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Viernes, 4 de junio de 2010

TEATRO › LOS UNIPERSONALES FEMENINOS SE MULTIPLICAN EN LA ESCENA TEATRAL

“Actuar sola produce una mezcla de vértigo y placer”

Un puñado de actrices talentosas se animan al unipersonal sin mayor parafernalia, pero con soportes potentes: un buen texto, histrionismo a granel y un despliegue de recursos que sorprende. En qué las cambia salir solas a escena.

 Por Carolina Prieto

A la proliferación de obras femeninas que desde hace años marca la cartelera porteña, se suma un fenómeno mucho más silencioso, intenso y variopinto: los unipersonales creados por mujeres, obras de cámara con centímetros de distancia entre escenario y platea, mucha intimidad y una comunicación casi directa con el público. ¿Las responsables? Ximena Banús, María Merlino, Deby Wachtel, Irene Sexer y Leticia Torres. Actrices formadas con grandes maestros de la escena local, que protagonizaron hitos del teatro independiente y ahora se juegan solas en el escenario. ¿Una decisión repentina? ¿Una exacerbación súbita del coraje actoral? Nada de eso, son proyectos con años de trabajo surgidos de motivaciones personales y cocinados a fuego lento. Solas o guiadas por un director, estas chicas de treinta y pico abordaron temas que las inquietaban y se embarcaron en un camino sinuoso de búsqueda para dar forma a estas pequeñas piezas cuidadas hasta el detalle. Y están solas en escena en más de un sentido: sus personajes también padecen soledades que sobrellevan de distintas maneras. Es que en casi todos estos espectáculos sobrevuela el amor o, mejor aún, su falta, desde miradas distintas y con recursos varios. Ridículas, tiernas o serias, con guiños al clown, al teatro de objetos o a la historia, con música o poesía, ellas dibujan un mapa del amor y del alma femenina que se aleja de los lugares comunes, además de abordar obsesiones, cambios, decisiones y mandatos varios. Sorpresa, ironía, espanto y delicadísima sensibilidad para el disfrute de todos, mucho más allá del género y de las edades. ¡Pasen y vean!

Ximena Banús estudió con Ricardo Bartís, Pompeyo Audivert y Javier Daulte y fue una de las fundadoras de las Veladas Temáticas, el ciclo de improvisaciones surgido en un PH de Almagro en el 2000, verdadero antídoto contra la depresión dominguera que recuperó el clima de fiesta de la movida teatral de los ’80. En un registro cercano al humor, con muchísima condensación y anclaje en lo vocal, esta intérprete ofrece en Desvelada y sola (los jueves a las 21 en Elefante Club de Teatro, Soler 3964) cuatro monólogos intensos y muy distintos entre sí. Una mujer con la vista clavada en un punto lejano, sentada en una esquina del pequeñísimo escenario, relata en una mezcla delirante de francés y castellano el encuentro con un hombre que termina en sangre y venganza, sin mover ni una pestaña. Todo está contenido en sus palabras deformadas. Luego deviene una psicóloga de una banalidad pasmosa; una diva desolada calco de Graciela Borges, y una locutora de FM muy melosa, todo un compendio de clichés que, además, interpreta hits en inglés en versiones extrañas.

La costurera de la década del ’30 de Nada del amor me produce envidia (viernes a las 21 en La Carpintería, Jean Jaurès 858) también canta. Lo suyo son tangos y valses que interpreta con voz exquisita y aguda a lo Libertad Lamarque, mientras cose vestidos para las mujeres del barrio. Dice estar feliz de vivir entre agujas, telas y su vieja máquina Singer, resguardada en su diminuto taller de los arrebatos pasionales de los hombres. “Nada del amor me produce envidia”, desliza en un momento el personaje creado por María Merlino, la actriz de joyas como El aire alrededor, de Mariana Obersztern, y El niño en cuestión, de Ciro Zorzoli. Pero el deseo y las pasiones que recorren las canciones que interpreta sugieren lo opuesto. Totalmente disociada, sigue adelante con su monólogo entrecortado por la música, hasta que la mismísima Libertad y Eva Perón la visitan en su taller y quieren llevarse el mismo vestido. Frente a esta disyuntiva, toma una decisión drástica que genera múltiples versiones.

