SOCIEDAD

Una disputa entre socios, un crimen y un final horrendo en el chiquero

La víctima era el representante de Aeropuertos Argentina 2000 en La Pampa. Su socio es el principal sospechoso. Fue detenido y hoy lo indagará el juez. El cadáver apareció destrozado por los cerdos de una pocilga, a 60 kilómetros de la capital pampeana.

Héctor Ortellado, socio de Eduardo Miravalle, representante de Aeropuertos Argentina 2000 en La Pampa, será indagado hoy por un juez de Santa Rosa bajo la muy fuerte sospecha de que asesinó a Miravalle el sábado pasado. La hipótesis más concreta es la que supone una fuerte discusión por motivos económicos. El crimen tuvo lugar en un sector del campo Santa Lucía, en la localidad de Chapalcó, a unos 60 kilómetros de Santa Rosa, donde víctima y victimario habían desplegado un chiquero para cría de chanchos. Un peón de un campo cercano escuchó el sábado al mediodía dos disparos, que son los que se supone provocaron la muerte de Miravalle. Su cuerpo fue arrojado a la pocilga donde los cerdos se encargaron de despedazarlo y deglutirlo. El martes pasado, alrededor de las ocho de la noche, un policía descubrió un borceguí que asomaba perdido en el fango del chiquero. Al tirar de él aparecieron las piernas.
Eduardo Miravalle, de 38 años, era representante de Aeropuertos Argentina 2000 en La Pampa. Dentro del grupo de empleados a sus órdenes se encontraba Héctor Aníbal Ortellado, de 38, hasta hace poco tiempo, cuando por decisión de la empresa Ortellado pasó a figurar como despedido. Según fuentes del caso, el motivo del despido –ordenado desde Buenos Aires– daba vueltas en torno de una corruptela, una vulgar mano en la lata.
Al mismo tiempo, Miravalle y Ortellado eran socios en un miniemprendimiento, un criadero de cerdos que ocupaba un sector pequeño del campo Santa Lucía, en Chapalcó, a 60 kilómetros de Santa Rosa y a 10 de Toay, la población donde vivían los dos socios. El criadero en realidad consistía de una pocilga, donde 70 cerdos chapoteaban en el barro, y una casilla muy precaria a un costado.
El sábado pasado, Miravalle salió de su casa para encargar carne para el asado que planeaba realizar al día siguiente con su esposa y sus tres hijos, en el Santa Lucía. Salió pero jamás volvió. Cuando empezaron a pasar las horas, en trance de desesperación los familiares presentaron la denuncia ante la comisaría 5ª de Toay. Hasta el martes por la mañana, la búsqueda transitó entre angustias y nervios. La policía comenzó recolectando testimonios de los últimos que habían visto a Miravalle. Su socio, Ortellado, quien se mostró muy dispuesto a colaborar en la búsqueda, aseguró a los familiares que habían pasado el sábado trabajando en el campo, “me dejó en mi casa el sábado –les dijo–, me trajo en su camioneta y después se fue”.
Los investigadores dieron vuelta la casilla del campo, revisaron cada uno de los centímetros verdes del campo. Hasta que en Santa Rosa detectaron la camioneta del desaparecido, una GMC azul, estacionada sobre la calle Urquiza al 500. Regresaron al campo y comenzaron a registrar una vez más. Fue alrededor de las 20 que todo se dio vuelta, cuando un policía descubrió un borceguí confundido entre el barro del chiquero. Perdidas en el barro estaban las piernas. Los cerdos se habían encargado del resto. Un peón de un campo lateral había testimoniado que escuchó dos disparos. Llamaron a Ortellado para que pasara por el campo. El socio fue sin sospechas. Y quedó adentro. Lo que ahora intentan demostrar los investigadores es que Ortellado convocó a Miravalle, fue sin su auto al campo el sábado y esperó que Miravalle llegara en su camioneta. Lo mató de dos tiros y lo arrojó a los chanchos. Después regresó en la GMC y la estacionó en Santa Rosa, donde fue hallada.

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La casilla y el chiquero (al fondo), donde hallaron partes del cuerpo de Eduardo Miravalle.
 
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