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Viernes, 17 de junio de 2011

TEATRO › AGUSTINA MUÑOZ HABLA DE SU OBRA NEON, QUE SE PRESENTA EN EL CAMARIN DE LAS MUSAS

Una insinuación del Apocalipsis

Motivada por una frase de Chuck Norris, nada menos, la autora pone en escena a seis personajes treintañeros en el solemne contexto de una realidad distópica que no se dice explícitamente desde el texto mas se transmite fragmentada en anécdotas y tensiones.

 Por Facundo Gari

Lejos del esnobismo, la leyenda que acompaña el drama teatral Neón, escrito y dirigido por Agustina Muñoz, pertenece a Chuck Norris. Sí, el actor de Walker, Texas Ranger. No se trata en absoluto de la cereza de un postre friqui: la autora pone en escena a seis personajes treintañeros en el solemne contexto de una realidad distópica que no se dice explícitamente desde el texto mas se transmite fragmentada en anécdotas y tensiones. “En general, estamos muy amparados en la idea de seguridad, en el estado de las cosas que se mantienen más o menos parecidas. La conservación del trabajo, el ideal de la salud constante, los plazos del matrimonio. Me interesa que esa idea de seguridad se quiebre”, propone en diálogo con Página/12. Galardonada en 2009 con el Primer Premio de Dramaturgia Innovadora del Festival Escena Contemporánea de Madrid, esta pieza que se presenta en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) los viernes a las 21 reincide en lo que no se dice en palabras como vehículo de mensaje, lo mismo que en las anteriores Las mujeres entre los hielos y El calor del cuerpo.

“Todas las generaciones sueñan con ser la última.” ¿Es esto cierto? ¿Seríamos afortunados siendo testigos de la interrupción del ciclo? Tal vez, el fin no sea una ola que arrasa todo en un segundo, sino gente en sus casas, haciendo sus cosas, mientras suponen lo inevitable. “¿Cuántas fiestas pueden celebrarse para pasar las noches después del Apocalipsis? ¿Hay algo más vital que haber visto la muerte y querer seguir estando vivo?” La frase pertenece a Chuck Norris y es más contundente que una de sus patadas giratorias... Muñoz cuenta que la encontró en una entrevista al barbado actor. “Me pareció increíble la reflexión”, afirma. “Enmarcó el tono de la obra cuando la escribí, en 2008. Es una frase que es mucho y que, al ser dicha por Chuck Norris, tiene una cosa bizarra.”

–¿Qué diferencias hay entre la obra que ganó en España y la actual?

–La primera era mucho más abstracta y la actual tiene más texto. La frase de Chuck Norris condensa bastante el espíritu, que es una conciencia de fin bastante pop. Es como si él hubiera alcanzado una sabiduría y sin embargo siguiera siendo Chuck Norris. “Todas las generaciones sueñan con ser la última” tiene algo de épico que da la posibilidad de juventud, de cambio, de vida y de muerte, todo junto. Y estos personajes no son niños ni adultos, son jóvenes.

–¿Y qué les sucede? Se crean una cotidianidad en el caos: juegan a las cartas y ensayan una coreografía.

–Ahí está la clave, en encontrar sentido en ese mundo. Me gustaba que una vez que la cosa se produce no se piense mucho sobre ella, sino que se haga. Si hubiera un terremoto, aun cocinaríamos en casas derruidas, contaríamos chistes y nos emborracharíamos.

–Pasa en situaciones menos traumáticas: uno se acomoda a la falta de agua pasajera, a las velas en lugar de la luz eléctrica, a la birome en reemplazo de la computadora.

–Pero también está la persona que de verdad no puede encontrar sentido. La que sí, sigue armándolo con lo que hay. Algo que está en la obra es que siempre hay restos que empiezan a sedimentar. Por eso los personajes están bastante enloquecidos. No se dieron mucho tiempo. Algo sucedió y hay que activar, hay que comer, escribir, armar algo. Si no, te morís.

–¿Por qué necesitamos ese orden? ¿Por qué “te morís”?

–Es algo que me interesa. Vi un documental sobre el gueto de Varsovia que está centrado en los casamientos y en los cumpleaños, con tortas miserables y la poca ropa que tenían, pero festejos al fin.

–También ocurre durante períodos de guerra.

–Cuentan que en algunas trincheras durante la Primera Guerra Mundial, si en Navidad o Año Nuevo quedabas del lado del enemigo, el enfrentamiento quedaba suspendido para brindar y, al otro día, volver a matarse. Uno tiene mucho imaginario de afuera y después la cosa ocurre. Uno puede pensar qué haría en una tortura o cuando se muera su madre o si se le quema la casa o si hubiera una guerra. Después todo ocurre y uno hace con eso. Si se te clava un caño en la pierna y tenés que caminar diez kilómetros hasta un hospital, lo hacés. Tiene algo de milagroso el ser humano. El cuerpo y la emoción hacen, a pesar de uno mismo.

