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Del otro lado de las rejas

Cuando llegaron creían que había música funcional, pero al cabo de los días la melodía se fue transformando en una tortura psíquica: “La escuchábamos todo el día, desde la mañana a la noche, todavía me acuerdo, eran Los del Suquía.” Marcelo Vensentini apenas llegaba a la cárcel de Caseros. Tenía algo más de 25, era miembro del PRT y lo habían detenido en febrero de 1975, antes del golpe militar. A disposición del PE nacional, pasó primero por Sierra Chica, por Rawson y La Plata antes de llegar a Caseros, la prisión que ahora intenta dinamitar desde su tarea como segundo de Medio Ambiente porteño.
“Todavía me acuerdo que pasé el Mundial ’78 en La Plata y después nos llevaron a Caseros. Eramos 45, después trajeron a otros tantos de Tucumán y de Santa Fe.” Eran los primeros presos políticos de Caseros. Una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos anunciaba una nueva visita al país, y la Junta Militar, preocupada, decidió acelerar la obra e inaugurar el sector nuevo de Caseros antes de terminar la obra. Para los represores era una cárcel modelo. Sus 86 mil metros cuadrados, las 23 plantas, la hicieron la más grande de Sudamérica. Los primeros detenidos ocuparon el piso 13: “Los pabellones tenían 50 celdas, 25 o 26 de cada lado. Nosotros ocupamos dos pabellones, no había presos comunes, estábamos solitos. Si hasta decíamos en broma que estábamos en un duplex”.
Las condiciones de Caseros eran completamente diferentes a las del resto de las cárceles. Las celdas tenían azulejos. Y aunque los presos no veían la luz del sol, ese momento les parecía un descanso. Frente a las celdas había paredes: “No veíamos a nadie –dice–, en realidad hablábamos”. Entre los que ocuparon esos pisos por primera vez estaban Ernesto Villanueva o Martín Jaime, del sindicato de músicos.
Adentro, la falta de sol se hacía sentir. Vensentini estuvo en Caseros hasta mediados del ’80 pero se pasó un año entero con tuberculosis en el hospital de la cárcel. Todavía se acuerda de los gritos de dos detenidos tucumanos, caídos en estado de locura. Y se acuerda de un diario, de El Porteño, que editaban los detenidos oriundos de Buenos Aires.

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