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Viernes, 20 de mayo de 2011

CINE › WITI IHIMAERA EN EL “ENCUENTRO CON EL CINE DE NUEVA ZELANDA”

“Así busco cambiar las cosas”

El autor de los libros Jinete de ballenas y Noches en los jardines de España afirma que las películas que se verán en la Sala Lugones sirven para hacer un necesario retrato de la cultura maorí, pero también un apunte sobre el exceso patriarcal.

 Por Ezequiel Boetti

Trivia de viernes: ¿Qué tienen en común, además del noble oficio de director, Peter Jackson, Lee Tamahori y Martín Campbell? ¿Y la realizadora Jane Campion con el gladiador Russell Crowe? Sin proyectos artísticos en conjunto, el hilo conductor hay que buscarlo en sus biografías, más precisamente en el lugar de nacimiento. Allí se constata que todos ellos dieron sus primeros pasos en el lejano e insular suelo de Nueva Zelanda. Ubicado en el sudeste del océano Pacífico, este país supo ser tierra de los maoríes, tribu cuyo espíritu aún sobrevuela cuando los jugadores de selección de rugby nacional, los poderosos All Blacks, entonan su ancestral danza de guerra, el Haka. Más allá de lo cinematográfico de la coreografía, la tribu traspasó el verde césped para llegar a la pantalla grande en 1994, año en el que Tamahori filmó El amor y la furia.

Hubo que esperar hasta 2002 para que los descendientes maoríes volvieran a dar la vuelta al mundo, en este caso protagonizando Jinete de ballenas, fábula que reescribe un popular mito originario. El film ganó el premio del público en Toronto, Rotterdam y Sundance y hasta se alzó con una nominación al Oscar para su protagonista Keisha Castle-Hughes. “Nunca pensamos que sería un éxito”, confiesa Witi Ihimaera, autor del libro homónimo en que se basa el opus dos de Niki Caro. El escritor visita Buenos Aires acompañando la presentación de dos películas nacidas de sus textos, la mencionada Jinete de ballenas y Noches en los jardines de España, que se proyectan en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), en el marco del “Encuentro con el cine de Nueva Zelanda” (ver recuadro).

Ex diplomático y periodista, Ihimaera publicó su primer libro de cuentos en 1972, convirtiéndose así en el primer escritor maorí en llegar a las bateas de las librerías. “Me propuse tratar de expresar, articular y retratar la condición de ser de mi tribu. Es necesario que el mundo vea nuestra esencia, si no nada crecería y no estaría haciendo lo que mis ancestros hubieran querido. Nosotros decimos que caminamos hacia atrás, que es una forma de poner el pasado frente a nosotros para honrarlo”, reflexiona el escritor, que ayer dio un seminario sobre escritura de guiones en la Universidad del Cine.

–Gran parte de su obra está protagonizada por descendientes de esa tribu. Más allá de su origen, ¿qué les ve de atractivo?

–Es que es lo que soy. Si no hay personas que se comprometen con la cultura, la cultura no florece. Es muy importante que haya artistas que traten de captar al público maorí y que creen una sociedad que consuma esa cultura, que lleguen a los más jóvenes, que los neocelandeses se vean en la pantalla y se represente su cultura e identidad. Es mi forma de cambiar las cosas. Cuando los indígenas van a las universidades les enseñan a Shakespeare, pero nada sobre nuestros orígenes, porque siempre se transmitió oralmente. Es importante que empecemos a escribir para que haya autores indígenas en las universidades y se conserve nuestro legado.

–Pero en los dos libros esa tradición también es una carga: en Jinete de ballenas el abuelo no puede querer a su nieta y el protagonista de Noches en los jardines de España no puede vivir libremente su sexualidad por ese legado.

–Mi función no es sólo apoyar las historias, sino también criticar la cultura patriarcal que impide que los personajes se expresen y de- sarrollen sus derechos. Pai es un personaje crucial, porque habla del derecho de las mujeres de obtener igualdad en sus tribus. Ellas y los hombres gays tienen un status diferente, pelean la misma batalla.

–Usted escribió varios de sus libros fuera del país. ¿Cómo influyó la distancia con su país al momento de pensar una historia basada en una leyenda tan arraigada a su cultura?

–La mayor parte de mi trabajo lo hice fuera del país, he escrito un libro en Francia, otro en Holanda, en Estados Unidos. La distancia siempre me dio otra perspectiva de mi cultura, la puedo ver de una forma más objetiva. Escribir en el exterior me permitió ser un poco más crítico y darle un marco más independiente y realista a asuntos como la homofobia y el racismo. Cuando uno está inmerso en su cultura es imposible no sentirse oprimido y presionado por las expectativas. Los artistas debemos tratar de conservar el sentido de la independencia. Es difícil equilibrar lo subjetivo con lo objetivo, pero trato de hacerlo tanto dentro de mi país como fuera.

–Es llamativo que la distancia genere objetividad. Se podría pensar todo lo contrario, que esa lejanía genere una nostalgia idealizadora que deforma aún más.

–Puede ser. Es verdad que uno puede ver las cosas idealizadas cuando está afuera, pero no creo que sea mi caso. Y si lo es, se da de forma absolutamente inconsciente desde mi condición maorí.

–¿Cómo fue el trabajo de adaptar sus propios libros a la pantalla grande?

–Cuando escribo algo me gusta apoyarlo hasta el final, pero me resulta muy difícil escribir de la forma en que se vería a través de una cámara. Por eso en Jinete de ballenas decidí alejarme del guión y participar como productor asociado. En el caso de Noches en los jardines de España reescribí el libro original, pero no los textos de la película. He escrito algunos guiones, pero es complicado. Escribir una novela es algo muy orgánico, mientras que una película es mucho más lineal.

–¿Por qué cree que películas de temáticas locales como Jinete de ballenas logran trascender las fronteras y llegar a gran parte del mundo?

–En nuestro caso particular hicimos una película con un elenco muy chico, la filmamos durante seis semanas en locaciones naturales con un presupuesto ajustado de 250 mil dólares, sin efectos especiales, con una sola cámara durante la mayor parte del rodaje y con ballenas de plástico. Creo que fue un éxito porque los elementos de la cultura que muestra no son obvios. Sí, es la historia de una comunidad, pero también es la historia universal de una chica que lucha por tener el amor de su abuelo. No es glamorosa ni está hecha para los grandes cines, sino que tiene una enorme simpleza e integridad.

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“Me propuse articular y retratar la condición de mi tribu.”
Imagen: Sergio Goya
 
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