SOCIEDAD › EL SOCIOLOGO E INVESTIGADOR DANIEL FILMUS

“No hay esperanza si no apostamos a la educación”

El secretario de Educación porteño, Daniel Filmus, acaba de publicar el libro “Una escuela para la esperanza” con viñetas del pedagogo italiano Franceso Tonucci. El texto es una reivindicación de la escuela como casi el último reducto desde donde reconstuir un país integrado.

 Por Nora Veiras

“Tener esperanza es casi un gesto de confianza en nosotros mismos. No es una abstracción: si yo educo mejor, él mañana va a ser mejor.” El secretario de Educación porteño, Daniel Filmus, apela al pedagogo brasileño Paulo Freire para explicar por qué su último libro se llama Una escuela para la esperanza. A lo largo de una charla con Página/12 apela a distintos ejemplos para demostrar que la apuesta no es voluntarista sino que la historia muestra que lo que se requiere es una decisión política y un proyecto. “Cuando se sancionó la ley 1420 (educación gratuita, laica y obligatoria) no había escuelas, no había maestros, no había país. La escuela construyó el país. Fue una apuesta totalmente distinta, era una locura, no lo hizo Paraguay, no lo hizo Perú, no lo hizo Venezuela, lo hizo la Argentina”, dice. Para rediseñar un país integrado, Filmus descree de las teorías de mercado aplicadas a la educación y alerta sobre las falacias que encierra la supuesta igualdad para competir y acceder a un bien tan preciado como la formación.
–Una escuela para la esperanza suena como un título provocador en un contexto donde la escuela está en crisis y el país en virtual descomposición...
–Pienso que no hay ninguna esperanza de una Argentina distinta si el país no vuelve a apostar a la educación. En general, las alternativas que se plantean para salir de la crisis son todas cortoplacistas y de coyuntura. Es verdad que hay que atender los problemas de coyuntura, que tiene que ver con el plan económico, con los planes sociales y con el tema de la pobreza. Pero también es verdad que si en algún momento no hay un pensamiento más a largo plazo sobre las condiciones para un desarrollo alternativo –donde la política pase por la educación–, la verdad es que no tendremos ningún futuro y tendremos que plantearnos constantemente el tema de lo asistencia.
–De hecho, la escuela ha asumido un rol asistencial. ¿Cómo hace para reasumir su rol pedagógico y de formación?
–La escuela no está en condiciones ideales para resolver este tema, pero es la única institución que puede hacerlo. Tenemos esa contradicción: nunca la escuela estuvo en condiciones tan precarias y nunca la escuela fue tan necesaria. En el tema de la niñez, de la adolescencia y de la juventud me pregunto qué perspectivas tenemos si no es la escuela. Tomo en uno de mis textos un párrafo de El horror económico, de Vivianne Forrester, donde plantea que para muchos chicos si no es la escuela es la cárcel: se integran a través de la escuela o la otra institución estatal que les puede dar una respuesta es la cárcel. La tensión que viven los docentes en el aula entre atender lo asistencial o apostar a lo pedagógico es una presión que cada día tiene resultado diferente, hay días que presiona más lo asistencial, y hay días que presiona más lo pedagógico. La escuela tiene que hacer un esfuerzo muy grande para no perder su esencia pedagógica. El tema es presente y futuro; que estén resuelve el presente, están mejor en la escuela –aunque la escuela tenga problemas de violencia, problemas de alimentación–, pero que aprendan resuelve el problema para el futuro. En la Argentina hay 1.200.000 jóvenes que no estudian ni trabajan. ¿Qué hacemos? Si no entran en la escuela, el resto de las estrategias son compensatorias, coyunturales y asistenciales.
–Esa escuela que los contiene, ¿les da una formación de calidad en una sociedad que parece usar el rasero de la calidad entre incluidos y excluidos?
–Ese es uno de los problemas más importantes. Esa tensión entre lo asistencial y lo pedagógico, sumada a la tensión en los mismos docentes que ven cómo se deterioran sus condiciones de trabajo y sus condiciones de capacitación, poner como central el tema de la calidad implica tener resueltos algunos temas. No hay calidad si los chicos no comen, no hay calidad si no tienen lo que Juan Carlos Tedesco llama “educabilidad”, un piso mínimo a partir del cual se puede estudiar. Pero tampoco hay calidadsi el docente no se perfecciona, si el docente no se capacita. Nuestra experiencia en la Ciudad de Buenos Aires –que no es uno de los lugares más difíciles del país– nos dice que es posible –si uno resuelve las condiciones mínimas y básicas de los chicos y de los docentes– mejorar la calidad a través de transformaciones pedagógicas. De cualquier manera, nosotros estamos en un lugar relativamente privilegiado. Hay lugares del país donde el golpe a la calidad ha sido atroz. En muchos casos hay escasas posibilidades de que la escuela compense la desigualdad de origen en lo que hace a la calidad educativa. La escuela se construye para que haya igualdad de oportunidades a partir de orígenes muy diferentes. En muchos lugares del país como en muchos del mundo eso hoy es imposible. Yo tomo como ejemplo el caso de los países del Sudeste Asiático o muchos países después de la Segunda Guerra Mundial que partieron de condiciones económicas muy precarias, y apostaron a largo plazo, apostando a la educación. Los países del Sudeste Asiático tenían en la década del ‘60 tres años menos de escolaridad que la Argentina, hoy en día tenemos tres años menos de escolaridad que ellos. Eso no es de un año a otro. Es un diseño de país, un modelo de país integrado, productivo, autónomo para dentro de veinte años es imposible si hoy no apostamos a la educación. ¿Qué va a pasar con estos chicos que quedan marginados de la educación aun cuando están dentro de la escuela?
