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Viernes, 18 de enero de 2013

TEATRO › ENTREVISTA AL ACTOR MARTIN BOSSI, EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS

“Me disfrazo de Calamaro y al final termino siendo yo”

Su espectáculo El impostor apasionado es un reestreno que llega a Buenos Aires con algunas novedades. Bossi quiere romper con ciertas convenciones. “Lo más importante para mí es empezar a dar una opinión de lo que es la vida, sin el límite de hacer una voz o un cuerpo”, dice.

 Por María Daniela Yaccar

“Así como no hay tanta creatividad en el arte, no hay creatividad en los que preguntan”, provoca Martín Bossi en el camarín del Teatro Astral, donde está presentando El impostor apasionado (de jueves a domingos en Avenida Corrientes 1639). Algo de razón tiene. En todos los reportajes cuenta lo mismo: las presiones de su padre para que no se convirtiera en un hippie y fuera un tenista consagrado, el encuentro con Sandro, de quien heredó algún traje, sus primeros pasos en shows por los que cobraba cincuenta pesos que dividía con su amigo y productor, Diego Djeredjian. “Siempre me preguntan cuál es el personaje que más me cuesta o si Cristina me llamó después de imitarla”, vuelve a provocar el actor-imitador, como pidiendo un esfuerzo extra en el cuestionario de Página/12.

Bossi, de jean y camisa apretados y con un rosario al cuello, canta. Lo hace antes de las fotos, en el baño, en cualquier pequeña pausa. En la puerta, antes de llegar al teatro, lo para una familia, una mujer lo saluda, le pide una foto. Es amable, simpaticón. Juega con su espíritu de tipo de barrio. Nació en Lomas de Zamora, ahora vive en Villa Urquiza. Siempre soñó con aparecer en la televisión. Multitudes han visto a este hombre de las mil caras que tanto esfuerzo hizo por darle cierta seriedad a la improvisación. Siempre repite: “No soy imitador, soy un actor que imita”. El impostor apasionado es un reestreno que llega a Buenos Aires con algunas novedades. Es la segunda parte de una saga que comenzó con M, el impostor, musical que data de 2010, y que fue visto por 210 mil espectadores. La dirección está a cargo de Emilio Tamer, Evelyn Bendjeskov y Manuel Wirtz, quien en el escenario encarna a un maestro de teatro que sigue los pasos de Bossi.

Acompañado por diez músicos y seis bailarinas, durante más de dos horas, el impostor se convierte en Andrés Calamaro, Charly García, Cacho Castaña, Joaquín Sabina, Fito Páez y Sandro, y en algunos personajes de la bendita TV, sobre la que tiene una mirada crítica. “Mis improvisaciones son una excusa”, explica el frontman, el más reconocido en el arte de copiar gestos y movimientos ajenos. Son una excusa para comunicar algo, da a entender. En los monólogos que hacen sus personajes, aparecen diferentes temas: la homosexualidad, la prostitución, la religión, los sueños. “El respeto es el límite del humor”, sostiene el actor, cuando se le consulta por el segmento que aborda el tema de la prostitución, justo cuando en el país se debate la trata de personas. Por otra parte, Bossi niega que su espectáculo contenga humor político, aún cuando Wirtz hace un monólogo sobre la “sensación de inseguridad”. “No soy un ser que se fije en la política”, desliza. “No creo en ningún político a nivel mundial”, concluye. Sin embargo, luego de manifestar ese pensamiento –tan propio de la década del noventa–, Bossi puede decir que le gustan el Che Guevara y Evita o que ama los libros de Gabriel García Márquez.

–Usted estudió Comunicación en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. ¿Cómo la pasó en ese entonces?

–¡Era un caradura! Iba a la facultad a levantar minas. Metí las materias más fáciles para impresionar. Conocí a Lévi-Strauss, distintas definiciones de “cultura”, como una que decía que era “el arte del saber, las costumbres, la fe, tanto en la paz como en la guerra” (lo dice con la mano en la cabeza y la mirada hacia abajo, como haciendo memoria). No sé qué griego la relacionaba con las actividades de cultivar, con la palabra “colere”. Tengo una memoria importante. Hice tres años, pero metí nada más que seis materias. Como había dejado de jugar al tenis y quería estudiar teatro, mi papá me dijo: “Ya que te gusta la tele, andá a estudiar periodismo deportivo”. Y me mandaron ahí. No era lo que quería.

–Cuando piensa sus espectáculos, ¿tiene presente una idea de comunicación?

–Muchos periodistas arrancan preguntándome cuántos personajes hago. Y un espectáculo no parte de ahí, sino de una idea. Las imitaciones son una excusa, pero hay que ir bastante profundo para entender eso. Este espectáculo habla de sacarse las máscaras, que es un ejercicio que todos tenemos que hacer. En mi caso, tiene que ver con entender que me pueden amar sin máscaras. Por eso termino no imitando a Sandro sino tratando de ser él por un rato.

