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Miércoles, 24 de agosto de 2005

MUSICA › “WOZZECK”, DE ALBAN BERG, SE ESTRENA EN EL TEATRO AVENIDA

Opera romántica y moderna

Juventus Lyrica programó tres funciones de este clásico del siglo XX, con régie de Pigozzi y dirección de Greizerstein.

 Por Diego Fischerman

Una revolución recorrió el mundo. Eran las primeras décadas del siglo pasado y el sistema sobre el que se había edificado la tradición que el mercado denominó clásica saltaba en mil pedazos. Trescientos años después de haber comenzado a cristalizarse, la tonalidad funcional, según la cual los distintos acordes y su grado de tensión producían una cierta narratividad musical, caía en manos del atonalismo primero y del dodecafonismo después. Ya no había jerarquías; no había notas principales y alteraciones; no había tensiones y distensiones, por lo menos desde el punto de vista armónico. Había doce sonidos –las teclas negras y blancas de un piano– en igualdad de condiciones frente al oído.
La revolución tuvo un ogro –Arnold Schönberg, creador del dodecafonismo–, un misterio –Anton Webern– y un supuesto conciliador –Alban Berg–. Su música sonaba más romántica, más expresiva que la de sus compañeros de ruta. Además, no sólo escribió óperas sino que éstas entraron casi de inmediato en el repertorio dramático musical de los principales teatros del mundo. Frente al intelectualismo y el cálculo frío de Schönberg y la elusiva poesía de Webern, Berg parecía el más humano. En ese panorama, la ópera Wozzeck, que mañana subirá a escena en el Teatro Avenida, en una producción de la asociación Juventus Lyrica, ocupa un lugar de privilegio. Aun los más acérrimos enemigos de la modernidad en el género –una modernidad ya bastante antigua, a esta altura del partido– reconocen en Wozzeck un funcionamiento teatral y una potencia expresiva indiscutibles.
Lo que no suele mencionarse es que si en el atonalismo en general, y en la obra de Berg en particular, tiene presencia el cálculo –mucho más que en Schönberg, curiosamente–, esta ópera es precisamente una de sus composiciones más subordinadas a complejísimas operaciones formales. Entre otras cosas, parte de la ópera es una sinfonía en cinco movimientos mientras que otra es una suite de danzas. Schönberg, en su libro El estilo y la idea, incluyó un artículo titulado Brahms, el progresivo. Allí analizaba el primer movimiento de su Sinfonía Nº 4 y demostraba que aun la más lírica de las melodías obedecía a un cálculo. Schönberg, en realidad, intentaba inscribir su revolución en el Romanticismo (de hecho ya aparecía insinuada en los cromatismos de Franz Liszt y en la ambigüedad funcional del comienzo de Tristan und Isolde de Wagner). Pero sería Berg el que pusiera en hechos esa hipótesis. El enunciado según el cual, finalmente, los nuevos sistemas de composición no eran ni más arbitrarios ni menos naturales que los anteriores, se plasmaría en obras como el Concierto de cámara, el Concierto para violín y orquesta “A la memoria de un ángel” y, por supuesto, sus dos óperas, Wozzeck y la inconclusa Lulu. Basada en el Woyzeck de Georg Büchner, la primera de ellas se estrenó en 1925. La nueva puesta, que se presentará en tres únicas funciones –además de la de mañana subirá a escena el próximo sábado 27 y el viernes 2 de septiembre– será dirigida musicalmente por Emiliano Greizerstein y cuenta con régie de Horacio Pigozzi. La versión que se ofrecerá es la reorquestación para 21 instrumentos realizada por John Rea. Encabezan el elenco el barítono alemán Marcus Pelz, Eugenia Fuente, Susanna Moncayo y los tenores Mariano Spagnolo y Gabriel Centeno.

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Wozzeck se estrena mañana en el Teatro Avenida.
 
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