–Hace no tantos años, la Historia era más “lejana”. Ahora, los hechos se incorporan muy rápido a las categorías de pasado y cotidiano. El día antes de que cayeran las cenizas volcánicas en Buenos Aires, un diario sensacionalista tituló “Llegan” en tamaño de catástrofe. A los pocos días, las vecinas barrían las cenizas como si siempre hubieran sido eso, cenizas y no mugre corriente.

–También pasó con el humo con la quema de pastizales del año pasado: estaba toda la ciudad iluminada como por un farol de bajo consumo.

–¿Por qué no decir a las claras que es el Apocalipsis, desde el texto? ¿Por qué la insinuación antes que el mandato?

–Funciona como hipótesis mía. No es tan fácil reconocer las cosas que le pasan a la gente. No se van diciendo. Observás a alguien, te caen las fichas, componés el rompecabezas que es el pasado de la persona que está. Mucha gente habla mucho de sí misma, pero en la que yo escribo, eso que le pasa se cuela en lo que hace. No sé si es una enfermedad y las cosas deberían decirse, pero en la realidad no pasa. Hay espectadores que se quedarán con la sensación de una falla, con la necesidad de una revelación. Seis personas hacen cosas y el exterior que se cuenta con anécdotas que no dejan claro qué sucede, cuán atroz es el afuera. Eso se puede contar sin que sea dicho, lo que posibilita múltiples lecturas. Por otra parte, para estos personajes está todo muy dicho. Ya deben haber llorado. Ahora, ya está. Si cualquiera de ellos se detuviera a charlarlo, se rompería el esquema. Hay algo tan inmenso que va más allá de uno y que al nombrarlo no se produce nada, que no se nombra. Eso que está ocurriendo ya está ahí. Y ellos están viviendo la cosa, no hablándola. Podrían reflexionarla, pero sería intelectual, y ellos no están en esa situación.

–Una de las tres mujeres que interactúan en la pieza, una de las dos hermanas protagonistas, sueña que su novio muere. ¿Esa pesadilla trasunta algo del orden como realidad que intentan establecer desde lo arbitrario del sueño?

–Hay algo medio perverso de las hermanas en cómo lidian con ese sueño. Se ve algo del estado en el que están. A mí me gusta pensar también que al instalar la idea de que el novio se va a matar, ella hace que ocurra, instala la idea, la crea. El modo en el que lidia con las posibilidades la sitúa en un lugar de poder.

–¿Qué sucede en Neón con las instituciones?

–Están colapsadas y hay mucha auto-organización; y en ella las leyes pueden ir para cualquier lado. Para bien o mal. Me gusta la moralidad muy lábil. Se construye otra cosa que justifica.

–Entonces, ¿por qué uno de ellos va a comprar cigarrillos como si nada? ¿La economía sí se sostiene?

–Pensé en un trueque. Hablan de “cosas retenidas”. Uno puede pensar que hubo un caos y que se está restableciendo algo. O que es una calma antes de que todo acabe.

–¿Qué le interesa de esa realidad potencial?

–Las películas del caos que provienen de Hollywood nunca cuentan qué pasó después. Siempre viene el presidente norteamericano y salva todo. En este sistema tan agarrado, de repente pasan cosas que te hacen ver qué frágil es. Por ejemplo, se cae Internet en China.

–Los escenarios de sus últimas obras pasan de la periferia al centro del de su vida real como porteña: Alaska, en Las mujeres...; una playa, en El calor..., y la ciudad, en Neón.

–Surgió una noche con una amiga: “Alaska y una playa, ahora tenés que hacer la ciudad”. Fue muy arbitrario. De algún modo, Neón es una obra más amplia, porque la ciudad es eso. En Las mujeres... era Alaska, con personas que habían sido obligadas a ir a un lugar que se convertía en un sitio misterioso que las había hachado al medio. La playa era un escape, irse a un lugar de turistas en el que nada parece pesar demasiado. La ciudad es el espacio de lo concreto. Las cosas se tienen que hacer. Aparecen las exigencias, la velocidad, el neón.

–¿El letargo en la pareja? ¿La falta de pasión en el amor?

–Ahí hay algo central de la obra. Si algo pasa, van a estar para el otro; pero a la vez no están con el otro. Las parejas acá tienen un lazo muy sanguíneo, pueden ser hermanos o primos. Es una rareza que se mueve entre el cariño y el cuidado.

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En Neón, Muñoz reincide en lo que no se dice en palabras como vehículo de mensaje.
Imagen: Rafael Yohai
 
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