Sofía (Deby Wachtel, reconocida docente teatral y directora) es pura verborragia y está harta de tocar la flauta traversa en cientos de casamientos judíos, muerta de ganas de brillar ella por una única vez, y transitar en la sinagoga “el pasillo de la felicidad” hasta el altar. Entre poesías de Juana Bigno-zzi, confesiones y observaciones agudas, teje su plan para lograr el objetivo final en La novia (domingos a las 19 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960). Irene Sexer estudió actuación, clown, canto, danza y comedia musical. Con este bagaje se convirtió en una de las actrices fetiche de Marcelo Katz y se lució en Allegro ma non troppo, Guillermo Tell e Ilusos, entre otras joyas del teatro de clown local. En Querida Marta (los viernes a las 23 en Pata de Ganso, Zelaya 3122) descubre el mundo poético y desolado de una chica dispuesta a festejar sola su cumpleaños, acompañada por las fotos de sus amigas que cuelgan de una guirnalda y por el llamado de un candidato que le avisa que no llega. Pero igual sigue adelante y juega sola al juego de la silla, para lanzarse a un derrotero de recuerdos y frustraciones sentimentales que coquetean con el dolor, la ternura y el humor. Abandonada una y otra vez, llora su penas y las lágrimas son flores que lleva en su mochila, mientras canta una bellísima baguala que culmina en un final tan hermoso como incierto. ¿Una muerte que la transporta a ese lugar verde y florido de la escena final dejando todo el dolor atrás?

Ciento por ciento clown, con la nariz roja, vestuario colorido y un puñado de diapositivas que repasan su vida, Leticia Torres –la increíble mujer-perro de Hotel Melancólico, de Mariela Asensio, y una de sus chicas en Mujeres en el baño– es Yoko Onda (los viernes a las 21 en Tadrón, Niceto Vega 4802). Es pura energía, como una cacerola de impulsos en ebullición. Como su pila de logros es siempre más baja que las de los otros, se dispone a detener el tiempo para darse una nueva oportunidad. Entonces tiene un hijo, hace terapia, sale a trabajar, asciende, se pudre y deja el laburo, viaja, se ilusiona con un hombre. Todo en un recorrido absurdo en el que despliega una batería de recursos de gran impacto emocional que maneja con destreza.

–¿Qué desafíos implica sostener sola una obra?

Ximena Banús: –Hay que estar más alerta, conectada y despierta que nunca. Cuando actuás con un elenco, también; pero la tensión se va desplazando en diferentes direcciones y entre todos hacemos la obra. Acá la tensión no cede nunca.

María Merlino: –Al principio sentí mucha soledad, tenía el fantasma de que iba a aburrirlos a todos. Apenas estrené, todos los miedos y prejuicios desaparecieron. Disfruté y disfruto muchísimo de cada función. Una es la responsable absoluta de todo. No poder bajar la guardia en ningún momento me dio un entrenamiento increíble, además de que actuar en distintos escenarios, en espacios impensados para la obra a la hora de su concepción, me fortaleció aún más.

Deby Wachtel: –Yo ahora lo estoy disfrutando mucho, ya pasé el terror a olvidarme el texto y que no haya nadie con vos en escena para tirarte una punta.

Irene Sexer: –Todo lo que suceda va a depender de tu ritmo, de tu actuación, de tu percepción del público, de esa energía grupal que te marca cómo estás yendo. Un público más risueño hace que yo me vuelva más risueña aún, y un público menos expresivo me lleva por otro lado, hace que no me acelere para causarle simpatía o risa. Termino más arriba después de actuar con un público festivo, pero un público que no se manifiesta tanto me ayuda a actuar mejor. Con Alejandro Catalán aprendí que al espectador hay que darle aire, no hay que darle material todo el tiempo sin respiro.

Leticia Torres: –Cuando los espectadores no responden mucho, tengo que sostener doblemente al personaje y no bajonearme si percibo que no funciona como esperaba. Por el contrario, debo mantener la energía que necesita el personaje, que es mucha. Por eso tengo que estar entrenada físicamente, descansada y muy concentrada como para que todo salga bien y yo la pase bárbaro. ¡El vértigo y el placer que se siente actuando sola es genial!

–¿Por qué el amor es “el” tema de los unipersonales femeninos?

X. B.: –¡La mujer es el amor! Es atávico e inherente a su naturaleza, dentro del cuerpo femenino se forman los bebés. Creo que todo el mundo emotivo de las mujeres ve en el sufrir, en la falta y en la búsqueda del amor un territorio vastísimo donde saciarse. Marisa Monte canta en un tema: “Yo debería dejarte/ Pero voy a continuar para castigar mi pobre corazón”.

