SOCIEDAD

En Pinamar todo aumentó, pero igual está repleto

La temporada arrancó con una remarcación del 40 por ciento. Y una ocupación del 95 por ciento: un éxito que no se veía desde hace años. Los turistas ahora se quedan allí por más tiempo.

 Por Alejandra Dandan

“¿A qué precio? ¡A cualquier precio!” Quien habla es una de las operadoras turísticas del municipio de Pinamar. Los motivos de su tono exaltado están a mano, anotados en una planilla: en cuestión de horas, el precio de una habitación doble de poca categoría pasó de 80 pesos a 120. Las causas, motivos y explicaciones están en uno de los comentarios del presidente de la Cámara de Hoteleros, Fermín González: “Esto es normal –dice–, cuando hay demanda en todo el mundo se cuecen habas”. Se sabe: la costa atlántica explota. La Secretaría de Turismo de la Nación registra un ingreso de 200 mil turistas a Mar del Plata y de unos 120 mil a Pinamar, uno de los balnearios con 130 mil lugares disponibles. Desde hace tres meses se están haciendo reservas en hoteles, hosterías, departamentos y chalets. El sector turístico planificó la temporada sobre ese colchón: abrió remarcando los precios al 40 por ciento y aun así logró una ocupación del 95 por ciento. Entre los ocupantes otra vez está la clase acorralada, pero esta vez con más tiempo, menos abrumada y con menos conflictos con la plata.
Las dimensiones del cambio turístico son históricas. “La costa no alcanzaba estos niveles de ocupación ni este tipo de fisonomía desde hace mucho tiempo, tal vez desde los comienzos de los 70, cuando la gente se quedaba y hacía turismo interno”, dice Juan José Rodríguez, el titular de la Secretaría de Turismo local. Desde ese momento hasta ahora, la clase turística nacional había optado por los viajes de temporada fuera del país, alentados por las políticas monetarias. Punta del Este y las playas brasileñas se fueron convirtiendo en paradas privilegiadas durante los ‘90 y durante ese período la costa argentina fue perdiendo su público cautivo. Con la crisis, la devaluación y el reflujo de las políticas made in Argentina, las cosas lentamente comenzaron a cambiar.
Aun así, pocos sospechaban que las transformaciones llegarían a tanto: “Nunca –dice ahora Fermín González–, nunca que yo recuerde llegaba el 2 de enero con una ocupación casi completa”. Quienes se dedican al turismo saben que históricamente, la temporada no empieza hasta el 6 de enero. Y que de allí en adelante el flujo no se detiene: a mediados de enero, los alojamientos explotaban y para febrero comenzaba la baja. “Esta vez –dice González–, en diciembre se trabajó, en enero estamos completos y creemos que febrero estaremos con un 50 por ciento más de ocupación que el año pasado.”
Bajo estas nuevas corrientes turísticas, lo que está cambiando es el concepto del ocio. “Advertimos una modalidad distinta –explica Juan José Rodríguez–: en octubre, la gente comenzó a planificar sus vacaciones, hacía consultas, después reservas y cerraba contrato como nunca.” Detrás de las reservas programadas y la planificación a largo plazo, las familias argentinas parecían dispuestas a abandonar las prácticas de esas vacaciones express, en alza durante los últimos años. Uno de los sectores que funciona como parámetro son las inmobiliarias, donde este año existen menos recambio: la mayoría de los departamentos y los chalets se alquilaron durante quince días o un mes. “No hay vacaciones de una semana –dice Silvia Valente, de la Cámara Inmobiliaria– y nosotros estamos trabajando siete mil veces menos que otros años: y no porque no haya gente sino porque cambiamos de clientes una vez al mes y no cada cuatro días, como cuando venían sin reservas y con la valija en la mano.”
Con esas reservas, en diciembre, Pinamar tenía algo así como el 50 por ciento de los espacios ocupados por dos tipos de público: los cautivos y los que habían cambiando estas costas después de los viajes de la era de la paridad cambiaria. “Es gente que sabe que Pinamar tiene sólo 130 mil plazas, es decir –explica Rodríguez–, no es un destino demasiado popular porque es chico, quien lo conoce sabía que tenía que hacer las reservas por adelantado.”
