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Miércoles, 24 de agosto de 2005

TEATRO › CARLOS GOROSTIZA, FRENTE AL REESTRENO DE “EL PAN DE LA LOCURA”

“Hoy es necesario crear anticuerpos”

El dramaturgo afirma que su obra, estrenada en 1958, plantea“ la responsabilidad social y la libertad personal”. Y destaca la experiencia de haber vivido esta puesta “como un espectador”.

 Por Hilda Cabrera

El estrés obligó al dramaturgo, novelista, director y actor Carlos Gorostiza a administrar su energía. De modo que sus recientes batallas en el Fondo Nacional de las Artes las libra desde su casa. “El estrés no es consecuencia del buen trabajo sino del mal trabajo, y me exige cuidar la vida, que para mí es mujer”, sostiene en la entrevista con Página/12. De ahí la búsqueda del placer en el trabajo que este creador intenta practicar desde siempre. Expectante, aguarda el reestreno de El pan de la locura, pieza que dirigió en su première de 1958 y que sube hoy al escenario del Teatro Regio. Cuenta además que acaba de dejar hibernando una nueva obra, El alma de papá, que le gustó escribir y le divirtió tanto como un año atrás su interpretación en El acompañamiento, en un ciclo de Teatro Leído organizado por Argentores: “Hacía cincuenta años que no actuaba”. Lo último fue Crimen y castigo, con Alejandra Boero y otros grandes artistas.
Gorostiza se regocija recordando su actuación junto al dramaturgo Roberto Cossa, quien se atrevió en aquel ciclo al papel de Sebastián. “Yo era Tuco, el personaje que interpretó el Negro Carlos Carella, quien en otra obra mía, Aeroplanos, olvidaba siempre la palabra arterioesclerosis. Una noche la olvidó de veras, y de eso quedó una anécdota. Tratando de recordar, decía: ‘Le pasó eso que nos ocurre a los viejos, que tiene el nombre de un actor, la Alterio esclerosis’.” Cuando la repusieron Pepe Novoa y Claudio García Satur, incorporaron esa escena. Autor premiado y con textos traducidos a varios idiomas, incluidos el finlandés y el ruso, Gorostiza ha recibido una invitación de la Asociación de Autores de Teatro, de Madrid, que lo homenajeará en noviembre con un programa de Teatro Leído donde se interpretarán fragmentos de El pan de la locura. Este regreso a su obra le resulta un tanto extraño. De todos modos, aprovecha para “hacer indicaciones” a Suardi. “Es una puesta con una estrategia distinta de la mía. La veo y de entrada me pregunto qué es. Logré ponerme en el lugar de un espectador que ve por primera vez esta obra, y me dejé llevar por lo que sentía. No fue fácil, porque también la dirigí y entonces tuvimos mucho éxito. Esto es distinto”, sintetiza.
–¿Qué perseguía con esta obra en 1958?
–Después de un ensayo general, salí del teatro junto a un amigo, Héctor. Le dije que si la obra era recibida como yo esperaba, iría bien, y si eso no ocurría era porque ya no entendía nada de teatro y me había acabado. Mi impresión era que con esta obra retomaba mi escritura anterior. Vivía profundamente cada situación, cada personaje. Hoy, que han pasado casi cincuenta años, digo, con el mayor de los respetos, que ésta es otra obra. Cuando el director Kive Staiff me propuso integrarla al programa del Complejo le comenté que no me ocuparía de la dirección. Tampoco quise ocuparme de El puente cuando Osvaldo Dragún me la pidió para el Cervantes. Estuve haciendo el esfuerzo de entender esta nueva puesta como espectador, y eso me ayudó, creo, porque pude decir con sinceridad a Luciano y a los actores que estaba contento.
–¿Cuáles son los temas centrales?
–Los de la responsabilidad social y la libertad personal, que se definen en la última escena. Pero no son los únicos. Me interesaba que los descubrimientos de estos personajes estuvieran bañados de una gran ternura: la que trae el chico, Mateo, con sus ideas de ingresar a la vida por la puerta grande o la puerta chica; los relatos sobre la figura de su padre y sobre Mahoma, que en ese ambiente de trastienda de panadería provoca risa. Mateo es el que, finalmente, insiste sobre el mal estado en que se encuentra la harina de centeno utilizada por los que allí trabajan.
–Y el que introduce la duda.
–Pero siempre con ese manto de sabia inocencia que los otros no pueden dejar de reconocer. Tampoco Antonio, un personaje honesto metido en la sucia rutina de palear harina sucia.
–¿La personalidad de Mateo y la elaboración del pan se relacionan con elementos bíblicos?
–Algunos le encuentran un tono bíblico, como a Los prójimos. En las dos obras partí de noticias leídas en una revista y un diario. Pero de lo que se está hablando es de estar y sentirse libre, del coraje de ser libre, y sin buscar un final efectista. Para el homenaje de noviembre en Madrid, respondiendo a ese honor, elegí dos escenas de El pan... que me sorprenden por su actualidad. Es importante hablar hoy de responsabilidad e irresponsabilidad, en nuestro país y en el mundo. Vivimos en sociedades enfermas y en gran orfandad. Es necesario crear anticuerpos para contrarrestar tanta estupidez y escepticismo.

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Gorostiza junto a Luciano Suardi, responsable de la puesta que sube hoy al Regio.
 
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