I. S.: –Todos sentimos amor, alegría, tristeza, soledad. Pero las mujeres tenemos una manera de contarlo más cruda, más desnuda y explosiva. Como si no pudiéramos callar todo lo que nos pasa y, en muchos casos, como si tuviéramos la necesidad de hacer algo y transformarlo en un hecho poético.

L. T.: –Sufrimos la soledad y la falta de amor por igual, sólo que los hombres lo manifiestan de otra manera porque pesan diferentes mandatos que incorporamos y asimilamos. Sobre nosotras pesa distinto el estar sola y a medida que pasa el tiempo, pesa cada vez más. Hablamos porque nos gusta hablar de lo que nos pasa, nos gusta que nos escuchen. Qué mejor para eso que plantarse solita en un escenario.

D. W.: –A mí no me interesó hablar de la soledad sino meterme con la obsesión que le agarra a mi personaje con el tema del casamiento en tanto ceremonia, no tanto para dejar de estar sola, sino por su deseo de ser la estrella, el centro de las miradas. Quiere que todos enfoquen en ella. Me interesó cómo la obsesión hace que de-

sarrolle un poder de observación tremendo y conozca los vericuetos del ritual, hasta los pies hinchados de la novia apretados en sus zapatos nuevos o el ruido de las medias con el roce de las piernas. Es como si percibiera todo con lupa, con un zoom.

Lejos de las mujeres hinchadas de bótox y siliconas que se multiplican en pantallas y revistas, estas actrices y sus criaturas dan forma a un espejo más que interesante. Sin solemnidad, sacan a la luz conflictos que exceden la falta de un hombre o los kilos de más y encuentran salidas nada típicas. Marta (Irene Sexer) toca fondo, se despide de sí misma y renace, Yoko (Leticia Torres) tiene un hijo sola, se niega a seguir corriendo en pos de metas ajenas, para la máquina y se dispone a disfrutar. Grace (la diva que encarna Ximena Banús) encuentra sosiego en la lectura de Clarice Lispector. La afrancesada (Banús) y la costurera (María Merlino) ensayan caminos más drásticos y hasta violentos. A punto de grabar el disco de Nada del amor... junto a Sandra Baylac, Merlino dice: “Las canciones y el radioteatro eran los medios para que las mujeres, como mi costurera, pudieran expresar todas la pasiones que no se permiten en su vida monótona y gris. Pienso que estar tanto tiempo sola en el cuartucho cosiendo, en el silencio de la noche sin ventanas que la observen, la ayuda a desatarse y soltar sus deseos más reprimidos”. Y agrega: “Antes de estrenar pensaba que la obra iba a encontrar su público favorito en las señoras mayores. Y me equivoqué, les gusta a hombres y mujeres de todas las edades”. El germen de este espectáculo, que desde su estreno seduce a un público cada vez más numeroso, fue la infancia de María, el mundo familiar en la localidad bonaerense de Benito Juárez donde se crió. Los tangos que su madre cantaba mientras cosía, las películas que veían y hasta algún radioteatro que ella misma llegó a escuchar. Para Wachtel, en cambio, el motor estuvo en las ganas de volver a actuar y de retomar la palabra poética, después de haberlo hecho con Oliverio Girondo (Las chicas de flores) y Adelia Prado (Siesta). Sexer viene trabajando desde hace casi una década con Marta (tal es el nombre de su clown) y no dudó en llamar a su amiga y directora Paula Etchebehere para dar consistencia al desamparo de este personaje entrañable. El proceso fue parecido para Torres, que convocó a Maximiliano Sarramone para que juntos dieran un sentido a todo el material que ella venía trabajando hace años con su clown. “Nos dimos cuenta de que casi todo giraba en torno del paso del tiempo y de las presiones internas y externas”, recuerda.

–¿Influencias? ¿Unipersonales que las inspiraron?

I. S.: –Me impactó Los días felices, de Beckett, interpretado por Juana Hidalgo. Me acuerdo de que fui sola, recién empezaba a estudiar teatro y pensé: “Yo quiero hacer esto, quiero hablar con esa poesía, esa simpleza y melancolía” .

L. T: –Antidiva, de Karina K.; Arrabalera, de Mónica Cabrera, y Como quien oye llover, de Juan Pablo Geretto, me motivaron a armar algo con lo que mejor me sale y poner ahí todo el corazón.

M. M.: –Para hacer el unipersonal realmente no apelé a ninguna otra actriz más que a mí. Pero si tengo que nombrar unipersonales que me impactaron fueron los de Tortonese y Urdapilleta.

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Querida Marta, un mundo poético y desolado.
 
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