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Viernes, 20 de mayo de 2011

TEATRO › FIESTA NACIONAL DEL TEATRO EN SAN JUAN

La escena federal

 Por Cecilia Hopkins

Desde San Juan

Con muy buena respuesta del público local, comenzó el viernes pasado la Fiesta Nacional del Teatro, en su edición número 26. Luego de los discursos oficiales –estuvieron presentes los directivos del Instituto Nacional del Teatro y el gobernador José Luis Gioja–, el grupo riojano Circo azul fue el responsable de la apertura en la plaza seca del recientemente inaugurado Centro Cívico. En estos días, el encuentro mayor del teatro independiente del país se viene desarrollando a sala llena, a razón de hasta cuatro obras diarias. Enmarcado dentro de los festejos locales por el bicentenario del nacimiento de Domingo F. Sarmiento, el evento cuenta con la participación de 32 elencos provinciales. Sin duda, ayudan a la repercusión de la muestra los afiches que empapelan las paredes del centro de la ciudad. Las mismas que lucen, de tanto en tanto, otras expresiones menos festivas, tales como “La sed de oro nos dejará sin agua” o “Maldito oro, maldita codicia”.

Después de mí, obra del grupo santafesino Seda, con dirección de Andrea Paula Ramos, puede referirse tanto a las traiciones amorosas como a la violencia familiar. Con la interpretación de las talentosas Eugenia San Pedro y Elisa Pereyra, la pieza de danza-teatro muestra a dos personajes que en su relación invierten permanentemente el principio de autoridad. Una mesa y dos cuchillos son lo único que necesitan para trabarse en peligroso juego, eludiendo los lugares comunes que el género suele frecuentar. Pocos elementos también aparecen en la puesta de La edad de la ciruela, del mendocino radicado en Ecuador Arístides Vargas, obra presentada por el grupo Las chicas de blanco, de la provincia de Buenos Aires. La versión hace foco sobre la historia de las dos hermanas y se potencia especialmente en las escenas que retrotraen el tiempo a los días de la niñez de los personajes. Por su parte, los cordobeses del grupo Sr. Barbijo, bajo la dirección del boliviano Diego Aramburu, presentaron una versión de corte radiofónico de King Kong Palace, obra del chileno Marco Antonio de la Parra. Ubicados en friso de frente al público, los siete actores interpretaron sus roles fragmentando el relato mediante canciones de diverso género, con voces afinadas y atinada coordinación. Así recrearon las historias que cruzan los pasillos de un hotel fantasmal habitado por seres caídos en desgracia: un Tarzán y su Jane, destronados reyes de una indefinida nación africana y Mandrake, el mago, convertido en animador de fiestas de segundo orden.

A modo de un evangelio apócrifo, El gran fracaso (o el hombre, el traidor y la zorra), de Luis Serradori, obra representante de Corrientes, muestra a un Jesús que resucita para demostrar que los hombres son irredimibles. Y para que Dios, si es que existe, lo sepa. Regente de un burdel donde María Magdalena satisface los deseos de media población, Jesús blasfema, golpea y hasta asesina. Alrededor de él se encuentra un extraño Judas, ciego y temeroso. Formado actoralmente con Susana Bernardi, directora del grupo Raíces (aquí responsable de la dirección, junto al autor e intérprete), Serradori toca temas que ya aparecen en otras de sus obras: las relaciones de poder, la familia, la fe, los vínculos que establece el hombre con el Estado, siempre con la intención de poner de relieve que hay “un modelo de sociedad que, moral y estéticamente, llega a su fin”, según expresa a Página/12. Las hijas idiotas, por ejemplo, cuenta la historia de dos hijas del poder político que viven encerradas en su habitación hasta que deciden matar al padre. En La casa de los colores, otra de sus obras, se habla sobre la llegada de militares nazis al país y su influencia en la estructura familiar argentina.

–¿Cómo son recibidos los estrenos de sus obras en su provincia?

–En Corrientes la sociedad es conservadora y no tiene mucho interés en trastrocar sus estructuras; se subordina a una herencia y no la cuestiona. Soy consciente de que mis obras tienen un lenguaje que fluctúa entre lo escatológico y lo poético y donde el mito es puesto en tela de juicio.

–¿Hubo reacciones en contra?

–Cuando participé como actor en la obra La pasión del piquetero, de Vicente Zito Lema, una parte de la Iglesia correntina pidió en diarios y radios la censura de la obra y llamó a sus fieles a que tomasen medidas contra “este engendro cultural”, en sus propias palabras. A pesar de que no hubo una censura explícita, la obra tenía programadas funciones que luego no se concretaron.

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Después de mí, obra del grupo santafesino Seda.
 
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