SOCIEDAD › NOBEL DE MEDICINA A TRES INVESTIGADORES EN GENETICA

El teorema de la muerte celular

A partir del estudio de un gusano, los científicos localizaron los genes que regulan la muerte de las células. Y advirtieron que las que no mueren cuando es debido, pueden generar tumores. Los genes podrían utilizarse para combatir células cancerígenas.

 Por Pedro Lipcovich

Ellos descubrieron cómo las células se matan a sí mismas cuando llega su tiempo de morir: por eso, ayer, les fue otorgado el Premio Nobel de Medicina. Son los británicos Sydney Brenner y John Sulston, y el norteamericano Robert Horvitz. La “apoptosis”, o muerte celular programada, es una posibilidad presente en todas las células del organismo; un ejemplo de su función normal es la muerte periódica de células del útero, que se manifiesta en la menstruación; un ejemplo de lo que puede pasar cuando las células se olvidan de morir es esa proliferación descontrolada que se llama cáncer. El trabajo de los tres laureados consistió, primero, en investigar exhaustivamente el simple genoma de un gusano llamado Caenorhabditis elegans (estudio que a su vez fue un paso decisivo hacia el desciframiento del genoma humano); en ese pequeño animal, vuelto así transparente a la investigación, localizaron los genes que regulan la apoptosis, y empezaron a investigarlos en el organismo humano. Esta tarea continúa –la ciencia argentina también participa en ella– y ofrece perspectivas tan excitantes como la de producir escuadrones de células suicidas que destruyan tumores malignos.
“¡Estás dedicando tu vida a un gusano!” Esta frase, que más de una vez se deja oír en conversaciones entre amigas, pudo aplicársele con propiedad a Sydney Brenner, quien, en la década del 60, decidió consagrarse al estudio del Caenorhabditis elegans, nematodo de un milímetro de largo que habita los suelos. Brenner tenía sus motivos, ya que el gusanito -adecuadamente simple, suficientemente complejo– proporcionó un modelo para estudios y experimentos que se trasladaron después a organismos más evolucionados. El Caenorhabditis tiene sólo 959 células (de las 1090 originales, 131 mueren por apoptosis); de cada una de ellas la ciencia conoce ya su función y su origen. Es un organismo “transparente” para los biólogos y fue el primer ser multicelular cuyo genoma fue descifrado por completo: cuando esto se logró, en 1998, se supo con certeza que lo mismo podría conseguirse para el genoma humano.
Robert Horvitz, de 55 años, descubrió qué genes rigen la muerte celular programada en el Caenorhabditis y demostró que en el organismo humano hay genes similares. Para ofrecer un ejemplo, Página/12 cede la palabra a Adalí Pecci –docente en la UBA e investigadora del Conicet–, quien precisamente investiga los genes que regulan la apoptosis en el útero: “Previo a la menstruación, se dispara la apoptosis de células del epitelio intrauterino, en respuesta a la falta de hormona progesterona en sangre; la menstruación es la descamación de ese epitelio cuyas células murieron por esa apoptosis”. Si este mecanismo falla, “una consecuencia posible es la formación de tumores”.
El tercero de los laureados, John Sulston, de 60 años, fue el primero en constatar la mutación de uno de los genes involucrados en la apoptosis. No sólo cáncer pueden causar las células que se niegan a morir cuando es debido. Por ejemplo, “determinados linfocitos, células del sistema inmunitario, si no mueren a tiempo por apoptosis pueden causar ‘enfermedades autoinmunes’, al atacar moléculas del propio organismo”, explica Gabriel Rabinovich, investigador del laboratorio de inmunogenética del Hospital de Clínicas de la UBA, quien aplicó ese conocimiento a la artritis en una investigación que ya prevé ensayos clínicos. “Es buenísimo que a Brenner, Horvitz y Sulston les hayan dado el Nobel; esto va a impulsar nuestro sector de investigación”, comenta Rabinovich.
Otra de las perspectivas terapéuticas en esta línea es aprovechar los genes que favorecen la apoptosis para “sobreexpresarlos” en células de tumores e inducir así su muerte, invirtiendo el proceso que da lugar al cáncer; ya hay experimentos básicos en este sentido.
Brenner nació en 1927 en Sudáfrica, es ciudadano británico y se desempeñó en el Instituto de Ciencias Moleculares de Berkeley, en California. Horvitz, nacido en 1947, trabaja en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Sulston, nacido en 1942, trabaja en la universidadbritánica de Cambridge y es quizá, de los tres premiados, el de personalidad más llamativa: “Soy un chico de los ‘60”, se definió a sí mismo, con su barba blanca y sus sandalias. Sulston es uno de los fundadores del Proyecto Genoma Humano y participó en la polémica que se generó cuando la firma Celera Genomics intervino con propósitos comerciales en el desciframiento del genoma: “Es inmoral y repugnante”, criticó Sulston, al sostener que la secuencia de los genes debe estar a libre disposición de la humanidad.
El Premio, otorgado por el Instituto Carolino de Estocolmo, se eleva este año a 1,07 millón de dólares y se entregará el 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Alfred Nobel, inventor de la dinamita.

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El británico John Sulston (60), uno de los premiados, es uno de los fundadores del Proyecto Genoma Humano.
 
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