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Hizo falta tanta bufanda para que recibieran los cuatro premios

Cuatro escolares obtuvieron menciones de honor en un concurso sobre el Medio Ambiente entre escuelas de todo el país. El premio consistió en un viaje a la Base Marambio, en la Antártida Argentina.

Por Alejandra Dandan
Desde Base Marambio

Cómo imagina Lucas un mundo donde los hombres no transpiran porque el agua se hace estalactitas antes de caer. Estuvo una hora cuarenta minutos pisando la escarcha blanca del continente antártico, ese bloque de hielo de poco más de un millón de kilómetros cuadrados donde las pequeñas caminatas suelen transformarse en endiabladas cabalgatas contra el viento. Lucas no ve. Llegó a la Base Marambio el viernes pasado después de ganarse una mención de honor en un concurso de Medio Ambiente organizado para escuelas primarias de todo el país por la Fuerza Aérea. Con Lucas viajaron otros tres estudiantes y el ministro de Defensa. José Pampuro pisó por primera vez la Antártida en ese mismo vuelo, después de la purga de la Fuerza Aérea por el escándalo SW y con el último contingente humano que visitará el continente más austral del globo hasta que termine el invierno.
Lucas Canyazo empezó a preparar su viaje en diciembre, cuando los directores de la escuela 515 de Chubut supieron que estaba entre los cuatro premiados para el viaje al paraíso blanco. Lucas talló una inmensa ballena negra y un pingüino sobre una radiografía, pero antes estuvo palpando sus formas en un museo.
El jueves a la noche llegó a Río Gallegos. Detrás, llegaron María Virginia Barrufaldi, de 11 años y de San Nicolás; Natalí Fleitas, de Pico Truncado, y Julieta Rodríguez Caruso, de la Escuela Adventista Nicolás Avellaneda de Trelew y dueña de un rescate dibujado después de sus viajes a la Cordillera, donde los bosques fueron arreciados por el fuego. Con ellos fueron llegando uno de sus padres y un maestro. Todos se sumaban al viaje alguna vez cancelado por las siempre inesperadas condiciones del tiempo en el planeta blanco donde al otro día los esperaba la térmica de unos temibles 35 bajo cero.
Siete de la mañana del viernes, el motor del Hércules C-130 se puso en marcha. Lucas se protegía con su capucha de polar, antiparras, campera de nieve, jardineros de fibra de vidrio, medias, botines: el equipo contra el inefable viento antártico. En la cabina, doble equipo de pilotos iniciaban el despegue de un vuelo previsto en 3 horas diez minutos hacia la puerta de entrada al continente blanco.
Marambio está a 1540 kilómetros de Río Gallegos, a 1340 de Ushuauaia, a demasiados miles de la cálida urbe porteña. En ese trayecto, los pilotos se preparan para aterrizar en la única pista argentina preparada para aviones. Una pista de apenas 1200 metros, creada cuando el hombre llegaba por primera vez a la luna con trancos de picos y palas de 50 centímetros de largo. Aunque en la base las comunicaciones se hacen con caños de 11 megas de red, aunque existen celulares, cable satelital y provisiones, los avatares de la pista y del viento todavía son como antaño. La pista sólo sabe comportarse mansamente frente a los pilotos más bruscos, aquellos que, literalmente, tiran la panza del avión sobre la pista. “Mientras más brusco –se dice– más rápido se frena.”
Al mediodía del viernes, la nave estaba allí. Frenada, quieta, mansa, resistiendo los 22 nudos de viento. Lucas, Julieta, María Virginia y Natalí bajaron equipados para defenderse del frío capaz de provocar necropsias en menos de un minuto sobre la piel expuesta. De ahí en adelante, ya sabían qué iba a suceder. Se lo contaron la noche anterior con unas diapositivas: debían bajar del Hércules, abandonar la pista y recorrer los escalofriantes cien metros de distancia para llegar al interior de la Base, el verdadero espacio reparador de Marambio. El protocolo de las fotos con el escudo de la base demoró unos segundos la llegada a destino, agudizó malestares y provocó alguna caída. De allí en adelante, una baranda sobre el camino de hielo acompañó a caminantes veloces, a los rezagados y a los más intrépidos que en medio del frrrrío aún intentaban agenciarse un kit de fotos.
Todo el mundo lo sabía: la estadía sería breve, no más de hora cuarenta. Durante ese tiempo el motor del Hércules permanecería en marcha, por cualquier emergencia. El viento, en esta época del año es mal compañero aun para los avezados aeronáuticos. Son capaces de prever día y hora de llegada pero como normalmente cuentan saben que en alguna ocasión han dejado a todo un contingente varado durante 16 días. Pero la Antártida enseña a aprovechar recursos: una hora cuarenta fue suficiente para avistajes, fotografías, ceremonia, entrega de premios, palabras de bienvenida de los hombres de Marambio, cóctel, brindis y hasta para observar el entorno repleto de estalactitas.

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Julieta Caruso, Natalí Fleitas, Lucas Canyazo y María Virginia Barrufaldi, con sus dibujos y con frío.
 
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