SOCIEDAD › LA MATO Y SE SUICIDO CUANDO ELLA LO QUISO DEJAR

Un novio golpeador y asesino

Pocas cosas son las que sorprenden a los 600 pobladores de La Brava, en el distrito santafesino de San Javier. Acostumbrados a inundaciones y sequías, apenas si los conmueve mencionar a Nereo Fernández, único nativo arrancado del terruño por la fama: es arquero del Unión de Santa Fe. Pero el lunes pasado se desató uno de aquellos acontecimientos que sorprendieron hasta la médula a las 600 almas bravenses: un joven de 29 años, con dos historias previas como golpeador de mujeres, secuestró a su novia de 15, que había intentado romper la relación, se encerró con ella en su casa y durante dos horas mantuvo a raya a los negociadores de la policía. Después, siguiendo la típica consigna del “mía o de nadie”, la mató de un escopetazo en la cabeza y se suicidó colocándose el caño del arma en la boca.
El poblado de La Brava está ubicado 23 kilómetros al oeste de San Javier, cabecera del distrito del mismo nombre, y a unos 150 kilómetros de la capital Santa Fe. A 500 metros de la comisaría, sobre la ruta ex 39, se encuentra el rancho donde Manuel Adolfo Márquez, de 29 años, vivía solo. A unos 40 metros de lo de Márquez, vivían Eusebio Feludero y su familia, incluyendo a su hija Yesica, de 15. Manolo y Yesica estaban de novios. A juzgar por los comentarios vecinales, nadie veía nada de malo en una relación que parecía avanzar sobre rieles.
Pero tampoco nadie veía nada de bueno. Es que Márquez, según el runrún pueblerino, además de dedicarse a hacer techos de paja para quinchos era un violento. Ya había tenido problemas con dos ex parejas, ambas jovencitas. Una de ellas, de apellido Guerra, volvió a su natal Colonia Macías con un hijo y la cara llena de moretones. La segunda huyó, también con un hijo, a San Javier tras recibir varios puntazos.
El domingo por la noche, Yesica pasó por lo de Manolo. Al día siguiente, don Eusebio no la vio volver y fue a buscarla. Se encontró con el drama preanunciado: el novio no la dejaba salir y a él no lo dejaba entrar. A Don Eusebio le extrañó que su hija no le hablara. Preocupado, fue a la comisaría y al poco tiempo la policía intentaba convencer a Márquez de cejar en su empeño de noviazgo unilateral y forzado. A todo esto, Yesica suplicaba a los gritos a los uniformados “Váyanse o me mata”. La policía se retiró a unos cien metros.
Pero el drama ya estaba escrito: según los investigadores, esa noche Yesica había intentado poner distancia a una relación sostenida bajo la premisa de la posesión violenta y donde ella empezaba a ocupar el lugar de propiedad indivisible. El intento de Yesica, como si se tratara de una ley oculta, enardeció y desató mayor violencia.
Por eso, no importó que los policías se retiraran fuera de la vista de Márquez. Tampoco que lo hiciera don Eusebio. La consigna “sos mía o sos de nadie” estaba preescrita. Se escucharon dos estampidos. Cuando los uniformados entraron en la choza encontraron el cuerpo de Yesica con la cabeza destrozada y el de su asesino con el cráneo en mil pedazos tras el escopetazo en la garganta.

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