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Martes, 30 de marzo de 2010

TEATRO › FEDERICO LUPPI HABLA DE ESCENARIOS, VIAJES Y POLíTICA

“No soy un militante, pero la política me interesa”

A punto de estrenar Por tu padre, en el Multiteatro, el actor recuerda sus giras por España, repasa sus decepciones con la política argentina y describe su presente: “He vuelto por trabajo, estoy en una etapa de la vida en la que cuesta sostenerse”.

 Por Hilda Cabrera

Admite tener un carácter irascible y ser intolerante frente a la chantada: “La percibo rápido y la veo venir de lejos”, dice. Fresca todavía en él la imagen de la pueblada de Baradero, sostiene que la gente no cree en las autoridades y está harta, “cansada de ver a quienes mandan en permanente contacto con el delito y el encubrimiento”. Ese y otros hechos están presentes en el diálogo con el actor Federico Luppi, quien regresó de España, donde vive, para protagonizar una pieza teatral del dramaturgo y periodista brasileño Dib Carneiro Neto. El título es Por tu padre, del original Adivinhe quem vem para rezar, de 2001. Si bien Luppi viene realizando periódicos viajes a la Argentina para actuar en cine y televisión, no se lo veía en escena desde fines de 1990, época de la puesta de El vestidor, obra del sudafricano Ronald Harwood que dirigió Miguel Cavia. Cavia está también a cargo de Por tu padre, donde Adrián Navarro compone al joven que enfrenta –por separado– a su padre y al socio comercial de éste en lugares tan insólitos como dos velorios. Convocado por el empresario Christian Cristofani, Luppi señala que en un principio halló a la obra “verborrágica”, desmesura que justifica, puesto que es al mismo tiempo “sencilla y directa respecto de la relación padre e hijo”. “Este muchacho creció en ausencia del padre y al lado de una madre sexualmente activa con otros. La acción se desarrolla a la manera de recuerdo en un velorio, y lo importante es que no se trata de un devaneo de diván”, señala el actor. “Me gusta cómo cuenta el azoramiento, la decepción y la rabia acumulada de un chico de doce años que creció sin poder definir la sexualidad, la adultez y valores como la lealtad.”

–Una historia donde usted interpreta al socio del fallecido...

–Pero el protagonista es el chico. El autor, con buen tino, y para enfrentar a los dos elementos modificadores –o deformadores– de la vida del muchacho, presenta dos velorios.

–¿Esa fantasmagoría es característica de los autores brasileños?

–Como los mexicanos, los brasileños tienen una cultura de la muerte menos traumática que nosotros. Poseen una visión más laxa del duelo. No sé, tal vez estoy guitarreando, pero imagino que tienen una profundísima visión de lo religioso emergente de las clases pobres, y sienten gran pasión por el mundo animista. La muerte no es terminal: para ellos el más allá es algo que se puede dar.

–No son los únicos. En cine, un ejemplo es El bosque animado, de José Luis Cuerda.

–Estuve en Galicia y pude conocer todo eso de la creencia en la continuación de la vida y en la existencia de la meiga, la maga, la vidente para los gallegos. Filmaba Divertimento, una película de 2000 que dirigió José García Hernández y en la que trabajé con Francisco “Paco” Rabal. Con Paco coincidí también en La vieja música, de Mario Camus, pero aquella filmación de Divertimento, en el Teatro Jofre, de El Ferrol, fue inolvidable. Galicia es hermosa, con sus fiordos y nieblas matinales y la lluvia fina que llaman orballo.

–Una región de poetas.

–De grandes poetas, a los que descubrí, como descubrí la capacidad para escuchar de los gallegos. En otras zonas de España es común que alguien pregunte “¿Oye, cómo estás tú?” y que cuando uno se dispone a responder el otro no lo deje completar la frase, lo palmee y le diga “¡Vamos, nada!”, y dé por terminado el diálogo. Porque se supone que hay que estar bien arriba, siempre. Una amiga del periódico Faro me invitó a una lectura que se hacía en una callecita de un centro peatonal. La poeta acababa de salir de una grave crisis de un cáncer de mama. Estaba totalmente pelada, la cabeza cubierta con un gorro de lana. Una mujer preciosa marcada por la enfermedad. Cuando comenzó a leer su poema, tuve la sensación de que unos gnomos me tironeaban de las tripas. Había una densidad, un tono de elegía al nombrar el mar, la niebla, la lejanía... Sentí que el mundo campesino se mezclaba con cierta visión paisajística al estilo del dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen. Quedé enganchado con Galicia, también por la pedestre concepción glotona que tenemos por la comida. Los gallegos conservan todavía ese sentido no espiritual pero sí terráqueo de la posesión. El gallego se hace matar por el pedazo de tierra que posee, y conserva la actitud generosa de invitarte a que te sientes a su mesa.