–Hay otro segmento en el que se quita la máscara, cuando imita a personajes de la televisión: Pachano, Iúdica, Polino...

–Ahí hay un metamensaje: trato de mostrar lo que hace la tele con la gente, los egos. Son lindos personajes, pero la tele ha hecho su trabajo sobre ellos. Después hablamos de pequeñas cosas, como la muerte del bagayo, de cómo la tecnología mató al pirata, del consumo de “arjoína”, de Dios y de la religión, por medio de Charly, y de las distintas opciones sexuales, a través de Ricky Martin. Pero el mensaje de todo esto es: “este pibe se está escondiendo tras estas cosas para no ser él”. Todos nos escondemos y actuamos todo el tiempo. Uno no puede no tapar cosas. Usted está ahora actuando de periodista. Si la invito a salir y vamos a un bar, no estaría sentada en esa postura y habría otro trato. Cumplo varios roles. (Hace como que habla por teléfono) “Hola mami, ¿cómo estás? Dame con mi hermana”. A Ermindo, el portero, le digo: “¿Cómo anda? ¿Todo bien? Me arregla esto por favor, grande Ermindo, perdió Paraguay”. No puedo tratar al portero como a mi mamá. Yo me excedía. Y me disfracé para decir la verdad. O sea, mentí para decir la verdad, que es la que digo en mis espectáculos. Me disfrazo de Calamaro y al final termino siendo yo: esa es la trama. Es como decir: “el Cuco está acá”. Me apoyo en la frase de Shakespeare: “Ser o no ser, ésa es la cuestión”.

–También, cuando se quita la máscara, demuestra que esa herramienta no es necesaria para la imitación.

–La actuación es observación más opinión y acción. Soy un pibe curioso, siempre vi más allá. Igual, eso te lo enseñan en las escuelas de teatro. No hay ningún secreto milenario.

–El personaje de Wirtz habla mucho de la diferencia entre parecer y ser. ¿Usted le está advirtiendo al público que tiene pensado quitarse las máscaras para probarse en otros lugares?

–Sí, y también es una advertencia a todos. Porque todos tenemos un parecer y un ser. Con respecto a mí, sí, empezar a ser y dejar de parecer es mi camino. No reniego de esto, pero la actuación tiene 500 ramas. Si vas a una mesa dulce, ¿por qué vas a agarrar sólo panqueques? También es hacerme cargo de que estoy creciendo: “dale Martincito, dejá de jugar con los muñequitos, ponete los pantalones”. Lo más importante para mí es empezar a dar una opinión de lo que es la vida, sin el límite de hacer una voz o un cuerpo. Opinar absolutamente de cero es otra historia. Quiero que el escenario me tiña las canas, como dice Sabina, morir de viejito, seguir actuando. Me gustaría ir adonde me lleve mi crecimiento. Me gustaría hacer cine y llevar mi forma de pensar a otras culturas, ir a Europa, a Nueva York, actuar con Almodóvar. Soy muy voraz.

–¿Qué conclusiones sacó de su experiencia en la televisión? Recién habló de un aspecto negativo, de los egos.

–No estoy en la tele con contrato formal desde 2009, cuando me saqué la máscara de Cristina. El secreto de que el teatro esté lleno es no estar en tele. Si la gente te puede ver desde el living de su casa no va a tomar un colectivo para verte. Y yo quiero que me vengan a visitar. La televisión es buena, el problema es la gente. Es divina porque llega a un montón de lugares y me enseñó mucho. Me mostró las miserias, porque en la televisión se trabaja con el ego, que es el peor enemigo. Es el parecer y el tener, o el parecer que tengo. Del ser en la tele, olvidate: no encontrás nada. La elijo para seguir comunicando que existo. Si hubiese una buena propuesta volvería. Pero por el momento estoy preparando dos personajes para películas y tuve una propuesta de Broadway para una comedia musical que se va a hacer con cinco caracterizadores de Latinoamérica, sobre la historia de la música. Es un sueño muy grande.

–Sigue llenando teatros. ¿Por qué cree que al público le divierten las imitaciones que hace?

–Descubrí que a la gente le gusta más cuando no estoy con personajes. Este año hice una nota con Fantino, que fue lo más comentado de todo lo que hice en los últimos tres años. Me han llamado para películas por esa nota. No cuento nada porque son proyectos. Ahí hay una punta: la gente quiere otra cosa. Tengo que estar atento. Claro que igual es un resultado de este “préstenme atención, miren lo que hago”, que es la imitación. Me quedan cuarenta años para expresar lo que necesito y siento. Espero tener un resultado más profundo en la gente. Todavía veo que me comparan con un curandero, en lugar de creer que soy un buen médico. Pero la profundidad siempre gana y estoy yendo a lo profundo. Sin ser soberbio lo digo, porque es todo a base de estudio lo que hago. Para llegar a este punto como actor tuve que pasar por la mímesis, ése era mi camino. Jim Carrey empezó en bodegones haciendo stand up e imitaciones. Eddie Murphy también. Robert Downey Jr ganó un Oscar haciendo de Chaplin. Hay una actriz que hizo de la Piaf: eso es mímesis con actuación. Y sin embargo, la mímesis está tan bastardeada...

