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Miércoles, 3 de mayo de 2006

TEATRO › ENTREVISTA AL DIRECTOR VENEZOLANO GUSTAVO OTT

Las mentiras de América latina

En su obra Mi ternura Molotov, la pareja protagónica vive un mundo de secretos que, según Ott, reflejan a más de una sociedad.

 Por Hilda Cabrera

Al dramaturgo venezolano Gustavo Ott lo divierte tanto recordar anécdotas de la etapa en que fue alumno de Manuel Puig –cuando el autor de Boquitas pintadas vivió en Venezuela– como dar cuenta de un hecho común en las plazas de Caracas. “Tú puedes, –dice– y por muy poco dinero, comprarte allí un título de médico, el certificado de una institución prestigiosa que acredite que eres músico, licenciado en sistemas... Lo que quieras, y muy bien hecho, ¿sabes?” Esa digresión sirve, porque agrega datos sobre comunidades que amparan a personajes del tipo de Mi ternura Molotov, obra de Ott que se ofrece los domingos a las 21 en el Teatro Celcit, de Bolívar 895. El autor se encuentra en Buenos Aires acompañando el estreno de esta pieza que retrata a una pareja cómoda en su “fundamentalismo piola”, actitud que tiñe de ambigüedad las crueldades del propio pasado y encubre con ligereza las mentiras del presente. Respecto de Venezuela, país en foco por el petróleo y las declaraciones de su presidente Hugo Chávez, opina que si bien “el petróleo es un capital valioso, los venezolanos no están seguros de que beneficiará a todos”. De esa duda nació Pony, su próximo estreno en Caracas. “Una pieza sobre el engaño –define–, y oportuna en este año electoral en que se producen engaños masivos: afirman que vamos bien, que nuestra economía es la más sana del mundo... ¿Es verdad? ¡Creo que tenemos vocación de engañados!”

Con formación teatral en Inglaterra y experiencia escénica en Estados Unidos y España, Ott ha escrito más de treinta piezas, donde la apariencia, la culpa y la intolerancia, el prejuicio y el miedo son temas que reitera. Algunas obras rozan el reportaje –quizá porque su otro métier es el periodismo– y requieren de dos o tres intérpretes, como Dos amores y un bicho, Passport y Mi ternura..., esta última interpretada, en la puesta de Corina Fiorillo en el Celcit, por María Marta Forni y Juan Sebastián Vila. De este montaje participan Solange Krasinsky (escenografía y vestuario) y Marcelo Albarracín, en asistencia de dirección.

–¿Por qué prevé con tanta seguridad el engaño?

–Los yacimientos de petróleo se nacionalizaron en 1976. Pasó tiempo y no progresamos. Al contrario, el nivel de delincuencia es muy alto. El gran fracaso de mi país ha sido no reducir la pobreza. Padecemos la pasión por el totalitarismo; una vocación por la arbitrariedad que nos sentencia. Hemos perdido el siglo XX, y con gran energía vamos perdiendo el XXI.

–¿Estas cuestiones lo alejaron de su país?

–No lo dejé. Permanecí algunos meses en Estados Unidos por razones familiares y por mis clases en las universidades. Viví dos años en España y cinco en Inglaterra, en Londres, pero no lo abandoné. Sé que lo mío es masoquismo, pero mi lugar sigue siendo Venezuela.

–¿Qué le aportaron esas escapadas?

–En Londres estudiaba teatro. Era la época de auge de la puesta en escena: en los ‘80 mandaban los directores. En Londres aprendí el idioma y descubrí el teatro contemporáneo. Fue un privilegio, porque allí seguían interesados por la palabra. Libre de las posiciones que auguraban la muerte del texto teatral, pude experimentar con el lenguaje. Cuando regresé a Venezuela, mis maletas estaban llenas de obras inspiradas en las de Harold Pinter y Tom Stoppard. Era la época de David Mamet y Sam Shepard, estadounidenses que se hicieron en el teatro inglés. Vivir en Londres era como haber experimentado el Renacimiento en Florencia.

–¿El teatro es literatura en América latina?

–Durante muchísimo tiempo negamos esa correspondencia, aunque reconocemos que Shakespeare es literatura; que en los últimos años se premió a dramaturgos con el Nobel de Literatura y que uno de los ejemplos más poderosos de la literatura latinoamericana es su teatro.

–¿A qué se debe esa negación?

–A la influencia del teatro centroeuropeo, donde dominan los directores a pesar de una tradición de autores sólidos como Botho Strauss, Thomas Bernhard, Peter Weiss y Peter Handke, por nombrar sólo escritores en lengua alemana. Citando al premio Nobel J. M. Coetzee, que propone aplicar libremente la narrativa, empecé a utilizar el reportaje, que es también un recurso del cine.

–¿Los secretos de Tu ternura Molotov son parte de esa elección?

–Hay mucho truco en esta obra. Esos secretos se destapan a través de temas subyacentes y necesarios, porque más allá de las imbecilidades que inculcan algunos medios, se nota en la gente el deseo de reflexionar. Los latinoamericanos estamos atravesando una crisis existencial de altísimo calibre, y ya no creemos ni en los grandes caudillos. Son muchos los convencidos de que los pobres seguirán siendo pobres.

–¿Por qué la pareja de esta obra, tan enredada en sus propias mentiras, aparece muy preocupada por tener hijos?

–La intención no es otra que reproducirse. No les importa mentir ni haber cometido crímenes, directa o indirectamente. Ellos definen a sociedades como las nuestras. Uno habla de los crímenes en Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela... y tiene la impresión de que existe una vocación contable por la muerte, como los estadounidenses la tienen por la Bolsa y los indicadores económicos. Caracas es hoy una de las ciudades más peligrosas del mundo: setenta mil muertos en siete años. Y no nos preguntamos cómo llegamos a esa situación ni por qué estamos de acuerdo con un sistema de representación política que nos secuestra la vida.

–¿Qué propone?

–Darles seis meses a nuestros representantes, y si no sirven ¡afuera!, porque los que están en el poder lo pasan estupendo.

–¿Y si mienten, como los personajes de Tu ternura...?

–Empezar dudando, y hacer lo imposible para sacarlos de su refugio. La mentira y la arbitrariedad han sido muy exitosas en América latina, pero el creador no tiene que echarse atrás, aunque piense que está luchando en una guerra que hace tiempo ha perdido.

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Mi ternura Molotov se ofrece los domingos a las 21 en el Teatro Celcit, de Bolívar 895.
 
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