–¿Halló igual hospitalidad en España en el campo laboral?

–Pude participar en varias películas. En teatro había tenido antes buen recibimiento con El vestidor. Habíamos llevado la obra en gira por cincuenta y dos ciudades. Todo armado por una empresa productora que dirigen Ana Jelín y otra gente. Hicimos funciones en teatros bellísimos, muchos de estos reciclados, con técnicas al día y un gran nivel de colaboración. En España se reciclaron mil cien teatros. En 2007 y parte de 2008 salimos de gira con El guía del Museo Hermitage, donde trabajé con Manuel Callau y dirigió Jorge Eines. La obra es buena de verdad. Pone el acento en la resistencia, pero no ingenuamente. El autor es el peruano Herbert Morote, radicado en Madrid.

–¿Cómo fue su partida en 2001?

–Me había quedado tan en la vía que me fui pensando que podría rehacerme un poco. Acá, la mano venía mal. Busqué un lugar en las afueras de Madrid, porque era más barato, pero me eternizaba en la carretera y me instalé en la ciudad.

–Y se aclimató...

–No lo sentía fácil. Me fui al verme atrapado en el corralito, despojado. Fue algo serio para mí, porque me había ido muy bien en España, México y Perú, y la verdad es que había hecho un paquetito como para espaciar un poco el trabajo.

–¿No tenía idea de que eso podía sucederle?

–No, y me golpeó muy duramente, habida cuenta de mi enorme espesor ingenuo. Uno está hecho a la complejidad de los aumentos, a cuánto sube el precio de la comida y los servicios, como el gas, la luz, la nafta, pero nunca se me cruzó que un banco se quedaría con mi plata. Es lo mismo que alguien te diga que no vayas a un hospital porque al trasponer la puerta te parten en dos de un hachazo. Después de la decepción que venía sufriendo desde antes de la dictadura de Videla, y en democracia con la debilidad de Raúl Alfonsín, el raterío de Carlos Menem y lo que pasó con De la Rúa, sentí que pensar lo político desde la política era un gasto de energía, algo ingenuo y nulo. Me fui amargado, muy solo y sin plata. Como no pertenezco a ningún partido ni a ninguna corporación del establishment, decir que se está solo no es un eufemismo.

–Pero en España, al menos, pudo seguir trabajando...

–Allá se conocían cuatro o cinco películas en las que había actuado y habían interesado. Una fue Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, un film de 1995 de Agustín Díaz Yanes, con Victoria Abril. Eso me dio un poco de chapita para seguir actuando con cierta frecuencia. Hice televisión, también.

–¿Qué significa hoy este regreso?

–No quiero ser condescendiente conmigo: he vuelto por trabajo. Estoy en una etapa de la vida en la que cuesta sostenerse. No tengo jubilación; nunca fui reconocido como un actor en relación de dependencia. Lo curioso es que la sociedad exige que uno tenga los parámetros productivos de un joven de treinta. A mi edad no se saca fácilmente un carnet para conducir ni se puede aspirar a un crédito o un plan de medicina prepaga, sin embargo mis obligaciones sociales son las de quien está en el summum de sus capacidades productivas.

–Situación que puede modificar...

–Esto no se arregla, porque el sistema es así, y mi paciencia se acaba. Cuando pienso en los embates de la mentira política lo veo peor. Era un adolescente cuando subió Arturo Frondizi, a quien “compré” con pasión y hondura. Leía todos sus libros, y me decepcionó al ver cómo se prestaba a tramoyas y pactos. Y después la dictadura de Juan Carlos Onganía y la historia que conocemos todos. Cuando asumió Raúl Alfonsín, en 1983, pensé en una Argentina con futuro... Con esto no estoy diciendo que en otros países no existan conflictos muy serios. El cierre de la transición en España fue bastante infausto. ¿Cómo es posible que después de cuarenta años de despotismo franquista no se haya encausado ni condenado a los culpables? Como se dice en España, “de aquellos polvos estos lodos”, porque estos enlodados, estos deshonestos, han tomado preeminencia fascista para desalojar, por ejemplo, al juez Baltasar Garzón. España no es un mundo florido, pero todo es un poco más previsible que en Argentina.

–¿Qué le interesa de la política?

