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Domingo, 3 de febrero de 2008

CONTADO

Mal que viene bien

 Por Marcelo Zlotogwiazda

No hay mal que por bien no venga es un dicho que se aplica perfectamente al rol tranquilizante que juega la reprimarización de las exportaciones argentinas frente a los temores que despiertan las turbulencias financieras internacionales y la crisis en Estados Unidos. Acentuando una tendencia de varios años, en 2007 los productos primarios y las manufacturas oleaginosas siguieron ganando participación en el total de exportaciones: tras haber aumentado un 41 por ciento (más del doble que el total) hasta alcanzar los 24.211 millones de dólares, ya representan el 43 por ciento de las divisas que ingresan por comercio exterior. Con el agregado de que el principal destino de esos productos es, por lejos y cada vez más, China.

La conjunción de esos dos factores reduce bastante el riesgo de contagio por la vía comercial. Porque si bien nadie desconoce que China también podría verse afectada por una caída en el ritmo de crecimiento mundial, los pronósticos son de un muy moderado impacto. Una encuesta de la agencia Bloomberg entre 23 economistas arroja una tasa de crecimiento promedio de 10,5 por ciento, sólo un punto por debajo de la del año pasado; y la revisión que acaba de realizar el Fondo Monetario sobre sus proyecciones para 2008 ubica el crecimiento chino en el 10 por ciento. Si esos vaticinios se realizan, teniendo en cuenta que la demanda china es determinante en los mercados de la mayor parte de las materias primas y en el de las manufacturas oleaginosas, la Argentina saldría indemne o muy poco golpeada por la crisis. Ese escenario cobra aún más fuerza por otras dos características de la estructura exportadora del país. La primera es que Estados Unidos, el país que está en el centro de la tormenta, es destino de menos del 8 por ciento de las exportaciones argentinas. La otra es que el principal comprador, Brasil, no sufriría demasiado daño.

América latina (lo mismo que Africa) ha capturado en los últimos años gran interés de países ávidos de materias primas, como China e India principalmente, que entre ambos explican algo más de un tercio del crecimiento mundial. No es casual que ambos continentes registren tasas de crecimiento pasadas y perspectivas futuras superiores al promedio.

En relación con América latina, hace un par de semanas el Yale Center for the Study of Globalization publicó en su revista un artículo de Georg Caspary titulado “China Eyes Latin American Commodities” (China clava la mirada en las commodities latinoamericanas) que describe ese fenómeno, pero que al final advierte que “América latina enfrenta el desafío de usar los ingresos derivados de las commodities para diversificar su economía, en particular en los sectores con mayor valor agregado”, de manera tal de “disminuir su dependencia del precio internacional de las commodities”. Lo interesante y a la vez preocupante es que Caspary sostiene que ése es un desafío particularmente difícil para los países que exportan mucho a China, porque “los importadores chinos tienden a procesar las commodities en su país”.

La primarización subordinada a China que hasta ahora ha sido fuente de divisas y recursos fiscales vía retenciones, y que en estos días agitados sirve como tranquilizante, incuba una peligrosa dinámica de reproducción. Caspary argumenta que la aconsejada diversificación “es una alternativa de difícil elección en tiempos en que las commodities viven un boom de precios que hacen que sea muy tentador colocar todo el dinero disponible en maximizar la extracción, especialmente en una región con elevada desigualdad y con líderes populistas que se apoyan en esos ingresos extraordinarios para alimentar el gasto en programas sociales”.

Es probable que la Argentina salga airosa de la crisis que afecta a la primera potencia mundial y a regiones enteras del mundo. En tal caso, lo que hay que evitar es cometer el pecado de dormirse en los laureles.

También están los que sostienen que otro mal que viene bien en estos días tormentosos es la distancia que separa a la economía argentina de los flujos financieros, en la medida que no hay demasiada fuga potencial de capitales asustados. Más que un mal beneficioso, ésa es una virtud que está redituando.

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