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Domingo, 6 de marzo de 2005

AGRO › EL LOBBY AGROPECUARIO AL RITMO DEL PRECIO INTERNACIONAL DE LA SOJA

Distinguir entre corto y largo plazo

 Por Susana Díaz

Una vez más el poderoso lobby agropecuario consiguió instalar en la agenda nacional el problema de las retenciones a las exportaciones. Desde la imposición del tributo en 2002, el reclamo nunca cesó. El volumen de la queja resulta siempre inversamente proporcional a la evolución de los precios internacionales. Cuando suben, baja; cuando bajan, sube. Lo sucedido en las últimas semanas con el precio de la soja, en fuerte alza por los datos de sequías en Brasil, señalan que la utilización de variables tan volátiles como los valores de las commodities vuelve indispensable distinguir entre corto y largo plazo. No cabe duda que los precios actuales están por debajo de algunos picos alcanzados. También que, salvo excepciones, no por ello dejaron de ser buenos.
Paralelamente, como es lógico que suceda luego de una potente devaluación, los costos de los insumos y la mano de obra, de la que el campo utiliza poca, están aumentando. Las ganancias del agro ya no son tan extraordinarias como en los años más inmediatos a la devaluación. Este es el discurso que el lobby sectorial intenta transmitir a la sociedad a fin de que se revea su situación tributaria. Aunque el discurso tiene cierto contenido de verdad, no incluye la razón por las que las retenciones pueden ser consideradas injustas ni algunas de las razones para eliminarlas.
Para acercarse al problema resulta interesante hacer una analogía con otro tributo injusto que recae sobre toda la población: el IVA; un típico impuesto al consumo. Cuando los salarios quedaron absolutamente deprimidos por la devaluación, las centrales sindicales no pidieron a coro la eliminación del IVA, lo cual, entre otras cosas, destaca que la conciencia de clase de los terratenientes es superior a la de los asalariados y, sobre todo, que el IVA no tiene tan buenos detractores públicos como las retenciones. Aunque se propuso y ensayó bajas puntuales del IVA en algunos productos básicos, como el pan, la práctica mostró que ello no tuvo efectos perdurables sobre los precios.
Pero las retenciones pueden llegar a ser tan injustas como el IVA. La injusticia básica del IVA es que afecta más a quienes menos tienen. La injusticia básica de las retenciones es que grava a algunos de los sectores beneficiados por la devaluación, pero no a todos. En este sentido, los dos son, a su manera, impuestos distorsivos.
Uno de los latiguillos que utilizan los empresarios del campo contra las retenciones es que la Argentina “es el único país del mundo” que aplica un tributo que “desincentiva las exportaciones”. Agregan que “en los países avanzados” la actitud del Estado es la contraria; incentivar las exportaciones. Tienen razón. Las retenciones son indefendibles porque funcionan como un impuesto a las ganancias imperfecto. Imperfecto porque afecta a algunos empresarios y a otros no.
Siguiendo con el ejemplo de “los países avanzados que incentivan las exportaciones”, se trata por lo general de estados cuyos sistemas tributarios se asientan sobre impuestos directos a las rentas y en los que la presión impositiva es mucho mayor que en la Argentina. En Italia, por ejemplo, se recauda el 40 por ciento del PIB, en la Argentina, menos del 24 por ciento. Quienes demandan la eliminación de las retenciones no deberían olvidar decir qué tributo debería reemplazarlas. Más cuando, tras la salida del default, el país necesitará tener una sólida situación fiscal.
La razón por la que los hacedores de la política tributaria local optaron por un sistema que incluye IVA y retenciones es la misma: son impuestos muy fáciles de cobrar. Las retenciones son injustas porque el sistema tributario argentino es injusto.

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