SOCIEDAD › SILO ANUNCIO EL MARTES UNA NUEVA CIVILIZACION MUNDIAL

El secreto de la vida

El martes, en el mismo cerro de Punta de Vacas donde comenzó su carrera hace 40 años, el gurú humanista contó cómo acabar con la violencia a tres mil discípulos llegados de todo el mundo. Pero avisó que su profecía no va a servir de nada, “porque nadie va a escucharla”.

 Por Laura Vales

Silo habló al pie de la montaña. Un paraje inhóspito a 2400 metros sobre el nivel del mar fue el lugar elegido por el fundador del Movimiento Humanista para dar a conocer un nuevo capítulo de su mensaje. Los afiches que convocaron al encuentro habían ofrecido sólo tres datos: “Silo, el 4 de mayo, en Punta de Vacas”. Fue suficiente para que llegaran seguidores de tres continentes, aunque nadie sabía bien a escuchar qué. No lo sabía la chica obesa que desembarcó de los primeros micros y se sentó en posición de loto entre las piedras. “¿De qué va a hablar Silo? No sé”, dijo, mientras comía una manzana con la sonrisa de un buda. No lo sabía Tito de Casas, el amigo de juventud de Silo. Ni ninguna de las cinco mil personas que se acomodaron en la ladera de la montaña a esperar su palabra.
Silo se llama Mario Rodríguez Cobos, pero todos los reunidos en Punta de Vacas hablaban de él como “el Negro”. En este mismo lugar, hace 35 años, pronunció su primera arenga ante un pequeño grupo de seguidores. “Purifica el deseo, que habrás de sacrificar con eso la rueda del placer, pero también la rueda del sufrimiento”, dijo en aquel discurso fundacional. Eran los años ’60 y casi todo el mundo andaba en busca de su gurú.
Pero extrañamente, Silo sobrevivió a la era de Acuario. Sus ideas se han extendido por el planeta (Tierra), donde hoy tiene alrededor de un millón de seguidores. Hay siloístas en Chile, entre las comunidades coyas del altiplano, en España y en Francia. En las Filipinas y en Africa.
Este proceso de expansión no careció de piedras en el camino. Acusado de liderar una secta, de promover orgías, de ser un santón, de estar pago por los servicios secretos norteamericanos, de charlatán, Silo supo arreglárselas para esquivar a sus acusadores con una flexibilidad notable, en lo que su partido –el Humanista– demostró ser un buen discípulo. Fue el único partido de la historia argentina que reclutó candidatos para las elecciones mediante avisos clasificados.
Tito
“¿Cuánto falta para que hable el Negro?”, pregunta Tito, ubicado estratégicamente a pocos metros del escenario. Tiene la cara redonda y le queda poco pelo para protegerse del sol de la montaña. El hombre es absolutamente simpático. En 1964, durante la prehistoria del humanismo, él era el más joven de los seguidores de Silo. Tenía 17 años mientras los demás pasaban los 25.
“Formamos un primer grupo y nos pusimos a estudiar”, dice ahora, mientras se cierra la campera sobre una barriga prominente. “Empezamos con lógica. Después con las ideas zen. Leímos a Ionesco, nos encantó La cantante calva. Estábamos en la búsqueda, queríamos hacer una gran cosa y no sabíamos qué. Analizamos a Marx, practicamos budismo, nos conectamos con los espiritistas. Leímos a Sartre, a Hegel... ¡El mundo era una ensalada incomprensible! Vivíamos en la oscuridad y Silo nos decía: ‘Hay que meterse para dentro, trabajar con las manos’. Entonces se entendía todo.”
En 1966, con otros apóstoles siguió a Silo a la selva jujeña. Vivieron en una cabaña hasta que un día el Ejército les tiró la puerta abajo y se los llevó presos. No hubo manera de convencer a los militares de que ellos no eran una célula guerrillera, sino que se la pasaban haciendo meditación.
Tito fue candidato a concejal porteño del PH en 1989. “Saqué nueve mil votos sin que me conociera nadie.” Luego se mudó a España. La semana pasada subió a un avión que lo trajo a Mendoza sólo para presenciar este momento. Y para escuchar al Negro, claro. Porque el Negro “tiene la altura de Platón. Es de los que ven debajo del agua”.
Daniel
Treinta y cinco años después, el siloísmo tiene su grupo bailantero. “Un cuerpo sin alma tiene poca sal, ponete las pilas que podés volar”, dice a través de los potentes equipos de sonido instalados en la cima del cerro la canción de los chicos de Mezclao. Sobre la ladera, los cuerpos que hasta hace un rato reposaban con la música new age ahora cimbrean y saltan: “Siempre para arriba, siempre y sin sufriiiiiiir, la energía que está en el universo está en tu cuerpo, está dentro de ti”.
Daniel Tagliafico, de 44 años, es el cantante de la banda. Viene de Quilmes, donde se gana la vida como vendedor de sahumerios. “Todas nuestras letras están inspiradas en el mensaje de Silo”, dice. Mezclao tiene 10 músicos. Aunque ninguno habló personalmente con el líder, cuentan que le mandaron un mail y que él les respondió. “Nos dijo que le metiéramos fuerza, que las canciones fueran más rápidas y ahí le dimos a fondo con el cuarteto.”
