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Miércoles, 24 de agosto de 2005

TELEVISION › BACKSTAGE DE “LA NOCHE DEL 10”

Maradona, el ídolo de los demás ídolos

El detrás de cámaras reproduce el clima de veneración que capta la pantalla. Los invitados famosos transpiran y se ponen nerviosos. Los cronistas se llevan souvenires.

 Por Emanuel Respighi

La idea era muy clara y concisa: realizar la cobertura desde el detrás de cámaras de La noche del 10, esa suerte de gran celebración orquestada por Canal 13 para homenajear al renovado Diego Maradona. Hasta la llegada al estudio de Martínez, bajo una intensa lluvia, nada hacía prever que la tarea periodística podía descarrilar de su sentido iniciático. De hecho, minutos antes del comienzo del programa todo se desarrollaba con normalidad, observando los preparativos que requiere una producción de esta envergadura. Pero cuando Diego irrumpió en escena, la lógica y la razón cedieron ante la presencia de su figura. Y ya nada fue igual hasta el final. Para nadie. ¿O cómo se explica, entonces, que la docena de periodistas ubicados en las tribunas se dejaran llevar por el fanatismo, cantando y saltando en sus butacas, olvidando (casi) su tarea profesional? ¿O acaso no causa asombro observar cómo un periodista, con su mejor cara de distraído, se llevaba como “trofeo” la copa con la que el 10 bebió agua durante la velada?
La (i)lógica de la celebración al más grande futbolista de todos los tiempos trasciende cualquier investidura, desconociendo status y derribando prejuicios. El imán Maradona, la constante admiración y alabanza que su figura genera, no es patrimonio exclusivo de productores que hasta no hace mucho debían lidiar con la vanidad de Nicolás Repetto. También se percibe entre los importantes invitados que acuden sin dudarlo a su ciclo quienes, nerviosos e hipnotizados, no dejan de observar cada uno de sus movimientos. “No puedo creer que estoy con Maradona”, le comenta a Nicolás Cabré el multicampeón Emanuel Ginóbili, aún obnubilado por la andanada de elogios que recibió de Diego un ratito antes, haciéndolo ruborizar. “Estoy más nervioso que en la final de Roland Garros”, acota Guillermo Coria en el living, dando fe de su afirmación mostrando el temblor de sus manos, observando una y mil veces el autógrafo que Maradona estampó en aquella vieja foto que se sacó con Diego cuando apenas tenía seis años y soñaba con ser futbolista y no el tenista top-ten de hoy.
Antes del comienzo del show, un productor –que arengará a la masa durante las casi tres horas de programa– pasea por cada una de las cuatro tribunas dando algunas órdenes, cual jefe de barra del primer mundo: “Lo único que les pido es que griten y aplaudan al Diego porque lo necesita”, dice. Y hace una aclaración importante: “Diego y Claudia están separados. Hoy Diego le va a dar una sorpresa a Claudia. Les pido por favor que no pidan ni piquito ni beso entre Claudia y Diego porque me echan”, explica, ¿en broma? El público accede sin reproches al pedido y se entrega al show. Al fin y al cabo, cualquier cosa vale con tal de ver de cerca a Maradona. Los invitados VIP dan prueba de ello sacándose fotos con cualquier objeto utilizado por Maradona que se mantiene en el set (sillón, escritorio, etcétera). El ídolo lo resignifica todo.
Detrás de cámara, hay algo que queda claro: en La noche del 10 nada está librado al azar. Se acerca la hora de la verdad y las órdenes aparecen una detrás de otra, desde el anonimato que da la voz en off: “Apaguen los celulares”, “siéntense en sus lugares”... Cada uno de las más de cien personas que trabajan en el programa van tomando sus lugares y la lógica del caos da paso al orden y la prolijidad made in RAI. Todo funciona con precisión de reloj (digital): “Cuatro minutos, 10 segundos para empezar”, “3 minutos, tres para el aire”, “venimos en un sinuto (sic)”, espeta el director desde algún oculto lugar del estudio, ante las risas de todos.
“¡Eme Peeeeeeeeee!” Se escucha el grito desde lo alto del escenario y los invitados empiezan a delirar: es Maradona, que desde las sombras saluda a su amigo y periodista Marcelo Palacios con sus iniciales. Apenas el 10 sale a escena, Pablo Codevila –gerente de programación del 13– se pega a Maradona para acompañarlo durante toda la noche con la misma concentración y esmero con que el peruano Reyna lo marcó a Diego en las Eliminatorias clasificatorias al Mundial de México ’86. Con la función de motivar a Maradona y mantenerlo siempre contenido, Codevila lo sigue a sol y sombra: lo abraza, le señala las próximas secciones y lo alienta a cada rato (“Bien, Die”, le repite al oído).
Entre la numerosa troupe de productores que corren de un lado a otro del estudio, llama la atención ver a la cúpula máxima del 13 trabajando a la par de sus empleados. Esa especie de alma mater de Maradona, Codevila, terminará con la camisa empapada de sudor; Coco Fernández, gerente de producciones de la emisora, supervisa todo el programa desde el control para que ningún problema desconcentre al 10; Adrián Suar, director artístico del 13, se sale de su rol de invitado y también aporta ideas para el ciclo, evaluando cada paso. Un triunvirato que, lejos de sus cargos ejecutivos, son conscientes de que tener a Maradona (y una gran audiencia cada lunes) en su pantalla tiene sus costos: transpirar la camiseta. Y parece que lo hacen con ganas.
Llega Susana y con ella se suman tres nuevos integrantes a la escena: Luis Cella (el productor desde hace años de la diva), el peluquero Miguel Romano y la maquilladora personal de la Su. “¡Grande Su!”, gritan dos señoras desde una tribuna, reafirmando el carácter homenajeante de La noche del 10. Claro que, pese a los esfuerzos, siempre surge un imprevisto: la escalera por la que va a bajar Susana está mojada y ya hay señal de aire. No hay tiempo. Pero sí ideas, y el impecable saco importado de Fernández oficia de trapo de piso. Hay algo claro: mantener contenta a una estrella no tiene precio.

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Ginóbili, igual que Coria, estaba nervioso.
 
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