–No soy un militante, pero la política me interesa porque de ella dependo. Si los ciudadanos de a pie, los comunes, investigásemos y averiguáramos a quiénes votamos, las cosas cambiarían. No soy nada original diciendo esto, pero parece que es necesario repetirlo. Porque, cómo se explica que haya gente capaz de votar tres veces al represor Antonio Domingo Bussi, dos veces a Carlos Menem... y así con muchos otros.

–¿Falta de cultura política, entonces? ¿Qué propone?

–Cuando hablo o me invitan a hablar, digo lo que pienso, y donde sea, le guste o no al que me invitó. Es una forma de responder a la impunidad, a la mentira...

Un aprendizaje socrático

“Lo apasionante del trabajo del actor –sostiene Luppi– es esta condición de interminable aprendizaje de carácter socrático. A medida que voy viendo más del oficio me doy cuenta de lo poco que sé, y no es un juego de palabras. Pocas artes están tan atadas a los cambios que se producen en las personas como la actuación. Lo que veo hecho por mí hace años y creí bueno, ahora quisiera interpretarlo de otro modo.” Es consciente de esos imposibles sobre lo ya hecho: “Uno ve una escultura, dibujo o pintura de Miguel Angel o un grabado o un dibujo de Rembrandt y comprueba que siguen siendo únicos, incomparables, porque han captado el movimiento de lo humano, y eso no se puede cambiar, pero la actuación se relaciona con la urgencia de constatar estados del alma, ¿y eso cómo se consigue? En una filmación de Eleonora Duse (que murió en 1924) se la ve más dotada de inteligencia afectiva que a la francesa Sarah Bernhardt, que vivió en la misma época. Duse parece una actriz de ayer, una contemporánea. Bernhardt era maravillosa, pero sus gestos son de época. Los que luchamos en contra de los clichés vivimos en la incertidumbre de no saber cómo será la actuación dentro de quince o veinte años ni cómo se verá nuestro trabajo”.

Un muchacho de Berisso

Nieto de italianos que llegaron al país y se instalaron en Ramallo, Federico Luppi se trasladó siendo muy joven a La Plata y trabajó en el frigorífico de Berisso, ciudad en la que formó parte de un grupo de teatro en el que se encontraban Lito Cruz, Martín Adjemian, Víctor Manso y otros con quienes hacía giras por los barrios. Cuenta que su primera aspiración fue ser dibujante de historietas al estilo “renacentista” de Hal Foster (El Príncipe Valiente) y Carlos Freixas (Tucho, de canillita a campeón) y de otros como José Luis Salinas (Hernán, el corsario; El libro de las selvas vírgenes). El gusto por la historieta lo condujo a La Plata, animado por Oscar Blotta para estudiar escultura, técnica y arte que le daría “una dimensión absolutamente realista e inequívoca de lo que es el volumen en un cuadro”, como le había dicho el maestro. Pero en Bellas Artes de La Plata una compañera lo conectó con el teatro, y allí quedó. Actuó en numerosas obras, entre otras, Ha llegado un inspector, Nuestro fin de semana, El gran deschave, Mal de padre, una puesta de Alberto Ure; y en la década de 1990, Salven al cómico, dirigida por China Zorrilla, y El vestidor, con Julio Chávez y Elvira Onetto. Grabó para la TV (Cosa juzgada, Hombres de ley, Atreverse, Roma y mucho más) y fue protagonista de películas trascendentales, como Pajarito Gómez (1965), de Rodolfo Kuhn; El romance del Aniceto y la Francisca... (1967), de Leonardo Favio; La Patagonia rebelde (1974), de Héctor Olivera; Juan que reía; Cien veces no debo; Sol de otoño, de Eduardo Mignogna; Plata dulce, de 1982, y al año siguiente El arreglo, de Fernando Ayala; Tiempo de revancha (1981), Ultimos días de la víctima (1982) y Un lugar en el mundo (1992), las tres de Adolfo Aristarain (esta última en coproducción con España). La lista es larga en todos los ámbitos, e incluye una película sobre el corralito bancario, Verano amargo, de Juan Carlos Desanzo.

La ficha

En Por tu padre, adaptación de la obra original Adivinhe quem vem para rezar, de Dib Carneiro Neto, actúan Federico Luppi y Adrián Navarro; el diseño escenográfico es de Marcelo Pont y la dirección de Miguel Cavia. Produce Christian Cristofani y Daniel Llul se ocupa de la producción ejecutiva. Las funciones se realizan en Multiteatro, Av. Corrientes 1283, de miércoles a viernes a las 21, los sábados a las 20.30 y 22.30; y los domingos a las 20. Entrada: 100 pesos. Tel. 4382-9140.

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“No tengo jubilación; nunca fui reconocido como un actor en relación de dependencia”, dice Luppi.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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