Los que no lo conocen son el resto, esos cientos que a esta misma hora dan vueltas entre las calles de arena mendigando un puesto donde parar. Sol, Micaela y Marcela están en eso. Acaban de entrar al puesto de informes de la Secretaría de Turismo. Buscan una sola cosa: un cuarto libre para el fin de semana. Hacen una llamada a un hotel, después otra, después otra más. A lo largo de 14 llamados, cambian pretensiones, categorías, ubicaciones, intentan en Ostende, en Valeria del Mar y a varias cuadras de la costa. Anotan precios de cuartos por 100 pesos, por 70, 75 y 110 al día. El único fin de semana libre que encuentran es el último de enero. Frente a eso, no tienen alternativas: “Dame el número del camping –pide Sol a una de sus amigas–, yo ya me di por vencida”.
La estampida
¿Pero no hay un solo alojamiento en Pinamar? ¿Es cierto? Las respuestas son relativas, al menos para los hoteleros más viejos. “Mire –dice Fermín González, uno de los hombres mejor entrenados en este campo–, si usted me llama para pedirme un fin de semana yo no se lo doy, pero si viene y me pide en este mismo momento una semana, además, le doy un besito.” El viejo Fermín lleva cincuenta años en el país. “Yo no me puedo arriesgar a darle alojamiento por un fin de semana si no sé si esta noche me cae alguno pidiéndome la semana entera ¿me explico?” Se explica pero, aun así, pocos turistas todavía lo entienden: “Dígales –dice como quien implora algo urgente– que por dos días no llamen, para dos días tienen que venir, y jugarse”.
El verano se pensó con esa métrica de demanda. Hacia octubre, los dueños de los precios los revisaron, estudiaron opciones, alternativas de público, target y movimientos. Con esos datos, las distintas cámaras acordaron una modificación general de precios, todos hacia arriba, menos las cotizaciones en dólares. Comparados con los valores del año pasado, los precios están un 40 por ciento más altos. “Pero eso es normal, ¿o la leche no está un ciento por ciento más cara?”, pregunta González. Con esa misma lógica, muchos consideran que aun así, en términos reales, las cosas están más baratas. “Todo el mundo bajó los precios aunque los haya aumentado y si a la gente le gusta un hotel ya no te anda regateando diez pesos”, vuelve a decir el hotelero.
Esta tendencia se impone como las modas del verano. En Pinamar nadie se molesta demasiado por los 4 pesos que les piden por una lata de cerveza frente al mar o por los alquileres de 20 mil pesos. “Vienen preguntan y alquilan, ya no vienen tan pichuleros como antes”, dice nuevamente Silvia Valente pensando en el reducido universo del país dispuesto a gastar y ganar plata al mismo tiempo. En estos días por su inmobiliaria pasaron de visita algunos de los sectores más tradicionales de Pinamar: propietarios de las casas muy grandes, lujosas y caras: “Se tentaron con la oferta –dice– y ahora me entregaron casas que qué sé yo, las tienen hace 25 años, nunca las habían alquilado”. Esas casas son algunos de los chalet ubicados sobre la costa del barrio norte, donde comienzan los médanos. Zonas donde los treinta días cuestan unos 24 mil pesos. “Allí se alojan ahora porteños desplazados de Uruguay, mendocinos expulsados del verano chileno, ingenieros, contadores y mucho abogado –detalla Valente–, mucho dueño de cuatro por cuatro, Mercedes, BMW, que vienen pidiendo espacio libre para un asado.”
Al compás del movimiento, de los precios, de las marcas, en Pinamar hay otro pequeño universo que está creciendo despacio: “¿Pícaros? Pícaros siempre hubo, pero ahora los tenés entre los jardineros, porteros y entre las inmobiliarias truchas”, advierte Valente. Desde estos lugares parte lo que aquí se llaman propuestas indecentes, opciones de alquiler de última hora, con precios caros y sin garantías. Es un negocio a los que acceden quienes tienen a mano los recursos. En este caso, las casas vacías.

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Una lata de cerveza en Pinamar puede costar 4 pesos. Pero nadie se va a molestar por ello.
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