para la cual cualquier hijo de izquierdista es un criminal en potencia.
Desde un ángulo distinto, aunque igualmente con una lógica de la simplificación, un periodista habitualmente sagaz –Daniel Muchnik El Ciudadano, del 6 de octubre– culmina así su nota: “Lo que en Carmen de Patagones aconteció es el fiel reflejo de la miseria, de lo que apareja la miseria, de la destrucción de humanos que conllevan políticas económicas y sociales despreocupadas del destino de la gente”.
La miseria de Patagones es cierta, tan cierta como absolutamente incierta, para no decir falsa a secas, la conexión masiva del crimen de Junior con las causas sociales.
Tampoco es válida la analogía con el caso de Columbine, en Estados Unidos, ya que entre ambos episodios no hay nada en común. En esa escuela secundaria norteamericana se gestó algo que la psiquiatría conoce como folie à deux, es decir, la inducción recíproca a la constitución de un delirio de grupo, que necesita al menos dos ejecutantes. En segundo lugar, esos muchachos tenían una ideología nazi en la que retornaba de la manera más cruda esa ideología del mítico far west que la llamada Sociedad del rifle, dirigida por Charlton Heston, expresa de un modo integral y alarmante.
En cuanto a Patagones, para que Rafael haya hecho lo que hizo es preciso que concurran diversas circunstancias muy precisas, aunque su consolidación sólo sea advertible a posteriori: no sólo una estructura psíquica que lo predisponga para su pasaje al acto, sino también y decisivamente la existencia de un acontecimiento a la vez singular y contingente que desencadene un proceso que podemos conjeturar provisoriamente como delirante, y al cual sólo pudo ponerle fin mediante una acción como la que realizó: mató, pero quizá podría haberse matado. Mató –se cuenta que dijo al entrar a la escuela “hoy será un gran día”– para librarse de un perseguidor en última instancia anónimo, cualquiera: mató sin saber a quién y cómo mataba y así su caso no es parangonable con la muerte de un balazo de un alumno por otro en Chile tras haberlo llamado por su nombre, o, ya en el colmo de la imbecilidad, con el puñetazo recibido en pleno rostro por un chico durante una pelea en el patio de la escuela.
¿Cuándo aprenderemos que las estructuras e instancias sociales, entre las que se cuenta la psicosis –porque lo individual se organiza a través de redes transindividuales–, tienen temporalidades y espacios diversos que se conectan entre sí a través de diversos y mediatos elementos y, justamente porque no existe una razón panóptica que gobierne la transparencia recíproca de cada instancia con cualquier otra, cuándo entenderemos que la apelación masiva a la miseria sirve para explicarlo todo y por lo tanto para explicar nada? O mejor, diríamos, es una suerte de expletivo: es el bla, bla, bla moralizante con el que el ser humano se aturde y se piensa muy, pero muy caritativo, mientras calma la angustia frente a la grieta que desborda su capacidad de comprensión.
Y sobre todo, ¿cuándo aprenderemos que el reclamo universal de prevención, estimulado al máximo por la máxima irritación de los medios, conduce a lo peor, conduce a convertir a la escuela en cárcel y a los psicólogos en empleados de la penitenciaría psíquica?
Y lo más importante: es preciso desmantelar algo heredado del cientificismo del siglo XIX, algo que la demagogia de los medios vuelve a poner sobre el tapete en épocas de desconcierto y de angustia: la creencia de que todo es previsible y todo controlable siempre y cuando se cuente con buena voluntad y suficiente energía. Aceptar semejantes premisas lleva al terrorismo ideológico en el que se embarcan políticos, comunicadores, psicólogos, ideólogos de cualquier pelaje.
La furia por curar lo incurable es destructiva; los griegos llamaban sabiduría al sentido de los límites, de los límites propios. Conocer la diferencia entre lo curable y lo incurable, lo exigible y lo que no es exigible, es un principio de orden que nos permitiría vivir de otro modo.
Frente a la reacción que provocó el hecho de Carmen de Patagones es prudente, muy prudente, ser escéptico: se solicitan gabinetes psicopedagógicos con una demanda exactamente idéntica a la que reclama más policías, más control, más vigilancia.
A esta historia ya la conocemos.

* Psicoanalista. Miembro del consejo de redacción de la revista Conjetural. Docente en el doctorado en psicología de la Universidad Nacional de Rosario.

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