Jueves, 13 de mayo de 2010 | Hoy
TEATRO › ISABEL QUINTEROS PROTAGONIZA LA CORONELA, DE ALICIA MUñOZ, EN EL CARAS Y CARETAS
La actriz salvadoreña encarna a Dolores, una mujer que nunca recibió el cuerpo de su marido, un coronel de la causa de la Independencia que fue fusilado. La obra resuena en búsquedas como las de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Por Hilda Cabrera
“Por los siglos de los siglos voy a llevar clavadas aquí aquellas caras bestiales, sus manos ensangrentadas y aquel feroz: ¿No andaba queriendo un cadáver para su ataúd, misia Dolores?” La jactancia de quienes dieron muerte a su hijo y el desprecio de aquellos que ordenaron fusilar al marido refuerzan la entereza de Dolores, protagonista de La Coronela, obra de Alicia Muñoz que se viene ofreciendo los sábados en la Sala Centro Cultural Caras y Caretas. Lo que cuenta allí la actriz Isabel Quinteros, única intérprete de esta historia, surge de un episodio de febrero de 1827, cuando fue fusilado el coronel Juan Lucero, quien defendió durante doce años la causa de la Independencia y apoyó a la Federación. La mujer nunca recibió el cuerpo, sólo una carta y una chaqueta. “No pedía por su vida ni que se postergara la sentencia... Sólo pedía que me entregaran a mi muerto”, dice una Dolores que vive en carne propia la injusticia. De Lucero se dijo que era un traidor, un “triste caudillejo de las orillas, promiscuo con la gente de chiripá y los bárbaros de provincias”. Los sucesos que narra la mujer corresponden a un tiempo difícil. Entonces, Bernardino Rivadavia –elegido presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata por el congreso que redactó la Constitución de 1826– se exilió en Europa; Juan Manuel de Rosas tomó el mando de las milicias y los caudillos se militarizaron, dando forma a otro orden político en la región.
En el papel de Dolores, la salvadoreña Quinteros, establecida hace ya más de treinta años en la Argentina, recrea ficcionalmente una época que conoce bien desde lo artístico. Incursionó con otra obra, Auto de fe entre bambalinas, de Patricia Zangaro, donde se la vio junto a Jorge Mayor y Catalina Speroni. “Un texto bello, poético, cuya ideología sigue vigente –puntualiza la actriz–, como la deuda interna que arrastramos desde los tiempos de la colonia: el pedido de justicia, la defensa de la soberanía de la tierra y el reclamo por saber más sobre los que no están, sobre los que fueron muertos y sus cuerpos arrebatados. Una puede asociar el reclamo que hace la Coronela por el cuerpo de su marido con la lucha que llevan adelante las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Ella también lucha por una toma de conciencia”, sostiene Quinteros.
–La lucha política sigue siendo violenta: entonces era la crueldad física y hoy, la agresión verbal.
–Había un cuerpo a cuerpo, y en ese sentido la lucha era auténtica. Ahora los intereses políticos y económicos se tiñen de hipocresía y se llama error a la traición. El texto de La Coronela guarda la maravilla de volver poético algo que es tan duro, real y concreto, al menos en nuestros países, donde se sufren las dicotomías. Entonces era, básicamente, entre unitarios y federales, entre provincias y entre las provincias y el gobierno de Buenos Aires. Problemas que subsisten.
–¿Cuánto influye en esta obra la carencia de mandos democráticos?
–Este coronel de la obra es porteño, pero brega por una república federal. Lo matan porque pide justicia para los provincianos tratados como bárbaros, como incivilizados.
–¿Por qué las mujeres de estos hombres tomaban sus banderas y se hacían cargo de sus ideologías?
–Eran compañeras de sus hombres hasta en las batallas. Dolores no es una militar, pero siente como un deber hacer su reclamo después del fusilamiento de su esposo y el asesinato de uno de sus hijos. Esta es una tragedia bien argentina, algo que nos identifica. Estuvo Nora Cortiñas viendo la obra; todavía siento su abrazo. Los reclamos son también los de hoy, los de las Madres, Abuelas, Hijos, el que hacemos por Jorge Julio López, desaparecido en democracia. Pero éste no es el único tema en La Coronela: otro es la institución religiosa, a veces amparando al injusto.
–Dolores lamenta haber frenado el impulso de matar al capitán que entregó a su marido, habiendo sido antes su amigo...
–A mí me conmueve la actitud de las madres y los padres que padecieron el asesinato de sus hijos y no tomaron venganza por mano propia.
–Tampoco es fácil matar...
–Pesa la propia humanidad. Cuando el director Néstor Sabatini me acercó esta obra, supe que había allí un diálogo con los personajes convocados por Dolores y dos historias de amor truncadas: la historia de amor de una mujer por su hombre y la de su hombre por su patria. Esto la convierte en tragedia. ¡Cuánto de bueno podría haber sucedido sin tanto dolor y tanta muerte!
–¿Cómo se encara escénicamente a una luchadora?
–Mi trabajo como actriz era no convertir a Dolores en un personaje de bronce. No quise transmitir el prototipo de la mujer guerrera que se sobrepone a todas las penas. Busqué en ella su humanidad y ternura, su desesperación y orfandad. Encuentro más valor en quien es débil y se sobrepone ante un hecho injusto desde su debilidad. El fuerte es rígido; el débil, flexible. Eso es lo que buscamos también a través de la puesta de Néstor, la iluminación de Ariel Bonomi y la música original de Mariano Cossa.
–¿Cuáles fueron sus trabajos en El Salvador?
–Era muy joven cuando llegué a Buenos Aires, en 1975, pero ya había egresado del Instituto Nacional de Artes de San Salvador. Tampoco eran buenos tiempos. Trabajé con el grupo Once al Sur, que dirigía Rubens Correa, y seguí en el teatro. He podido hacer teatro, cine y televisión, y obtuve premios. Peleo y disfruto por este país, que es el de mis hijas. América latina toda es un hervidero donde subsisten muchas injusticias.
–¿Se siente cercana a los otros países de la región?
–El arte nos sensibiliza y el teatro mucho más, porque se produce aquí y ahora. Hay una función social en el arte, que no es la de modificar una realidad, porque eso sería petulante, sino la de civilizar: si toco el corazón del espectador va a ser más fácil llegar a su cabeza. Pienso en lo que se logró con el movimiento Teatro por la Identidad. No se puede negar que ayudó a tomar conciencia de que había niños apropiados. Esto es socialmente gratificante. La gente puede salir del teatro angustiada, enojada o triste, pero no va a ser la que era cuando entró.
–Un trabajo suyo en TxI fue El nombre, de Griselda Gambaro...
–Que actué y produje en mis viajes. Presenté esta obra en La Habana, Caracas... Es otro hito en mi profesión, como Auto de fe..., con sus tres protagónicos, porque ahí no éramos uno y dos “huesitos”. En La Coronela no tengo a Jorge ni a Catalina, pero es igualmente una gratificación. Dolores se sobrepone a la debilidad y el miedo y toma conciencia de que ser independiente ha costado demasiada sangre para que se pierda, como dice ella, por desidia, ruindad o flojera.
* La Coronela, con dirección de Néstor Sabatini y producción de Pablo Shinji. Las funciones se realizan en la Sala Centro Cultural Caras y Caretas, Venezuela 370 (sala chica), los sábados a las 21. Tel. 3354-6618.
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