SOCIEDAD › SOBREVIVIO AL TSUNAMI AFERRADO A UN TRONCO

Ocho días flotando en el mar

En los últimos ocho días de sus 23 años Rizal Shahputra pasó por una experiencia se diría que casi imposible de imitar: sobrevivió al terremoto y a los tres gigantescos tsunamis sucesivos que se abatieron en el sudeste asiático flotando sobre un tronco caído, en el océano Indico, alimentándose con cocos que encontraba a la deriva y bebiendo agua de lluvia mientras veía cómo sus familiares y amigos se iban hundiendo. El de Rizal no es el único caso. Un niño indio abrió los ojos instantes antes de que lo sepultaran creyéndolo muerto. Un bebé de veinte días apareció flotando en su colchón. Historias increíbles de aquellos que pudieron llegar.
Rizal limpiaba la capilla familiar, en Banda Aceh, cuando se desató el tsunami. Se aferró al tronco de un árbol caído mientras la marea lo fue internando hasta 160 kilómetros mar adentro, donde un carguero lo rescató el lunes pasado. Sobrevivió en base a una dieta de cocos que flotaban a la deriva y con agua de lluvia, sufriendo quemaduras del sol, heridas, golpes. “Al principio había algunos amigos conmigo –relató Rizal al llegar al Puerto Klang, en Malasia. Después de unos días, se habían hundido. Veía cuerpos a la derecha y a la izquierda. Todos se hundieron, mi familia se hundió. Por todos lados a mi alrededor había cuerpos.”
Durante los ocho días en el mar, Rizal y su improvisada embarcación se cruzaron al menos con un barco, sin lograr que lo viera. Hasta que el lunes pasado, un carguero japonés lo descubrió agitando la mano. “Nos estaba gritando. No lo podía creer, me sorprendió mucho ver a alguien allí, en medio del océano, parado”, dijo el capitán del barco, Huan Wen Feng.
El de Rizal, aunque parezca imposible, no fue el único caso de sobreviviente flotante. Un pesquero malasio salvó a una indonesia que derivaba en el océano Indico desde hacía cinco días, aferrada a un tronco de palmera. Con más suerte que Rizal, Malawati se alimentó de los frutos de su propia balsa/palmera. Tenía la piel quemada por el sol y había sufrido mordeduras de animales.
Otro caso: Anthony Praveen, un niño indio de ocho años, abrió los ojos apenas unos momentos antes de que los sepultureros, que lo creían muerto, lo enterraran en la ciudad de Velankanni. El niño se sentó sobre el montón de cadáveres que lo iban a acompañar, completamente conmocionado, consiguiendo apenas dar su nombre y su dirección. Desde entonces quedó mudo y seguramente no sabe que sus padres y su hermana murieron.
Tulasi, de apenas veinte días, dormía sobre un colchón. Su madre Annal Mary luchó contra el torrente para llegar hasta la habitación del bebé y cuando llegó descubrió que flotaba en casi dos metros de agua. La pequeña Zoé Shiu, de seis años, se aferró a un cojín neumático para escapar de la ola gigante que inundó la piscina del hotel Sofitel tailandés donde jugaba. El flotador le permitió llegar hasta un bote volcado al que una camarera trataba también de aferrarse. La camarera logró enderezar el bote y junto a Zoé logró salvarse.
Otros que se salvaron lo hicieron debido a un cierto grado de astucia, como el británico Stephen Boulton, de vacaciones en las Maldivas. Para salvarse él y su familia, utilizó todo lo que tenía a mano, atando con toallas de playa a una palmera a su esposa Ray, de 33 años, y a sus hijos de 12, cuatro y un año y medio. Anna Serafino, que vive parte del año en Patong, cerca de Phuket, al sur de Tailandia, prefirió ganar en velocidad a la ola gigantesca. Unos segundos antes de que la ola inundara todo, tomó su moto y aceleró hacia las colinas a toda velocidad. Cuando miró hacia atrás, descubrió todo el pueblo destruido, con cadáveres “flotando como peces muertos”.

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A Rizal lo rescataron internado 160 kilómetros en alta mar.
 
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