Daniel está en el movimiento desde los 15 años. “El humanismo es una búsqueda del ser humano hacia el cambio social.” ¿Es un militante? No, corrige él con un gesto de rechazo. “Soy un voluntario.” También dice que no se considera un ganador sino todo lo opuesto. “Somos fracasados, por eso entramos al movimiento. Como todo el mundo.”
Silo
A los 66 años, Silo conserva la figura larguirucha de su primera juventud. Llega al lugar vestido con pantalones bombilla, campera tricolor y anteojos oscuros. Sube a la tarima. Saluda levantando una mano con el pulgar, el índice y el medio extendidos. ¡Paz, fuerza y alegría!, escucha que el público le responde. Llega el momento de la arenga. Cuando empieza a hablar, a su alrededor hay un profundo silencio. Silo da un breve panorama de un mundo en el que reinan “la fuerza y la injusticia”. Luego anuncia que dará a conocer la solución para terminar con la violencia. “Yo diré qué hacer”, asegura. En medio de los aplausos de aprobación, anticipa que de todas formas “de nada valdrá” porque nadie va a escucharlo.
El discurso tiene una parte política, que retoma los principios de la no violencia. “Tal vez (quienes están en el poder) piensen que volver a la primitiva práctica de la pena de muerte será un gran ejemplo social. Tal vez piensen que penalizando progresivamente el delito cometido por los niños desaparecerá el delito... o desaparecerán los niños.”
No hay grandes efusiones, sino una atención amable. Cada tanto alguien grita “Vamos, Negro” o “Aguantá, Negro”.
Silo propone cuatro puntos: “Que en el orden internacional todos los que están invadiendo territorios se retiren. Que en el orden interno de las naciones se trabaje en hacer funcionar la ley antes que hacerlas más represivas. Que en el orden doméstico la gente cumpla con lo que predica saliendo de su retórica hipócrita. Que en el orden personal cada uno se esfuerce por lograr que coincida lo que se piensa con lo que se siente y lo que se hace, escapando a la contradicción que genera violencia”.
“Pero nada de lo que diga”, repite, “será escuchado”.
La Fuerza
El encuentro entra en un costado místico, con una ceremonia de imposición de la Fuerza. Desde el estrado, Silo hace de oficiante:
–Mi mente está inquieta –dice.
–Mi mente está inquieta –repiten los demás.
–... aflojo mi cuerpo, mi corazón y mi mente.
–Aflojo mi cuerpo, mi corazón y mi mente.
Los concurrentes mantienen una mano en el corazón, algunos cierran los ojos. –Si quieres recibir la Fuerza –continúa Silo–, debes comprender que en el momento de la imposición comenzarás a experimentar nuevas sensaciones (...) Deja que la Fuerza se manifieste en ti (...) Siente la Fuerza y su luminosidad interna...
Hay gente que tiembla. Otros se acunan suavemente o esperan, concentrados. “Paz, fuerza y alegría”, dice el oficiante cuando el rito ceremonia termina. “Paz, fuerza y alegría” gritan los demás.
Fotos
Quienes llegaron desde otros continentes estiran sus cuellos sobre el gentío con la esperanza de ver cara a cara a su inspirador. Todo el mundo se saca fotos. La chica obesa ha abandonado transitoriamente la posición de loto y ahora habla con los vendedores del merchandising: llaveros con la foto de Silo (a un peso), el poster de Silo (a tres pesos o 500 chilenos), el CD de la música mensajera (a 10 pesos), las remeras y buzos conmemorativos. Después de un rato se decide por un colgante.
Los peregrinos comienzan su descenso hacia los micros. Un hombre de pelo canoso y largo, por la cintura, permanece entre los rezagados. El hombre podría llamar la atención hasta en un fiesta de disfraces. Lleva al cuello una bufanda con todos los colores del arcoiris y en la mano sostiene una escoba como estandarte, con el cabo apoyado contra el suelo y la paja vuelta hacia arriba.
–¿Cómo te llamás? –quiere saber un adolescente con remera de Gap.
–Soy un ser anónimo –dice el de la escoba.
Abajo, junto a los vehículos, un ejército de voluntarios sirve café.
Desde aquí se ve que el cerro está cercado con un alambrado de cinco hilos. Hay versiones encontradas sobre sus motivos. Unos sostienen que éstas eran tierras fiscales que el movimiento o Silo compraron recientemente para hacer un centro de reuniones. Tito dice que no, que son tierras privadas que ellos arrendaron en 1969, por 90 años, a cambio de 30 pesos argentinos.
–¿En el ’69?
–Sí.
–No puede ser.
–Silo tiene visión de futuro.
Ajeno a los temas inmobiliarios, un cincuentón de la generación beatnik toca la guitarra con una púa amarilla. Dos chicas con panderetas le hacen los coros. Por todos lados hay gente que se saluda o se despide con abrazos que no duran menos de un minuto. El sesentón canta que hay que ganarle la batalla al pesimismo; las chicas tocan sus panderetas y hay un sol como sólo se ve en la montaña. Todo muy paz y amor.

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A los 66 años, Silo tiene un millón de seguidores en todo el mundo y es un
increíble sobreviviente
de la era de Acuario.
 
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