SOCIEDAD › EL FILOSOFO JAVIER SADABA, A FAVOR DE LA CLONACION REPRODUCTIVA

“La decisión debe ser de cada uno”

Es titular de Etica en la Universidad Autónoma de Madrid. En esta entrevista con Página/12, expone sus posturas: qué queda de la bioética cuando se la despoja de preconceptos religiosos.

 Por Pedro Lipcovich

Le parece admisible la clonación humana, pero no sólo la “terapéutica”, que serviría para combatir enfermedades, sino incluso la “reproductiva”, que permitiría concebir hijos genéticamente idénticos al progenitor. Se declara “en combate” a favor de la eutanasia. También está de acuerdo con la “neoeugenesia”, que permitiría planificar características como el sexo de los hijos y eventualmente sus capacidades intelectuales. Estas y todas sus formulaciones, lejos de caracterizar a un provocador del pensamiento, obedecen a la lógica rigurosa de una bioética “laica”, como la llama él: una mirada sobre las biotecnologías de punta de la que ha retirado todos los preconceptos que, en forma explícita o implícita, tengan raíces religiosas. El filósofo Javier Sádaba –titular de Etica en la Universidad Autónoma de Madrid y cuyo último libro es Principios de bioética laica– visita la Argentina, invitado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires, y dialogó con Página/12.
–La clonación de la oveja Dolly, en 1997, fue un acontecimiento que dio testimonio del enorme desarrollo alcanzado por la ingeniería genética. Se agrega la expectativa suscitada por las “células madre”, que a partir de la clonación de embriones humanos podría dar lugar a tejidos de utilidad terapéutica. Esto que se perfila como una rama nueva, la medicina regenerativa, genera interés en los científicos, expectativas en los pacientes y ambición en las empresas farmacéuticas, todo lo cual entra en conflicto con una reacción que podríamos llamar “premoderna” liderada por la Iglesia Católica y amplios sectores del protestantismo. Es como si estos desarrollos pusieran en cuestión algo esencial para ellos: la distancia infinita entre el Creador y sus criaturas. Y nuestro genoma es tan parecido al del chimpancé, al del ratón: no sólo somos hijos de la evolución, sino que podemos llegar a modificarla, y esto suscita terror.
–Si el conflicto se plantea entre una fórmula “premoderna” y el capitalismo avanzado, el desenlace parecería obvio.
–Van a ganar las empresas, sin duda. La Iglesia y George W. Bush seguirán protestando, pero, más temprano que tarde, la investigación con células madre embrionarias se va a imponer. Y está bien que así sea; el problema es que no se está dando en un contexto de justicia, donde todos puedan acceder a lo que se obtenga. Pero estas cuestiones político-sociales son externas a la biotecnología en sí misma; en el plano interno, el de la investigación, la perspectiva de la clonación me parece inobjetable en general.
–¿También la clonación reproductiva?
–Los científicos, que suelen ser prudentes y pragmáticos, prefieren limitarse a hablar de la clonación terapéutica, que puede llevar a obtener tejidos útiles contra enfermedades, y no enturbiar el campo con la clonación reproductiva, prohibida en la mayoría de los países. Pero la filosofía no está obligada a ser prudente ni pragmática, y nuestra pregunta debe ser: si la clonación reproductiva pudiera realizarse, ¿dañaría a alguien? No me refiero a los supuestos intentos actuales, como los anuncios de la estrafalaria secta de los “raelianos”: la clonación reproductiva en este momento sería criminal por los riesgos clínicos que implicaría. Pero, llegado el tiempo en que los riesgos no sean mayores que los de la reproducción natural, supongamos que una persona quiera tener un hijo genéticamente idéntico a ella: ¿cuál sería el problema? Siempre han existido hermanos gemelos y nadie piensa que eso sea una monstruosidad.
–Una diferencia con los gemelos sería que, en la clonación, la identidad genética obedecería a un deseo muy particular del progenitor. ¿No podría ser peligrosa la gravitación sobre el hijo de un deseo así?