–Hoy en la Argentina, el debate educativo está ausente de la agenda de los candidatos...
–Porque el tema educativo es una salida a largo plazo: requiere mucha inversión ahora para que los resultados se vean dentro de mucho tiempo. Si yo invierto más en un chico hoy va a terminar la primaria sabiendo más, la secundaria sabiendo más... estoy hablando de trece años. Aparentemente es más redituable económicamente invertir en cosas que se vean al otro día. Eso es un problema porque nos perpetúa en el atraso, en no apostar a que la calidad del trabajo de la gente va a ser el elemento más importante que tenga la economía del futuro o lo que es fundamental: que a partir de las políticas neoliberales la tendencia a la expulsión de la población no sea contrarrestada por ninguna otra política. Las políticas asistenciales no integran, mantienen. La integración podría ser por políticas de trabajo y no las hay o podría ser por políticas educativas. Y realmente lo que uno ve es que esa brecha, ese abismo, esa segmentación social va in crescendo y que las estrategias para evitarlo muchas de ellas debieran estar del lado de la educación. Insisto: estamos hablando del mediano plazo, aunque la educación nos resuelve también el corto plazo porque ahí comen los chicos y los chicos están contenidos y seguros. Si uno transforma en eso la educación, sólo en presente, tenemos las escuelas parking o las escuelas guarderías.
–Cuando habla de calidad, usted se diferencia de aquellos que utilizan una lógica de mercado y apelan a ciertas “falacias” para justificar que compitiendo se puede lograr mejor educación. ¿Cuáles serían esas falacias?
–En primer lugar porque siempre que hay competencia los sectores que más tienen monopolizan las cosas de mayor calidad. Lo que el mercado determina es que cada uno llega de acuerdo con lo que tiene. En la educación hay una cuestión adicional: en la educación en general se le da más al que más demanda y menos al que más necesita. Los que más necesitan educación tienen menos capacidad de demanda de educación porque tienen demandas alimentarias, de trabajo, de vivienda, quizás son prioritarias respecto de las demandas educativas y se conforman con que la escuela esté abierta. En cambio, los que más quieren educación son los que más demandan. Uno encuentra una mayor demanda presupuestaria en los niveles altos del sistema y no en los niveles bajos. Siempre recuerdo cuando en el gobierno de Menem se recortaron 400 millones de la educación, se le sacó 100 al nivel superior y 300 al resto del sistema. Los universitarios cortaron las calles y se recuperaron –era justo– los 100 millones para el nivel superior, pero jamás se recuperaron los otros 300 para el restodel sistema. Todos los que proponen estrategias neoliberales de distribución del bien educativo en realidad esconden esto.
–¿Cómo es eso?
–La hipótesis es que si las escuelas compiten entre sí todos van a querer ir a escuelas de mejor calidad, por lo tanto va a mejorar la calidad de todas las escuelas para tratar de atraer a los chicos, entonces la escuela cobraría por chico, ése es uno de los modelos de distribución de mercado. La práctica en Chile, según las investigaciones que hicimos oportunamente en Flacso, mostró lo contrario: hay ciertos sectores que monopolizan ciertas escuelas porque son mejores y hay otros que eligen las escuelas que saben que tienen menos exigencias porque son las que les permiten seguirse manteniendo en el sistema. No es transparente el bien educativo. Nosotros lo que vimos es que era el revés: que los chicos de sectores populares que quieren ir a escuelas un poco mejores son terriblemente castigados y abandonan, mientras que los que siguen los circuitos de baja calidad permanecen y se reciben. En el caso de Chile pasa eso con las escuelas municipales de gestión oficial que fueron las que monopolizaron los sectores bajos. Hay otra razón más: la mayor incidencia en la calidad de los aprendizajes está en el nivel socioeconómico de origen, es decir que los chicos tengan padres profesionales, tengan códigos lingüísticos ampliados desde temprana edad, tengan la posibilidad de tener libros en la casa, apoyo escolar. Desde esa visión, teóricamente el deterioro de la calidad comienza cuando van chicos de otros sectores sociales. Lo que pasa en realidad es parecido a lo que pasa con algunas escuelas en la Argentina: para ser bueno habría que echar a algunos, entonces se consolidarían circuitos educativos de una diversidad tal que sería imposible integrar. Es como en los boliches adonde algunos van porque no dejan entrar a los otros. Eso ya pasa ahora en las escuelas con una cuota alta, lo cual garantiza que los otros no entren; ¿y si empieza a pasar en las públicas también? Todas las investigaciones lo que muestran es que el mejor clima para el aprendizaje es la heterogeneidad, el aprendizaje integrado, porque no sólo se aprenden ciertos conocimientos sino que aprenden al mismo tiempo valores, convivir con el otro, respetarlo.
–De esa forma se legitima una sociedad absolutamente fragmentada, prácticamente de castas...
–Someter toda la educación al mercado implicaría destruir cualquier tipo de movilidad social ascendente de los sectores más desprotegidos.

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