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Domingo, 14 de abril de 2002

EL BAúL DE MANUEL

BaúL I y II

I
Trapos

Por M. Fernandez Lopez
Antes al padre de uno se le decía “viejo”, y la expresión solía recibir como respuesta un “viejos son los trapos”. Pero en este país, donde todo parece marchar al revés (donde el ladrón es juez, como dice María Elena Walsh), la frase es “trapos son los viejos”. Les contaré una historia de hoy. Años atrás, una mitad de los jubilados de San Antonio de Padua cobraba sus haberes en la sucursal del Banco Provincia, y la otra mitad en la sucursal del Banco Galicia. En la segunda, de dimensiones reducidas, los viejos debían esperar su turno en la vereda, parados bajo un sol abrasador en verano, y en el frío y a veces bajo la lluvia en invierno. Los efectos sobre su salud son fácilmente imaginables. Luego consiguieron que los primeros días de cobro se pagasen en el Club Social y Deportivo San Antonio de Padua. Allí se habilitó un amplio recinto cerrado, donde todos aguardan sentados, el turno se fija por un simple talón de papel, y en el momento de cobrar tres empleados de Juncadella atienden a cada anciano: uno le busca el recibo, otro le verifica la documentación y el tercero le abona. Esos empleados cobran por su tarea y cabe suponer que el club también recibe alguna compensación. Al tiempo que eso ocurre, cruzando las vías del ex Sarmiento hacia el sur, en la sucursal del Galicia reina la desolación: no venden dólares, no reciben ni reintegran depósitos, no dan créditos ni sus cajeros automáticos entregan efectivo. Sus cajeros se aburren pero ni bostezan, no sea que ello sea causa de despido con justa causa. En el centro de la ciudad de Buenos Aires, el PAMI, siempre manejado por gente designada por el PEN, es decir, por políticos profesionales, nunca por los propios jubilados como establece la Constitución Nacional, se debate entre la vida y la muerte, negando asistencia y medicamentos para casos graves. Posiblemente para economizar algunos centavos –los que abona a los empleados pagadores y al club– vuelve ahora al pago de jubilaciones en la sucursal del Galicia: un banco que se guardó los dólares de sus depositantes, al comprarlos con “pesos virtuales”, a $ 1,40 por dólar, cuando esos dólares hoy valen el doble, es decir, que licuó su deuda en dólares a costa del patrimonio de sus clientes. Acaso el entrar y salir de ancianos le de apariencia de banco, pero entre tanto, no se sopesa junto a la ganancia del banco la pérdida de salud y de dignidad de los ancianos: otra vez trapos.

II
Bolsa

Hechos bolsa. Así pueden calificarse los 14 millones de pobres y 5 millones de indigente que está dejando la aplicación de una política de capitalismo salvaje, regido sólo por la maximización de la ganancia. Que ciertos particulares organicen de ese modo su vida económica es perfectamente explicable. Lo que no es admisible es que el poder político la convalide sin interponer límites, fijados por pautas éticas compartidas, o que no intente caminos alternativos. Puede entenderse que un particular sea narcotraficante, pero repugna comprobar que un policía participe de tal actividad. Una persona o empresa particular puede convertirse, si no es obligada a ceñirse a pautas morales, en letal enemigo de la sociedad. Un caso son los laboratorios medicinales, cuando se apropian con carácter monopólico de fórmulas científicas cuyo descubrimiento se funda en los esfuerzos de la humanidad toda, y luego, como verdaderos monopolios, venden como mercancía carísima medicamentos cuya producción se arrogan en exclusividad. Pongo un ejemplo: soy paciente cardíaco. Fui a comprar sólo tres de los seis medicamentos que debo tomar: atorvastatin, losartan y atenolol. El farmacéutico al verme llegar, ya de lejos me advierte: “están suspendidas las obras sociales, no hay descuento”. El médico me tiene advertido que no debo interrumpir la medicación, por ningún concepto. Compro, y en total pago $ 142. Mi bolsillo exhala un quejido que sólo yo siento, pero sé que por medicarmeno voy a dejar de comer o de andar en auto: mi opción es tener plata o tener salud. Pero pienso: en 18 millones de argentinos no puedo ser yo el único que tuvo un infarto y debe medicarse. Pero ¿cuántos pueden pagar los remedios? Hoy se estima que la canasta básica está en 170 pesos, al tiempo que la jubilación mínima es de 145 pesos, y el pomposo “sueldo social” que el gobierno pagará “a quien no tiene otro ingreso” –en total a 1.350.000 personas– es de 150 pesos. Aquí la opción es, claramente: comer o comprar remedios. Morir por hambre o por enfermedad. Todos los caminos llevan a morir. Media población enfrenta un genocidio. Hay un camino alternativo, y de hecho se transita. Las fuerzas armadas fabrican medicamentos que proveen a sus miembros, casi gratis. No es imposible extender esa producción para cubrir gratuitamente la necesidad de tantos argentinos, en tanto subsista su estado de indigencia.

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