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Miércoles, 10 de mayo de 2006

TEATRO › ARTURO PUIG Y SELVA ALEMAN, JUNTOS EN EL TEATRO REGINA

Sin miedo a Virginia Woolf

Matrimonio en la vida real, protagonizan la pieza de Edward Albee que indaga en la crisis de una pareja y que resultó provocadora cuando fue conocida, en la década del 60.

 Por Hilda Cabrera

Demasiado mordaz para su época, ¿Quién teme a Virginia Woolf? descubría a comienzos de la década del 60 rencores y miedos de una pareja en crisis, retratada por el dramaturgo estadounidense Edward Albee durante una noche de alcohol y pelea. El autor sitúa a los personajes en casa de George, profesor de historia, y de su mujer Martha, quienes tras un festejo de universitarios invitan a otra pareja joven (Nick y Honey) a continuar la velada. Lo extraño en esta historia es la necesidad de inventar la existencia de un hijo. Albee –que se había destacado con Historia del zoo (1959)– abre camino con esta pieza de 1962, estrenada casi simultáneamente en varias ciudades de América y Europa, como recuerda la actriz Selva Alemán. Ella compone a Martha en el estreno de hoy en el Teatro Regina (Santa Fe 1235), conducida por Luciano Suardi. Este montaje –donde Arturo Puig interpreta a George y Claudio Tolcachir y Eleonora Wexler a los personajes más jóvenes– es un querido regreso para Alemán, quien en esa misma sala integró, en 1964, el elenco de la primera puesta actuada por Miriam de Urquijo, Ignacio Quirós y Emilio Alfaro. Hubo incluso otra posterior, de la que participaron Cipe Lincovsky, Juan Carlos Gené, Adrián Ghio y Ana María Picchio. Esta es la obra más exitosa del autor de La muerte de Bessie Smith; La balada del café triste (1958), basada en la novela de la estadounidense Carson McCullers; El sueño americano (1961); Tiny Alice (1964); The Lady from Dubuque (1977), adaptación de Lolita, novela de 1979 del ruso Vladimir Nabokov; Delicado equilibrio (1966), que obtuvo el premio Pulitzer, como las posteriores Seascape (1975) y Tres mujeres altas (1991). Y entre las últimas, La cabra (o quién es Sylvia), de 2000. En ¿Quién teme a Virginia Woolf? (también llevada al cine), el choque entre realidad e ilusión, y la intemperancia verbal y física de los mayores, incide en los invitados que, a su vez, precipitan con sus propios conflictos la caída de las máscaras sociales, Albee dispara contra la farsa de una relación de pareja de manera brutal. “Sin embargo, lo más criticado en aquella época –sostienen Alemán y Puig, en diálogo con este diario– era la gran cantidad de malas palabras que debían decir los actores.”

–¿Calificarían a esta pieza de provocadora?

Selva Alemán: –El lenguaje no escandaliza hoy. Escuchamos cosas peores, pero sigue siendo revulsiva. Por distintas razones, estas dos parejas no pueden tener hijos, pero tampoco son capaces de crear otros vínculos: todo es dificultoso, decadente, aunque a veces lo expresen con humor.

–Siendo pareja en la vida real, ¿cómo elaboraron el rencor de George y Martha?

S. A.: –Somos actores, pero, no sé..., quizá nos estamos vengando. Creo que nos conocemos bien, y eso nos da confianza. Mi sensación es que puedo exponerme más.

–¿Se sienten más desinhibidos para insultar?

Arturo Puig: –Podemos armar mejor nuestra red protectora, seguros de que el otro no se va a ofender. De todos modos, como dice Selva, es el personaje el que habla.

–¿También aquí, como en otras obras de Albee, domina la mujer?

A. P.: –George no es un sometido, aunque lo parezca. El no ha querido darle el gusto a Martha en casi ningún aspecto, y eso fue creando una relación enfermiza, agravada por el consumo de bebidas alcohólicas. George reacciona con una inteligencia y una brutalidad pocas veces vista, y es el que arma los juegos en la pareja.

–¿Todo es juego en esta relación, supuestamente amorosa?

S. A. –No, y eso es lo interesante, porque cuando no hay qué organizar aparecen las verdades, que son cada vez mayores. Por algo el primer acto se llama “Juegos y diversión”, el segundo, “Noche de Walpurgis” (Noche de brujas) y el tercero, “Exorcismo”. Digamos que, en todo caso, en la obra se juega con acciones y con palabras. Albee introduce una canción que dice ¿Quién teme al lobo feroz? ¿Quién teme a Virginia Woolf? Durante toda esa noche y el amanecer ninguno aceptará que siente miedo. Recién al final lo reconocen, quizá porque estos personajes no están tan locos como aparentan.

–¿Tomar conciencia significa aquí admitir que se tiene miedo, que se está solo?

A. P.: –Exactamente. Por eso arman juegos perversos.

–¿Este descubrimiento es más temido en la pareja que en otro tipo de relaciones?

S. A.: –No lo sé. Creo que se puede ser perverso tanto en un vínculo de pareja como en el de padres e hijos. En toda relación, los juegos verdad mentira son peligrosos.

–Una característica de esta obra es que los personajes intentan un acercamiento al otro desde niveles múltiples. ¿Cómo encararon esta particularidad?

S. A.: –Al actuar, una ve que su personaje tiene dos, tres o más líneas de pensamiento, y a veces se hace difícil aprender la letra o desarrollar una escena. Con el director Luciano Suardi trabajamos muy intensamente cada situación, justamente para descubrir esas diferentes capas, que después reunimos y actuamos todas juntas, al mismo tiempo.

A. P.: –Cada personaje dice una cosa y piensa y siente otra, y si a esa diversidad le sumamos la bebida... Es una obra difícil: necesitamos encontrar un equilibrio. Lo cierto es que Albee no escribe “porque sí”, cada línea tiene su razón de ser. Las equivocaciones, por ejemplo, están puestas a propósito. En una escena digo “el hijo de pelo azul y ojos rubios”, y la gente puede creer que olvidé la letra, pero no. También utiliza frases en latín para subrayar una situación, por ejemplo cuando Martha habla de ese hijo que no existe, que inventó. Allí, George se expresa en latín y como quien dice una oración de difuntos. En otras escenas repite un número y una letra para dar a entender que ése es un día de furia.

–¿Qué opinan de esa quimera del hijo?

S. A.: –Es una creación extraña. Tratamos de no caer en una interpretación psicologista, porque ni George ni Martha son personajes psicoanalizados.

–¿No se trata entonces de un caso de fragilidad psíquica?

A. P.: –No, aunque Albee haga referencia a obras de autores influidos por la psicología, como Tennessee Williams. A este autor se refiere cuando George dice “¡Flores...! ¡Flores para los muertos...!”, que tomó de Un tranvía llamado deseo.

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Alemán y Puig, esta vez son Martha y George.
 
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