SOCIEDAD

Con menos gente, Pinamar apunta al perfil familiar

Pinamar intenta promocionarse como lugar seguro y tranquilo para familias en una temporada en la que los números van en baja. Del show del topless del año pasado al perfil bajo de éste.

 Por Alejandra Dandan

Familia argentina se busca. El hombre no puede decirlo en voz alta, por eso se esconde un poco y pide uno de esos off a los que no está demasiado acostumbrado: “Me pidieron que este año no hagamos tanto bardo, quieren volver a darle la onda familia a Pinamar”. Sólo por eso esta vez algunas camareras se han librado de andar completamente descubiertas. Sin tantas lolas a la vista, el único atentado contra las “buenas costumbres” de los pobladores de estas playas es la crisis. Contra lo que muchos vienen asegurando, los números de Pinamar todavía no cierran. La Cámara de Comercio se queja porque no hay ventas; los propietarios, porque aunque la cosa ha empezado a repuntar todavía tienen buena parte de las grandes casas de verano casi vacías. Y también se quejan las familias, pero no tanto por los números, sino porque hasta las revistas de verano le siguen hablando de la crisis.
Las primeras imágenes de Pinamar caen en el derrotero del país cuando las charlas apenas comienza. Si hubiesen sabido que la cosa estaba así, los hermanos Hurtado hubiesen atrasado un poquito la llegada. Los dos, Ezequiel y Matías, llegaron cuando cambió el año a una de esas casas que mamá y papá alquilaron por estos barrios. Los dos han comenzado ya la universidad y ahora tienen 19 y 20 años. Los Hurtado están algo aburridos porque ni siquiera en los after beach, esas megafiestas construidas cada tarde sobre la plataforma de su balneario, han encontrado “más de diez personas bailando”.
De lo que no saben los hermanos es del intento de cambio, los movimientos para trabajar sobre una tendencia que vuelva a hacer de estas tierras un entramado sereno de clase media. Por eso hasta intentan censurarse los topless entre las mozas de su parador que ahora andan de remera o musculosa, pero bien tapadas. Aunque claro que, por pedido de un medio, siempre hay por allí una modelo dispuesta a sacarse el corpiño para la foto.
Las escenas que en el balneario auspicia (a la usanza de este mundo siempre auspiciado) Oracle, llegan reforzadas por las doctrinas de seguridad familiar comentadas por el secretario de Turismo de estos costados del mar: “No hay éxodo de gente, al revés está llegando el público habitual de Pinamar que es una ciudad de las familias. Son esos habitués de toda la vida: acá están acostumbrados a veranear las primeras y segundas líneas de las empresas, hay profesionales y comerciantes”, va contando Juan José Rodríguez antes de cerrar ese panorama con las edades de que los feligreses tienen entre 25 y 40 años. Pero buena parte de ese universo todavía no ha llegado. Aunque el jefe de Turismo ni siquiera quiere oír de números, a lo largo de la charla aceptará que la entrada de turistas no está por arriba del 40 por ciento de ocupación que en estos momentos tiene Mar del Plata. Aún así no puede con su genio: “Aunque todo esto está fuera de todo parámetro: ahora que hay cierta estabilidad con las reglas de juego, la gente ha empezado a moverse”.
Y a verse. Llegan más quebrados que otros años, más cargados de esa canasta de monedas de todos colores y bien provistos de las tarjetas con los que intentan salvar el efectivo cuando alquilan en la inmobiliaria de Susana Valente, convertida hace unos meses en representante de la Asociación de Inmobiliarios. Con los Reyes, dice, parece que ha empezado la temporada. Pero no viene solo: “Primero bajamos los precios un 15 por ciento, después un 20. Ahí nos paramos aunque a los que pagan con efectivo –lanza casi sin animarse–, alguna atención les hacemos”.
Mientras Valente va diciendo eso, los Molina entran en la oficina de Turismo desesperados por más datos de este territorio donde todo es más argentino que las costas brasileñas: de allí los expulsó el corralito.Carlos Fernando y Andrea Figueroa, su mujer, han llegado con Joaquín después de viajar más de un día desde Catamarca, y medio desde San Bernardo.
–Ese lugar nada que ver con este.
–¿Por?
–No, no sé –dice Carlos Fernando–, esperábamos otra cosa. Otros servicios, otra infraestructura.
Acá encontrarán todo eso, especialmente cuando se metan entre las reposeras de Oracle donde ahora está Graziana, una licenciada en comunicación que desde el 30 está “aprovechando más los servicios de la playa, que te los dan gratis tratando de diferenciarse.” Graziana está charlando con Florci, una de sus amigas, con unos seis meses de panza, alojada en Cariló donde todos los precios ahora están “más baratos que otros años y hasta veo más movimiento que en Pinamar”.
–Lo que me llamó la atención –le dice Graziana a la cronista– es que no hay un sólo negocio en Pinamar que tenga Postnet...
Graziana habla de algunas casas de fotos y de las librerías, parte de esa estructura comercial que parece en picada. Oscar Puig, el presidente de la Asociación de Comerciantes de Pinamar está furioso. Las ventas en esta ciudad están entre 30 y 40 por ciento debajo de los parámetros de la temporada pasada. “La temporada tiene 45 días y lo que nadie entiende es que un día que no podamos vender porque nos faltan los aparatos o no hay movimientos bancarios, nosotros estamos perdiendo un 2 por ciento de las ganancias”.
Pero basta, tantas histórica económica no deja en paz a esas familias que terminan encontrándose con problemas hasta cuando se les ocurre meterse con las revistas de moda.
–No puedo más –dice Graziana–. Tengo vacaciones una sola vez al año y hasta les tomé aprehensión a las revistas cholulas.
El otro día estaba por comprarse una de ésas, pero se detuvo cuando pensó que tendría todas esas noticias del gobierno.

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Algunas familias que solían ir
al exterior ahora empezaron
a llegar a Pinamar.
Los más jóvenes se quejan porque encuentran poca gente
a la hora de ir a bailar.
 
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