SOCIEDAD › AMINA LAWAL, DE LA LAPIDACION A LA LUCHA POR LA MUJER

“No conocíamos los derechos”

 Por Alvaro de Cózar*
Desde Madrid

Es la primera vez que viaja en avión, la primera vez que come dos platos y postre en una mesa junto a una ministra y la primera vez que traspasa la puerta giratoria de un hotel. Tampoco había abierto nunca la puerta de una habitación con una llave magnética. En la 306 ha dormido estos días Amina Lawal, la mujer nigeriana que se salvó de morir lapidada en septiembre de 2003 gracias a una campaña global que forzó a un tribunal islámico a firmar su absolución.

Hace tres meses, a través de la embajada de España en Nigeria, Amina recibió una carta en inglés de la vicepresidenta española María Teresa Fernández de la Vega. “Estimada señora: (...) Debemos seguir trabajando en la construcción de esta red de mujeres hispano-africanas. Con este objetivo en mente, espero saludarle en nuestra próxima reunión en Madrid. Sinceramente suya”. Su primo Anwal se la tradujo al hausa, la lengua que hablan los integrantes de esa tribu, mayoritaria en el norte del país. Estudiaron la oferta, vieron que iban a estar bien atendidos y decidieron aceptarla.

Desde que llegaron a la capital, hace tres días, Amina y su primo han pasado varias horas escuchando reivindicaciones sobre los derechos de las mujeres, sobre la igualdad y sobre los malos tratos. También es una mujer africana, no más auténtica que las que han hablado desde la tarima, pero sí más representativa de la realidad de las mujeres en países como Nigeria.

Amina vive en Kurami. Una pequeña aldea en el estado de Katsina, en el norte del país. A principios de 2002, la policía del Estado la apresó con su hija Wasila en sus brazos, la acusó de adulterio y meses más tarde fue condenada a ser llevada a un lugar público, enterrada hasta el cuello y apedreada hasta la muerte.

“Fue la voluntad de Alá”, dice Amina, que atribuye al mismo dios que la condenó la absolución de los jueces en 2003, tras fuertes presiones internacionales. La voluntad de Alá es la que la ha traído también hasta Madrid para oír lo que tantas mujeres tenían que decir y para darse cuenta de que esos mensajes no han llegado hasta su humilde aldea. “Nuestras líderes nunca nos han hecho llegar nada de todos esos derechos”, señala su primo Anwal sorprendido. “Es la primera vez que ella y yo escuchamos cosas así, porque las mujeres de nuestro país nunca nos las han explicado”, comenta.

Anwal abre la puerta de la habitación y deja pasar a Amina, que lo sigue a todas partes aferrada a un pequeño bolso de cuero. Las grandes ventanas de la habitación dejan entrar toda la luz de Madrid. Con su pañuelo blanco con adornos de colores, Amina se sienta junto a una mesilla de noche y habla lentamente. En un momento dado se ríe: “No es la primera vez que estoy en una ciudad. He estado viviendo en Abuya y he visto edificios enormes como aquí”.

Eso fue cuando Amina asistió a su casting de maridos. Una de las ONG que había financiado parte de su defensa decidió que lo mejor para ella era encontrarle un buen hombre que la protegiera. Pero no salió bien. El “Buscamos un marido para Amina” fracasó estrepitosamente cuando, al poco de casarse, el ganador la dejó tirada con una nueva niña que alimentar. Dejó atrás la moderna capital nigeriana de grandes mezquitas y rascacielos de espejo y regresó a su poblado, donde trata de hacerse cargo de sus hijas, Wasila y Mariam, bajo la mirada atenta de Anwal, que según la costumbre islámica del kulle o reclusión, la sigue a todas partes cada vez que sale de casa, aunque sea para recorrer sólo unos metros.

De todos los mensajes que ha escuchado Amina estos días, las reivindicaciones sobre la sanidad y la educación de las mujeres son las que más le han llegado. No mucho más. Es Anwal el que se ha quedado más noqueado. Ha oído muchas veces a Amina y a otras mujeres soltar la perorata de que Alá desea que todas las mujeres cuiden de los hombres que velan por ellas. “Pero todas las cosas que se han dicho aquí yo no las sabía, no tenía ni idea de que algunas mujeres piden llegar al poder para poder dirigir un país”, concluye Anwal.

*De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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