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Domingo, 6 de marzo de 2005

E-CASH DE LECTORES

Desafios

El gobierno del presidente Kirchner dio otra muestra de coherencia entre el decir y el hacer, y de perseverancia en el camino emprendido hacia la construcción de un modelo alternativo al de las últimas décadas. “No pagar con el hambre del pueblo” resume la estrategia llevada adelante. El Gobierno no dijo: “Vamos a honrar la deuda”, ni tampoco: “No vamos a pagar nada porque esta deuda es ilegítima”. En el marco de una política económica que promovió el crecimiento sobre el desarrollo del consumo del mercado interno y la integración del mercado regional, encaró una estrategia que consistió en mantener los pagos al FMI, rechazar los requerimientos sobre la política económica que afectaban el crecimiento del mercado interno (lo que desembocó en la suspensión del acuerdo vigente en septiembre de 2004) y proponer un plan de pagos a los tenedores de bonos que implica una quita importante y traslada hacia adelante los plazos de pago de intereses y capital, con el argumento explícito de que no se va afectar la marcha de un proyecto que está produciendo crecimiento económico y redistribución de ingresos. El resultado del canje es un importante episodio que consolida el conjunto de esa estrategia. Podemos decir que la quita efectiva será de alrededor de los 50 mil millones de dólares, entre los que no entraron al canje e irán a cobrarles a los que les aconsejaron mal y los que aceptaron el cambio de bonos. Los que gustan de hacer cuentas sobre lo que se puede hacer en la Argentina con cada dólar que se va al exterior también deberían tomar en cuenta este número y hacer algunos cálculos similares.
El G-7, el FMI, los voceros del poder financiero internacional, la derecha vernácula presionaron muy fuerte para que el Gobierno no sólo “mejorase la oferta” sino para aumentar las tarifas, privatizar la banca pública y producir la reforma impositiva requerida. No hubo nada de eso, y nada indica que el crecimiento económico se detendrá, sobre la base de que continuarán asomándose en el horizonte inversiones productivas que apunten a instalar un nuevo modelo productivo, con una fuerte pata en el mercado regional, mientras que el Estado seguirá impulsando la obra pública.
Aun en la condición desfavorable de tener que negociar sola, la Argentina ha fijado un precedente internacional de gran importancia: los pagos de la deuda están atados a la necesidad de mantener un crecimiento sustentable. Algo incluso mucho más importante que la cifra final de la quita, porque a nadie se le escapa que ésta no será la última crisis de pago de la deuda pública.
Los desafíos futuros no son pocos. Si bien el FMI quedó políticamente descolocado, ya adelantó que no aceptará nuevos acuerdos que no incluyan las “reformas estructurales”, mientras que los fondos especulativos preparan un desembarco masivo de capitales de corto plazo para generar burbujas, que después ellos mismos pinchan cuando se van con jugosas ganancias. Pero nada hace pensar que acá se implementarán medidas que afecten el crecimiento o que no se tomarán las necesarias para protegerlo, ni que se va a detener el proceso redistributivo –con el consiguiente descenso de la desocupación, la indigencia y la pobreza– o a frenar la recuperación del poder adquisitivo de los asalariados. Los progresistas que auguraron que el Gobierno mejoraría la oferta a los bonistas, para lo cual estaba sentado sobre la montaña de dólares del superávit fiscal, deberían reconocer su error. Sin embargo, muchos siguen dibujando cifras para desmentir que la situación de los sectores populares, incluidos los más postergados, mejora sin prisa pero sin pausa. Deberían debatir con nuestra gente en los barrios donde surgieron las grandes movilizaciones de 2001 a 2003 y explicar, en las reuniones y asambleas que se siguen realizando, por qué la mejora de la situación material que allí viven y palpan no es cierta y por qué ese progresismo opina que está mal apoyar al Presidente en esta negociación con el FMI. Quizá se llevarían una sorpresa y entenderían por qué el espíritu del 2001 sigue allí más vivo que nunca, y es justamente por eso que este gobierno profundiza el consenso entre los desposeídos.

Isaac “Yuyo” Rudnik
Movimiento Barrios de Pie

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