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Domingo, 17 de agosto de 2014

TEATRO › DOS UNIPERSONALES DE CESAR BRIE EN EL BANFIELD TEATRO ENSAMBLE

Notables obras en las que pasa de todo

Hoy y mañana puede verse Sólo los giles mueren de amor y, la semana próxima, 120 kilos de jazz, con la que el actor, dramaturgo y director argentino –radicado en Italia– cerrará su visita. Desde el uso de los objetos hasta la propia actuación, todo es destacable en sus obras.

 Por María Daniela Yaccar

No hay nada que objetarle a César Brie: del teatro, él es un sacerdote que cumple con todos los mandamientos. Un dios con minúscula. Textos impecables, un excelente y personal manejo de los objetos, belleza, verdad –dos polos de los que, según él, el arte está hecho–, bien, mal, dolor, felicidad, contenido social sin bajada de línea, investigación hacia el interior de la disciplina. Pasa de todo en las obras de Brie: en definitiva eso es lo que más importa. Este fin de semana, el teatrista argentino radicado en Italia –fundador, en Bolivia, del Teatro de los Andes– continúa presentando sus unipersonales en Banfield, al sur del conurbano bonaerense. Hoy y mañana será el turno de Sólo los giles mueren de amor, una obra escrita en 1993. Y la semana próxima concluirá su paso por Buenos Aires con 120 kilos de jazz, siempre en el Banfield Teatro Ensamble.

Un hombre ha muerto. Y Brie –actor, dramaturgo y director de Sólo los giles... y tantas otras obras– y sus espectadores están reunidos alrededor del difunto: un traje y un pequeño muñequito constituyen el símbolo de aquél. Alrededor, velas, muchas velas, que enciende Brie cuando aparece en escena. También comida y botellas. La imagen es de una belleza mórbida, como el texto –y como el primer espectáculo que presentó en el marco de este festival, que se llamó El mar en el bolsillo–. A partir de la muerte de esta persona, el personaje de Brie repasa la vida que terminó trágicamente. Esa vida se parece mucho a la suya: el discurso reflota el exilio, la muerte de su padre (de cáncer, cuando él tenía 15 años), su relación con la religión católica y su temprano desencanto, el compromiso político. Aparecen las mujeres, el amor, también: es una obra muy erótica, sexual; el público ríe cuando el actor menciona las primeras masturbaciones con almohadas, o cuando habla de la Coca Sarli y agarra dos panes de hamburguesa y se los pone en el pecho. Los manosea como si fueran las tetas de la Coca.

De la obra se pueden destacar muchísimas cosas. El uso de los objetos es una. Brie les da vida con calidad de titiritero, se relaciona con ellos –pareciera– de un modo afectivo. Y es clave cómo hace coincidir el texto con su relación con los objetos, cómo instaura a partir de este recurso un nuevo sentido. Por ejemplo, habla de las cenizas del crematorio cuando justo está fumando un cigarrillo. Y entonces sopla la punta del cigarro, y las cenizas se esparcen por el aire. La metáfora está siempre presente. Brie es un poeta, aunque justamente en Sólo los giles... diferencie al poeta del actor. La diferencia, de todos modos, es sutil: los poetas viajan siempre para adentro, en cambio, “los actores viajan al mismo tiempo hacia adentro y hacia afuera”, sugiere.

Quizá sea por la entidad que otorga a la religión (por negación, claro está: es un gran cuestionador de esa maquinaria culpógena) que el teatro de Brie confirme que el teatro es un rito casi religioso, en el que la fe es fundamental. Es, obviamente, otro tipo de fe. Es la fe con la que un espectador se entrega a la subjetividad de un autor jugando con su cuerpo y sus palabras, intentando construir verdad. Esto aparece muy claro en El mar en el bolsillo: aquí un actor despierta vestido de sacerdote. Dios le habla, él no cree en El y está seguro de que ésa es la voz de su conciencia. Esta excusa le sirve a Brie para hacer carne una reflexión interesantísima sobre la relación entre el teatro y lo religioso, con sus cruces, similitudes y diferencias.

Obligatoriamente hay que hacer hincapié, por otra parte, en él, en su actuación. En su impresionante despliegue físico y en su capacidad de llevar al espectador a las emociones más opuestas: de la conmoción al humor, sin escalas. Se ve un espectáculo de Brie y se sale con una huella. Y pensar que es un tipo que está solo en escena, pronunciando un discurso largo y complejísimo, y sin embargo todo lo que sucede está tan vivo; la idea de representación queda absolutamente cuestionada y de lado. Es que Brie es un artista grande, muy experimentado, con mucha historia encima: se exilió de la Argentina durante la dictadura, vivió en Italia, hizo carrera en Europa junto al Odin Teatret, de Dinamarca, fundó en Bolivia el Teatro de los Andes y hoy vive en Italia, donde dirige la compañía Teatro Presente. Y toda esa historia y esa experiencia hacen a una visión del mundo riquísima que sabe transmitir muy bien al que se acerca a verlo.

En el marco de este nuevo Festival Brie, el actor ya presentó El mar en el bolsillo y también Arbol sin sombra, sobre la masacre de campesinos en Pando, Bolivia, en 2008, a la que también dedicó un documental. Quedan dos funciones, hoy y mañana, de Sólo los giles..., a las 21 y a las 18, respectivamente. Y la semana próxima Brie se despedirá del Banfield Teatro Ensamble con otro unipersonal, 120 kilos de jazz. En este espectáculo, el Gordo Méndez quiere entrar a una fiesta para ver a su novia. Para lograrlo, finge ser el contrabajista de un grupo de jazz que se presentará en la fiesta. Pero Méndez no sabe tocar el contrabajo: usará su voz para imitar el sonido de las cuerdas. “Detrás de esta historia se esconden tres amores”, ha dicho Brie. “El amor no correspondido a una mujer, el amor al jazz que ayuda al Gordo Méndez a soportar su grasienta soledad, y el amor por la comida en el que el Gordo encuentra breves y jugosos refugios y consolaciones.”

Curioso: el Gordo Méndez también aparece en Sólo los giles.... Es, supuestamente, un amigo del muerto. Un amigo compartido entre el muerto y el único amigo que asistió a su velatorio (el personaje de Brie): “El Gordo Méndez nunca existió. Nace de la mala costumbre de dos amigos robustos que perdí de vista, quienes, sentados a mis lados en una clase del Colegio Nacional Sarmiento, en Buenos Aires, me convertían en el jamón de un sandwich, aplastándome entre ellos”, dijo Brie. 120 kilos de jazz se podrá ver el jueves, a las 21, el sábado 23, a las 21, y el domingo 24 a las 18. La dirección es Larrea 350 y conviene hacer reserva previa.

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La metáfora está siempre presente en Sólo los giles mueren de amor, de César Brie.
 
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