–En este espectáculo toca temas sensibles a nivel social, como la homosexualidad o la prostitución. ¿Hay límites para hacer humor?

–El respeto. Si uno es respetuoso puede ir a cualquier lado.

–¿No le da temor que alguien se sienta afectado por sus chistes? Justamente hace humor sobre la prostitución cuando se está debatiendo el problema de la trata de personas.

–Si hago a Sabina, ¿cómo no voy a pedir un aplauso para las putas? Estoy hablando de la buena puta. Esa profesión existe históricamente y en Buenos Aires es hasta poética. El alcohol, las putas, el fútbol, la Bombonera, el dulce de leche... es parte de nuestro folklore, ¿vamos a hacernos los boludos? En la obra hablamos bien de las putas. Son mujeres que trabajan con su cuerpo y les tengo un gran respeto. Son mujeres que han alegrado las noches de más de uno, y sobre ellas se han escrito tangos y películas.

–Entonces, no le preocupa el contexto histórico en el que hace un chiste.

–No, por favor... eso surgió (el debate por la trata) después de que armé el espectáculo. No puedo decir: “uy, se armó kilombo, saquemos lo de las putas”. O “uy, un homosexual mató a un chico, saquemos lo de los homosexuales”. Lo de la homosexualidad está incluso como reivindicación. Hago a Ricky Martin y toco ese punto, pero no de forma chabacana. Y hablo de ser o no ser. Reivindico la libertad sexual, por eso reivindico a las putas también. Son opciones. Uno tiene el control remoto de su cuerpo.

–Pero no está de más pensar si esas mujeres que son prostitutas lo están eligiendo realmente.

–No sé, yo tengo la filosofía “sabinesca”. He sido amigo de una puta y me ha dado los mejores consejos. No hay mejores consejos que los que pueda dar una mujer que ha caminado la calle y que ha sufrido de esa manera. Sé que no se eligió. No le diría a mi hija “tenés que ser puta”. Pero la aceptaría si fuera lesbiana y puta. Lucharía para que no tome drogas, no mate y no falte el respeto.

–En una función un hombre del público insultó indirectamente a la Presidenta. Usted dijo “en estas elecciones votemos a las putas” y él gritó “como la última vez”. ¿Qué le ocurre cuando el público interviene? ¿Qué se debe hacer en un caso así?

–Nada, hacerlo notar. Tomarlo como parte de la obra. Es una opinión. He estado actuando, me han gritado algo y lo he tomado, por más que me griten la peor de las ofensas. En los talleres de clown te enseñan eso: hay que agarrarse de todo. Yo le contesté: “vamos rápido, igual yo no lo dije”. Hice un juego.

–Usted evitó dar una opinión suya.

–Nunca marco. No tengo por qué opinar de política, no lo necesito. No creo en los políticos. Lo bueno es que no creo en nadie. Del ’83 hasta hoy nadie me dio nada.

–¿Por eso creyó que no era oportuno defender a la Presidenta de ese ataque?

–Cristina me parece una mujer inteligente, igual que Alfonsín. Pero no me representan los políticos, no admiro la política, me resulta hasta cómica, a nivel mundial. El día que venga una persona que me seduzca políticamente voy a sumarme. Con Macri me sentaría a tomar un café, con Cristina también. Me sentaría de diferentes maneras. Hasta me hubiese gustado sentar con Galtieri, por lo menos para putearlo y decirle “hijo de una gran puta, sos de lo peor”. Me hubiera gustado tenerlo en frente, como a todos los deportistas. No hago asco a nada. No me representó nadie. De hecho, hice de Cristina en la tele y no di una opinión.

–Pero usted siempre dice que actuar es opinar.

–Obvio que opino. Pero como no los admiro, no hago humor político. Hice a una Presidenta mujer, coqueta, apasionada, con autoridad. Tenés que tener huevos para ser mujer y Presidenta, eso se lo reconozco. Me encantó también hacer a Macri. Es muy divertido hacerlo, es un político hincha de Boca, con ojos verdes, de dinero, que ama el sushi, el polo, que canta... Los personajes que me llaman la atención son Evita y el Che Guevara. Son próceres, como San Martín. Son tipos que han hecho, hay un respeto. Cuando entienda mejor y sea más grande hasta puede haber una admiración.

–Si no es por la política, ¿cómo se resuelven los problemas cotidianos de la vida de la gente?

–Un político puede cambiar la historia de forma nefasta, como lo hizo Hitler o lo hicieron acá los militares. También hay políticos que han hecho cosas buenas. No obstante, creo en el arte por sobre la política, porque es más honesto y también ha cambiado cabezas.

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Bossi se presenta de jueves a domingos en el teatro Astral.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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