–Pero eso pasa siempre con los hijos. Constantemente se ejerce esa gravitación. ¿Y los que tienen un hijo como intento de salvar una pareja en crisis? Los hijos están “clonados” por la educación autoritaria, mucho más que lo estarían por una clonación biológica. Todos estamos “clonados”por la prensa, por los intereses, por las tribus ideológicas. En realidad, ese deseo de tener un hijo con los propios genes podría ser una virtud, en comparación con los hijos que llegan por una voluntad inercial, por “voluntad de la naturaleza”. Hace unos años, se temían riesgos parecidos para los “bebés de probeta”, concebidos por fertilización asistida: hoy han crecido miles en el mundo y nadie podría distinguirlos de las demás personas. Pero la decisión tiene que quedar siempre en manos de cada ciudadano: no se trata de que el Estado decida clonar personas en serie. Y, en cuanto a cada caso en particular, sería desaconsejable si, por ejemplo, la idea de tener un hijo clonado pareciera presentarse como una obsesión; del mismo modo, a una persona que padezca una enfermedad genética se le puede desaconsejar que tenga hijos en general. Pero una cosa es desaconsejar y otra es prohibir.
–Seguramente usted tampoco objetaría que las personas eligieran características de sus hijos, como el sexo.
–No lo objetaría. El Observatorio de Bioética y Derecho de Barcelona se pronunció a favor de la elección de sexo, en la medida en que esté adecuadamente regulada. Esta elección ya es tecnológicamente viable y de hecho es legal en España para el caso particular de prevenir la hemofilia. Nuevamente, el punto está en que la decisión esté reservada a los sujetos y no, como ha sucedido en sociedades como la china, que la elección de sexo sea impuesta desde arriba, conduciendo incluso al infanticidio.
–¿Y si se pudieran predeterminar otras características del hijo, como la capacidad intelectual?
–Claro que no hay un gen que determine la capacidad intelectual, pero, si fuese el caso, ¿por qué no? ¿No les dan las madres vitaminas a sus hijos? El término para ubicar estas cuestiones es “neoeugenesia”, diferenciable de lo que se llamó “eugenesia”, que eran prácticas destinadas a “mejorar la raza”, especialmente la raza blanca. En la neoeugenesia pueden incluirse enriquecimientos como la posibilidad de modificaciones genéticas que previnieran enfermedades: yo mismo, puesto en el lugar de un hijo a ser engendrado, me anotaría en modificaciones genéticas que mejoraran mi salud o pudieran hacerme más feliz. Lo esencial es que a estos posibles enriquecimientos tengan acceso todos, no sólo algunos sectores sociales, y que no sean impuestos por el Estado.
–Por otra parte, usted se ha pronunciado claramente a favor de la eutanasia.
–Hace años que estoy de acuerdo con la eutanasia, pero actualmente tengo una actitud de combate en su favor. Hay casos recientes terribles, como el de Vincent Humbert, joven de 22 años que, en Francia, estuvo por tres años cuadripléjico y ciego tras un accidente: pidió en vano que se lo ayudara a morir hasta que su madre asumió la responsabilidad de administrarle una sobredosis de sedantes. En Gran Bretaña, los jueces le negaron a Diane Pretty, que padecía una enfermedad neuronal terminal, el derecho al suicidio asistido, y murió asfixiada por la enfermedad. En muchos casos, la atención en unidades de cuidados paliativos y especializadas en dolor puede ser suficiente, pero no en todos, y se trata, hay que destacarlo, de la voluntad de la persona. Es un derecho humano de primera generación: la libertad. La eutanasia ya funciona, bajo adecuadas regulaciones, en Holanda, en Bélgica. Y los argumentos de quienes se oponen a ella siempre tienen, en el fondo, una raíz religiosa.
–La eutanasia, en su perspectiva, sería un caso particular de la libertad de cada persona para poner fin a su vida.
–Así es. Nadie me dio permiso para venir a este mundo y a nadie debo pedirlo para marcharme.
–En los diferentes temas que aborda, usted observa que la libertad de elección está condicionada a lo que cita como “adecuadas regulaciones”. Sin embargo, usted ha sido crítico de la sociedad occidental contemporánea, que llegó a calificar como “pseudodemocracia”, ¿esto no pone en riesgo las garantías de adecuada regulación?
–En efecto, soy crítico de las democracias occidentales: están eliminando la participación de la gente; están siendo absorbidas por las multinacionales; los partidos políticos se están convirtiendo en empresas. Sin embargo, estas democracias son lo mejor que hay: seguimos teniendo derecho a hablar y a elegir, y el debate social no tiene que restringirse a los políticos: los filósofos, los juristas y muchos otros actores sociales tenemos también la función de hablar con la gente y la sociedad puede obligar a los políticos a tomar decisiones.

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Javier Sádaba, de paso en Buenos Aires, acaba de publicar Principios de bioética laica.
 
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